Ismael Carvallo Robledo
Cuando Ortega y Gasset rechazó en España el proyecto que Daniel Cosío Villegas les presentara a las editoriales Aguilar y Espasa-Calpe, en 1931, no sabía lo que estaba haciendo. Lo que buscaba Cosío era traducir al español a autores fundamentales de la economía para facilitárselos a los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía. El original interés por la disciplina “Económica” estaba llamado a quedar referido para siempre en el sello de aquél proyecto rechazado.
La miopía de Ortega nos resulta hoy sorprendente. Pero la realidad es que nos hizo un favor, porque con su negativa posibilitó que se asentara en tierra mexicana una de las estructuras fundamentales que hoy reafirma lo que desde hace mucho tiempo es un hecho consumado, y que es que el futuro del español está en América, particularmente en México, para ser más exactos.
Puede quizá que las razones de esa miopía se deban al hecho de que, para Ortega, según llegó a decir, los problemas de España se habrían de resolver a través de Europa (“si España es el problema, Europa es la solución”), ejercitando un europeísmo de papanatas que hoy es divisa común en cuanto “intelectual”, opinólogo, periodista o político de medio pelo pulula por ahí.
El proyecto denegado se llama Fondo de Cultura Económica, uno de nuestros más grandes y luminosos orgullos nacionales junto con la Biblioteca Vasconcelos de Balderas, la UNAM, el Politécnico, El Colegio de México, lo que PEMEX llegó a ser algún día, Eduardo Mata, Alfonso Reyes, José Vasconcelos mismo, Lázaro Cárdenas, Luis Barragán, Elisa Carrillo o, por mencionar solo algunos, la novela de la revolución mexicana.
Y desde luego que Daniel Cosío Villegas, el hombre responsable de todo y al que le tocó pertenecer a una generación a la que, según cuenta en sus Memorias, cogió la Revolución Mexicana impreparada no ya para anticiparla sino para entenderla, razón por la cual decidió don Daniel, junto con algunos otros más -como el incomparable Narciso Bassols-, consagrar sus empeños y su vida misma a la doble tarea de explicársela y de servirla.
El resultado no nos parece nada despreciable: El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica son muestra digna de un esfuerzo que terminó levantando una estatura histórica. Cuánto no daría yo por poder orquestar y dar vida a una institución de alcances de rango bolivariano y de tan continentales repercusiones como las del Fondo, cuya colección de Breviarios, para poner un solo ejemplo, unificó intelectualmente a generaciones enteras de todo un continente, según me contó un día, hablando de la suya, Porfirio Muñoz Ledo: “es muy difícil entender hoy, me dijo más o menos, lo que en aquéllos años significó para mi generación esa fantástica colección de Breviarios del Fondo, que leíamos todos a un mismo tiempo, participando de una misma tesitura intelectual por todos los recintos educativos americanos de habla hispana”.
Hace ochenta y dos años, en septiembre de 1934, se creó en el Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, con 22 mil pesos provenientes de distintos bancos nacionales de fomento, el fideicomiso Fondo de Cultura Económica, con el propósito de “publicar obras de economistas mexicanos y extranjeros y celebrar arreglos con editores y libreros para adquirir de ellos y vender obras sobre problemas económicos cuya difusión se considere útil”. El proyecto rechazado por Ortega germinaba por fin en México.
La junta de gobierno quedaría conformada por Manuel Gómez Morín, Gonzalo Robles, Adolfo Prieto, Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor y Emigdio Martínez Adame. Tres años después, don Daniel era nombrado formalmente como su primer y flamante director. Los primeros títulos publicados fueron El dólar plata, de William P. Shea y Karl Marx de Harold J. Laski, con traducciones de Salvador Novo y Antonio Castro Leal respectivamente. La fabulosa biblioteca privada del segundo reposa, entera –son casi 50 mil volúmenes si no mal recuerdo-, en las instalaciones de la Biblioteca Vasconcelos de Balderas.
Hoy en día, el Fondo de Cultura Económica es una de las más importantes casas editoriales de habla hispana, y de las de mayor prestigio en el mundo entero. Ha publicado más de 10 mil obras, de las que un aproximado de 5 mil se mantienen en circulación. De entre ellas destacan El Capital de Carlos Marx y la Fenomenología del espíritu de Hegel, en traducciones de Wenceslao Roces.
Cuenta con una cadena de 27 librerías en México, en ciudades que van de Monterrey a Tuxtla Gutiérrez, pasando por Saltillo y Apatzingán. Sus filiales en el extranjero se reparten entre Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, Perú, Venezuela y, desde luego, España. Sus alcances son, como tengo dicho, de rango bolivariano.
En cosa de unos días abrirá sus puertas la sucursal de Villahermosa bajo la advocación de José Carlos Becerra, incorporando con ello a Tabasco a esa gigantesca red internacional de conocimiento. Lo que en un principio quiso cumplir un propósito puntual, vinculado a la enseñanza de la Economía, terminó por convertirse en una fascinante arquitectura intelectual heredera institucional de la Revolución mexicana y que hoy, desde México, conecta a todo un continente. El fruto de aquél esfuerzo concentrado ha madurado para nosotros. La responsabilidad correspondiente, para poderlo disfrutar, es nuestra y solo nuestra.
Viernes 27 de mayo, 2016. Diario Presente. Villahermosa, Tabasco.
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Ismael Carvallo Robledo
Cuando Ortega y Gasset rechazó en España el proyecto que Daniel Cosío Villegas les presentara a las editoriales Aguilar y Espasa-Calpe, en 1931, no sabía lo que estaba haciendo. Lo que buscaba Cosío era traducir al español a autores fundamentales de la economía para facilitárselos a los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía. El original interés por la disciplina “Económica” estaba llamado a quedar referido para siempre en el sello de aquél proyecto rechazado.
La miopía de Ortega nos resulta hoy sorprendente. Pero la realidad es que nos hizo un favor, porque con su negativa posibilitó que se asentara en tierra mexicana una de las estructuras fundamentales que hoy reafirma lo que desde hace mucho tiempo es un hecho consumado, y que es que el futuro del español está en América, particularmente en México, para ser más exactos.
Puede quizá que las razones de esa miopía se deban al hecho de que, para Ortega, según llegó a decir, los problemas de España se habrían de resolver a través de Europa (“si España es el problema, Europa es la solución”), ejercitando un europeísmo de papanatas que hoy es divisa común en cuanto “intelectual”, opinólogo, periodista o político de medio pelo pulula por ahí.
El proyecto denegado se llama Fondo de Cultura Económica, uno de nuestros más grandes y luminosos orgullos nacionales junto con la Biblioteca Vasconcelos de Balderas, la UNAM, el Politécnico, El Colegio de México, lo que PEMEX llegó a ser algún día, Eduardo Mata, Alfonso Reyes, José Vasconcelos mismo, Lázaro Cárdenas, Luis Barragán, Elisa Carrillo o, por mencionar solo algunos, la novela de la revolución mexicana.
Y desde luego que Daniel Cosío Villegas, el hombre responsable de todo y al que le tocó pertenecer a una generación a la que, según cuenta en sus Memorias, cogió la Revolución Mexicana impreparada no ya para anticiparla sino para entenderla, razón por la cual decidió don Daniel, junto con algunos otros más -como el incomparable Narciso Bassols-, consagrar sus empeños y su vida misma a la doble tarea de explicársela y de servirla.
El resultado no nos parece nada despreciable: El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica son muestra digna de un esfuerzo que terminó levantando una estatura histórica. Cuánto no daría yo por poder orquestar y dar vida a una institución de alcances de rango bolivariano y de tan continentales repercusiones como las del Fondo, cuya colección de Breviarios, para poner un solo ejemplo, unificó intelectualmente a generaciones enteras de todo un continente, según me contó un día, hablando de la suya, Porfirio Muñoz Ledo: “es muy difícil entender hoy, me dijo más o menos, lo que en aquéllos años significó para mi generación esa fantástica colección de Breviarios del Fondo, que leíamos todos a un mismo tiempo, participando de una misma tesitura intelectual por todos los recintos educativos americanos de habla hispana”.
Hace ochenta y dos años, en septiembre de 1934, se creó en el Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, con 22 mil pesos provenientes de distintos bancos nacionales de fomento, el fideicomiso Fondo de Cultura Económica, con el propósito de “publicar obras de economistas mexicanos y extranjeros y celebrar arreglos con editores y libreros para adquirir de ellos y vender obras sobre problemas económicos cuya difusión se considere útil”. El proyecto rechazado por Ortega germinaba por fin en México.
La junta de gobierno quedaría conformada por Manuel Gómez Morín, Gonzalo Robles, Adolfo Prieto, Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor y Emigdio Martínez Adame. Tres años después, don Daniel era nombrado formalmente como su primer y flamante director. Los primeros títulos publicados fueron El dólar plata, de William P. Shea y Karl Marx de Harold J. Laski, con traducciones de Salvador Novo y Antonio Castro Leal respectivamente. La fabulosa biblioteca privada del segundo reposa, entera –son casi 50 mil volúmenes si no mal recuerdo-, en las instalaciones de la Biblioteca Vasconcelos de Balderas.
Hoy en día, el Fondo de Cultura Económica es una de las más importantes casas editoriales de habla hispana, y de las de mayor prestigio en el mundo entero. Ha publicado más de 10 mil obras, de las que un aproximado de 5 mil se mantienen en circulación. De entre ellas destacan El Capital de Carlos Marx y la Fenomenología del espíritu de Hegel, en traducciones de Wenceslao Roces.
Cuenta con una cadena de 27 librerías en México, en ciudades que van de Monterrey a Tuxtla Gutiérrez, pasando por Saltillo y Apatzingán. Sus filiales en el extranjero se reparten entre Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, Perú, Venezuela y, desde luego, España. Sus alcances son, como tengo dicho, de rango bolivariano.
En cosa de unos días abrirá sus puertas la sucursal de Villahermosa bajo la advocación de José Carlos Becerra, incorporando con ello a Tabasco a esa gigantesca red internacional de conocimiento. Lo que en un principio quiso cumplir un propósito puntual, vinculado a la enseñanza de la Economía, terminó por convertirse en una fascinante arquitectura intelectual heredera institucional de la Revolución mexicana y que hoy, desde México, conecta a todo un continente. El fruto de aquél esfuerzo concentrado ha madurado para nosotros. La responsabilidad correspondiente, para poderlo disfrutar, es nuestra y solo nuestra.
Viernes 27 de mayo, 2016. Diario Presente. Villahermosa, Tabasco.
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