La única universidad que yo tuve fueron los años de trabajo en el Fondo / Juan José Arreola
Cursos sabatinos. Seis sesiones de cuatro horas de duración cada uno. De 10 a 14 horas. Inicio: sábado 19 de mayo, 2018. Fondo de Cultura Económica Efraín Huerta. León, Gto.
P r e s e n t a c i ó n
Desde una primera aproximación convencional (o distributiva), las Lecciones en El Fondo son un conjunto de cursos sabatinos impartidos en el FCE Efraín Huerta de León que se ofrecen al público general, homologables a aquellos con los que ciertas instituciones educativas suelen abrir sus puertas con flexibilidad de formatos -curso libre, clase abierta, seminario- para quienes no estén interesados, necesariamente, en inscribirse en programas para la obtención de títulos de grado o de posgrado, pero que tienen una necesidad imperiosa de mantenerse activos en el ámbito del estudio, el conocimiento y la comprensión crítica del mundo en su diversidad de planos de configuración (histórica, ideológica, económica, artística, literaria, política, filosófica).
Pero desde una segunda perspectiva de aproximación histórica de mayores alcances explicativos y de sentido (atributiva), las Lecciones quieren actualizar, con modestia pero con claridad de propósito, una bella tradición cultural e institucional única y mexicana hasta la médula, y de gran significado intelectual para el mundo hispanoamericano, a saber: aquélla que nutrió y dio vida -ni más ni menos que- a proyectos tan importantes como El Colegio de México y el propio Fondo de Cultura Económica, que a su vez cristalizan, ellos mismos, a partir de la década de los cuarenta del siglo pasado, empujados por el torrente de iniciativas de años precedentes como la del Ateneo de la Juventud y la Universidad Popular.
Se trata de una curva que, además de hacerlo con las generaciones (la de Reyes y Vasconcelos, la de Torres Bodet y Cosío Villegas, la de Arreola y Reyes Heroles), conecta también los procesos culturales y educativos pre revolucionarios y post revolucionarios, desembocando en la edificación de la arquitectura maestra sobre la que habría de desplegarse el cuerpo de la rica y caudalosa vida cultural e intelectual del México moderno, que además se habría de apuntalar y enriquecer con las contribuciones de los exiliados españoles que, en ese mismo contexto y época, desembarcan en nuestro país para modificar, para siempre, su contorno al mismo tiempo hispánico y americano.
Fue una época fértil y políticamente dramática, y llena de responsabilidades nuevas y severas -vale decir heroicas-, a veces informales e improvisadas, a veces formales e institucionalizadas, en donde la necesidad de especialización y especialistas para la construcción del Estado mexicano post revolucionario, de troquel cardenista, se mezclaba con urgencias vasconcelianas de carácter intelectual, formativo y de autoestudio, y de referencias literarias, ensayísticas, científicas y filosóficas para poder estar, según la correspondiente exigencia orteguiana, a la altura de nuestro tiempo. Es una mezcla virtuosa –de necesidades y de urgencias en el sentido dicho- que configuró toda una época fundamental para México y el continente, y que hizo decir a Porfirio Muñoz Ledo, por ejemplo, que él es parte de ese grupo de mexicanos formados en el nacionalismo revolucionario cardenista y en las escuelas de Vasconcelos, y que fue a través de la lectura simultánea de la colección de Breviarios del Fondo como le fue dado a una generación de políticos e intelectuales americanos sentirse partícipes de la sintonía de una misma patria grande.
Víctor Díaz Arciniega explica esto en su bello libro Historia de la casa (FCE, 1994), al hablarnos de uno de los miembros de aquéllas generaciones eslabonadas en función de esa mezcla de exigencias, Eduardo Villaseñor, diciéndonos que
‘Villaseñor evocaba una larga serie de antecedentes ligados al doble hilo conductor de la especialización y la vida moderna; en su “Apología del diletante” (1924) puntualizaba: “La vida moderna –ya lo decía Comte- exige especialistas. Entre éstos, también, al especialista en generalidades”. Lo primero, la especialización, era un medio para encarar más directamente y con mejor dominio los problemas de México, realidad que, en forma súbita y tumultuosa, la Revolución reveló a los jóvenes. Lo segundo, la vida moderna, debía ser un fin cuando el tiempo no sólo apremiaba sino aun urgía soluciones como meritorias improvisaciones para sacar adelante a México. En ambos casos había una meta: los jóvenes como él creían en la necesidad de una base cultural indispensable para el porvenir de México. Villaseñor añadía a esto que la sed de cultura esencial en el diletante se contrapone a los afanes de político. En 1924 era implacable su deslinde: “Pero por grande que sea el amor de la cultura, por infinita la sed, por grande la curiosidad, el tiempo no ha corrido en balde y, por mirar las piedras del camino, esta juventud, curiosa y desconcertada, se ha quedado perdida a la vera o asoma entre los breñales de la política y en algunos casos altozanos. No alcanzan a diez los que han llegado, o cuando menos han seguido su camino…” Durante muchos años, toda su vida, él procuró conservar para sí esa separación entre la vida cultural y la vida política –en el sentido más convencional y desprestigiado del concepto-. Como él, algunos más de su injusta escasa decena referida hicieron propio ese deslinde, hasta donde las circunstancias del servicio público en el que participaban lo permitieron. De hecho, la fundación del Fondo de Cultura Económica descansa sobre este punto.’ (Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1994), p. 34)
En una tesitura como esta, y desde luego que guardando las proporciones correspondientes en cuanto a contextos epocales, las Lecciones en El Fondo se insertan en la línea de esa urgencia vasconceliana que se actualiza desde el criterio de que, si bien es cierto que los especialistas y las especializaciones tienen ya su ámbito institucional propicio para la maduración, es igualmente importante mantener viva esa inercia histórica y fecunda, y hasta cierto punto desinteresada pero cívicamente determinada, que hace que por probidad intelectual un ciudadano de a pie, como cualquiera de nosotros -y sin querer con ello obtener título o grado alguno-, no quiera dejar de estar ávidamente atento para comprender con la mayor lucidez posible las razones por las cuales ocurre todo cuanto en el mundo, en definitiva, nos rodea.
Informes: icarvallorobledo74@hotmail.com

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Cursos sabatinos. Seis sesiones de cuatro horas de duración cada uno. De 10 a 14 horas. Inicio: sábado 19 de mayo, 2018. Fondo de Cultura Económica Efraín Huerta. León, Gto.
P r e s e n t a c i ó n
Desde una primera aproximación convencional (o distributiva), las Lecciones en El Fondo son un conjunto de cursos sabatinos impartidos en el FCE Efraín Huerta de León que se ofrecen al público general, homologables a aquellos con los que ciertas instituciones educativas suelen abrir sus puertas con flexibilidad de formatos -curso libre, clase abierta, seminario- para quienes no estén interesados, necesariamente, en inscribirse en programas para la obtención de títulos de grado o de posgrado, pero que tienen una necesidad imperiosa de mantenerse activos en el ámbito del estudio, el conocimiento y la comprensión crítica del mundo en su diversidad de planos de configuración (histórica, ideológica, económica, artística, literaria, política, filosófica).
Pero desde una segunda perspectiva de aproximación histórica de mayores alcances explicativos y de sentido (atributiva), las Lecciones quieren actualizar, con modestia pero con claridad de propósito, una bella tradición cultural e institucional única y mexicana hasta la médula, y de gran significado intelectual para el mundo hispanoamericano, a saber: aquélla que nutrió y dio vida -ni más ni menos que- a proyectos tan importantes como El Colegio de México y el propio Fondo de Cultura Económica, que a su vez cristalizan, ellos mismos, a partir de la década de los cuarenta del siglo pasado, empujados por el torrente de iniciativas de años precedentes como la del Ateneo de la Juventud y la Universidad Popular.
Se trata de una curva que, además de hacerlo con las generaciones (la de Reyes y Vasconcelos, la de Torres Bodet y Cosío Villegas, la de Arreola y Reyes Heroles), conecta también los procesos culturales y educativos pre revolucionarios y post revolucionarios, desembocando en la edificación de la arquitectura maestra sobre la que habría de desplegarse el cuerpo de la rica y caudalosa vida cultural e intelectual del México moderno, que además se habría de apuntalar y enriquecer con las contribuciones de los exiliados españoles que, en ese mismo contexto y época, desembarcan en nuestro país para modificar, para siempre, su contorno al mismo tiempo hispánico y americano.
Fue una época fértil y políticamente dramática, y llena de responsabilidades nuevas y severas -vale decir heroicas-, a veces informales e improvisadas, a veces formales e institucionalizadas, en donde la necesidad de especialización y especialistas para la construcción del Estado mexicano post revolucionario, de troquel cardenista, se mezclaba con urgencias vasconcelianas de carácter intelectual, formativo y de autoestudio, y de referencias literarias, ensayísticas, científicas y filosóficas para poder estar, según la correspondiente exigencia orteguiana, a la altura de nuestro tiempo. Es una mezcla virtuosa –de necesidades y de urgencias en el sentido dicho- que configuró toda una época fundamental para México y el continente, y que hizo decir a Porfirio Muñoz Ledo, por ejemplo, que él es parte de ese grupo de mexicanos formados en el nacionalismo revolucionario cardenista y en las escuelas de Vasconcelos, y que fue a través de la lectura simultánea de la colección de Breviarios del Fondo como le fue dado a una generación de políticos e intelectuales americanos sentirse partícipes de la sintonía de una misma patria grande.
Víctor Díaz Arciniega explica esto en su bello libro Historia de la casa (FCE, 1994), al hablarnos de uno de los miembros de aquéllas generaciones eslabonadas en función de esa mezcla de exigencias, Eduardo Villaseñor, diciéndonos que
‘Villaseñor evocaba una larga serie de antecedentes ligados al doble hilo conductor de la especialización y la vida moderna; en su “Apología del diletante” (1924) puntualizaba: “La vida moderna –ya lo decía Comte- exige especialistas. Entre éstos, también, al especialista en generalidades”. Lo primero, la especialización, era un medio para encarar más directamente y con mejor dominio los problemas de México, realidad que, en forma súbita y tumultuosa, la Revolución reveló a los jóvenes. Lo segundo, la vida moderna, debía ser un fin cuando el tiempo no sólo apremiaba sino aun urgía soluciones como meritorias improvisaciones para sacar adelante a México. En ambos casos había una meta: los jóvenes como él creían en la necesidad de una base cultural indispensable para el porvenir de México. Villaseñor añadía a esto que la sed de cultura esencial en el diletante se contrapone a los afanes de político. En 1924 era implacable su deslinde: “Pero por grande que sea el amor de la cultura, por infinita la sed, por grande la curiosidad, el tiempo no ha corrido en balde y, por mirar las piedras del camino, esta juventud, curiosa y desconcertada, se ha quedado perdida a la vera o asoma entre los breñales de la política y en algunos casos altozanos. No alcanzan a diez los que han llegado, o cuando menos han seguido su camino…” Durante muchos años, toda su vida, él procuró conservar para sí esa separación entre la vida cultural y la vida política –en el sentido más convencional y desprestigiado del concepto-. Como él, algunos más de su injusta escasa decena referida hicieron propio ese deslinde, hasta donde las circunstancias del servicio público en el que participaban lo permitieron. De hecho, la fundación del Fondo de Cultura Económica descansa sobre este punto.’ (Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1994), p. 34)
En una tesitura como esta, y desde luego que guardando las proporciones correspondientes en cuanto a contextos epocales, las Lecciones en El Fondo se insertan en la línea de esa urgencia vasconceliana que se actualiza desde el criterio de que, si bien es cierto que los especialistas y las especializaciones tienen ya su ámbito institucional propicio para la maduración, es igualmente importante mantener viva esa inercia histórica y fecunda, y hasta cierto punto desinteresada pero cívicamente determinada, que hace que por probidad intelectual un ciudadano de a pie, como cualquiera de nosotros -y sin querer con ello obtener título o grado alguno-, no quiera dejar de estar ávidamente atento para comprender con la mayor lucidez posible las razones por las cuales ocurre todo cuanto en el mundo, en definitiva, nos rodea.
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