La originalidad de la Revolución Mexicana se debe a que no fue precedida de una verdadera teoría política. Evidentemente se encuentran en los hermanos Flores Magón algunos gérmenes de tipo teórico, pero su declarado anarquismo es contemporáneo o posterior a la gesta de Madero. Antes, en su lucha abierta contra la tiranía porfirista, no pasan de explayar sus buenas intenciones, su afán de justicia, su defensa de los pobres, su deseo de libertad. Las huelgas de Cananea y de Río Blanco son manifestaciones normales de la formación del proletariado y las revueltas campesinas fueron fácil y duramente reprimidas por el régimen imperante.
No que faltaran, naturalmente, antecedentes en pro de una justicia social desde la Independencia: en los textos de Morelos están ya expuestos claramente. De hecho la Revolución se vino sola por desgaste del régimen de Porfirio Díaz. Madero pudo contar, por lo menos, con la neutralidad de los Estados Unidos que luego, por medio de su embajador, ayudó a derrocarlo. En realidad, fue la traición del general Huerta la que «alevantó» al pueblo mexicano dándole una razón precisa para lanzarse en busca de una justicia y de una libertad de las que nunca había gozado. A pesar de todos los «planes», el único que señalaba directivas específicas desde el ángulo social fue el firmado por Zapata.
La Revolución Mexicana fue un auténtico alzamiento popular en busca de una vida mejor sin que supieran exactamente en qué consistía ni con qué medios alcanzarla. La lucha entre los caudillos no fue como en la Francesa y en la Rusa por heterodoxias surgidas de una misma base, sino por oposición entre facciones y más por razones personales que por divergencias ideológicas; aunque pronto se enfrentaron dos conceptos dispares –dejando aparte los que querían una vuelta al pasado-: la que representaron Madero y Carranza, formados en el porfirismo, y la que encarnaron Zapata, Villa, Obregón, Calles y Cárdenas, todos ellos de extracción modesta y, a las postre, vencedores. La revuelta Cristera fue de otro orden. Aunque las fechas son conocidas, las doy como telón de fondo de la narración de los hechos:
1890. Formación de clubes antirreeleccionistas y del «grupo científico» que une a los más de los ministros de Porfirio Díaz.
1892. Primer encarcelamiento de Ricardo Flores Magón. Represión de la sublevación de los indios yaquis.
1893. Clausura del periódico El Demócrata.
1900. Aparece Regeneración, de los Flores Magón.
1901. Congreso Liberal, en San Luis Potosí.
1903. Renuevo del antirreeleccionismo. Fundación en México del «Club Liberal Ponciano Arriaga». Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Ricardo Flores Magón, creyéndose y diciéndose liberales, llevan en sí una formación anarquista. Publicación y desaparición violenta de El hijo del Ahuizote.
1904. Reaparición de Regeneración en San Antonio, Texas, y luego en San Luis Missouri.
1906. Primera intentona revolucionaria. Huelga de Cananea. Programa y manifiesto del Partido Liberal Mexicano. Rafael de Zayas Enríquez expone con bastante claridad al general Díaz la situación: «No hay que equivocarse; el movimiento actual no es aislado ni está circunscrito a la clase obrera. Por el contrario, está muy generalizado y en él toman participación, ya directa ya indirecta, individuos de todas las clases sociales: de las ricas en una proporción mínima, de la burguesía en proporción mayor; de las bajas en cantidad creciente, arrastrados por las otras dos.
«Los primeros por ambición, los segundos por necesidad y para satisfacer anhelos, y los últimos acosados por la miseria y porque siempre y en todas partes son propensos a la sedición.
«Con verdadera habilidad se ha dado a este movimiento carácter de socialismo; pero la verdad es que, si por su parte social ataca al industrialismo (no al capitalismo, hay que tenerlo en cuenta), por su parte política ataca al Gobierno. Para convencerse de esto último basta ver la actitud de la prensa de oposición, cómo ha venido preparando y sosteniendo la acción, y cómo mezcla a las quejas del obrero las quejas de todo el pueblo, recogiendo cuidadosa y propalando mañosamente cuanta noticia, verdadera o falsa, pueda traer descrédito sobre los hombres públicos de cualquier categoría.»
Todo el resto del informe tiene la misma claridad y certeza. Posiblemente por eso mismo el general Díaz no le hizo el menor caso. (Florencio Barrera Fuentes. Historia de la Revolución Mexicana, T. I. pp. 195-6).
1907. Represión sangrienta de la huelga de Río Blanco.
1908. Segunda intentona revolucionaria. Prisiones y represión generalizada. Rebeliones y levantamientos en diversos puntos del país. Madero publica La sucesión presidencial.
1909. Campaña política por la No Reelección.
1910. Levantamiento en Yucatán. La revolución maderista.
1911. Zapata da a conocer el Plan de Ayala. Los Flores Magón invaden Baja California. Madero presidente. Prisión al general Reyes.
1912. Sublevación de Pascual Orozco y de Félix Díaz.
1913. La decena trágica. Asesinato de Madero y Pino Suárez. Huerta, presidente. Carranza se levanta en armas.
1914. Desembarco norteamericano en Veracruz, huida de Huerta. Desconocimiento por Villa de Carranza, presidente. La Convención de Aguascalientes desconoce a Carranza y nombra presidente a Eulalio Gutiérrez. Carranza, en Veracruz.
1915. Sucesión de presidentes. El general Obregón, a las órdenes de Carranza, derrota a Villa.
1916. Convocatoria para el Congreso Constituyente que se inaugura en Querétaro el 1 de diciembre.
1917. Proclamación de la Constitución. Carranza, presidente constitucional.
1918. Sublevación de Zapata, Villa y Félix Díaz.
1919. Asesinato de Zapata, fusilamiento de Felipe Ángeles. Álvaro Obregón, candidato a la presidencia.
1920. Bonillas, candidato de Carranza a la presidencia. Plan de Agua Prieta desconociendo a Carranza, según instrucciones de Adolfo de la Huerta. Asesinato de Carranza. De la Huerta, presidente provisional. Rendición de Villa. Deportación de Félix Díaz. Obregón, presidente constitucional.
1921. Creación del Ministerio de Educación: Vasconcelos, ministro.
1922. Sublevaciones y fusilamientos de los generales Murguía y Blanco.
1923. Dificultades entre el Estado y la Iglesia. Asesinado de Villa. Reanudación de las relaciones diplomáticas entre México y los Estados Unidos.
1924. Asesinato de Carrillo Puerto. Derrota de la rebelión delahuertista. Calles, presidente.
1925. Se establece la Iglesia Apostólica Mexicana.
1926. Se suprimen las concesiones petroleras de las zonas federales. Sublevación cristera. Aprobación de la No Reelección.
1927. Asesinatos de Serrano y Gómez, candidatos a la presidencia.
1928. Álvaro Obregón, presidente electo, asesinado. Emilio Portes Gil, presidente provisional. Vasconcelos, candidato.
1929. Pascual Ortiz Rubio, candidato del PNR de reciente formación. Rebelión escobarista. Fin de la guerra cristera. Ortiz Rubio gana oficialmente las elecciones.
1930. Ortiz Rubio, presidente.
1932. Abelardo Rodríguez, presidente.
1934. Lázaro Cárdenas, presidente.
1936. Calles, deportado.
1938. Expropiación petrolera.
1939. Manuel Ávila Camacho y Juan Andrew Almazán, candidatos a la presidencia. Llegada de numerosos intelectuales exiliados españoles. Manuel Ávila Camacho, presidente.
La sucesión de caudillos dio al país su aspecto histórico único, ya que la vida parlamentaria que, teóricamente, parecía el cauce normal de la Revolución vino muy a menos desde los primos tiempos de Carranza.
La traición de Huerta no fue más que eso: traición, un quítate tú para que me ponga yo, ya que Madero no había llevado a cabo ninguna auténtica revolución. Zapata queda aparte; no tenía por qué traicionar a nadie: lo mismo que estuvo contra Huerta, estuvo antes contra Madero. Villa es otra cosa: ante todo una formidable personalidad que lo lleva adelante, hasta la derrota y la muerte.
El interés personal de los jefes priva sobre el ideológico, por la sencilla razón, como hemos visto, de que éste no tenía formulación teórica. La gente se sacrificó por acabar con un régimen injusto con una utopía por meta.
La Revolución Mexicana, con Madero, ignora la razón profunda de su destino: el de la resolución del problema agrario. Lo intuyen muchos, lo sabe Zapata; existen antecedentes, pero sólo más tarde Obregón inicia auténticamente la política agraria aún circunscribiéndose a la dotación de ejidos a los pueblos por una parte y, por otra, en 1920, promulgando la «ley federal de tierras ociosas» y, en 1923, la «ley de tierras libres», para los mexicanos mayores de 18 años.
En 1927 se suprimió el requisito de «categoría política» ampliándose el concepto de núcleo de población con derecho a ejidos. Después, se aumentó la parcela ejidal atendiendo a necesidades inviolables. La administración del general Cárdenas aceleró el proceso de entrega de la tierra a los campesinos, el ejido colectivo. Los siguientes regímenes, hasta el del licenciado López Mateos, moderaron la entrega de tierras que, con el actual régimen, volvió a tomar impulso.
Como resultado de la Reforma Agraria se eliminó en parte la concentración territorial de la época porfiriana con su secuela de servidumbre.
Evidentemente, con la industrialización del país, se han vuelto a formar nuevos latifundios, pero no tienen ni pueden tener la importancia de los que destruyó la Revolución y aunque la condición campesina no ha mejorado extraordinariamente, la industrialización ha resuelto, en parte, el fermento revolucionario que la posesión de la tierra representaba en México. Mucho queda por hacer, pero el camino está trazado.
Dos fechas, dos libros filosóficos o de sociología, pueden encuadrar lo que se entiende por narrativa de la Revolución Mexicana: La evolución del pueblo mexicano,de Justo Sierra, y El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos. Entre ambos discurre el correr bronco de la Revolución.
Desde el punto de vista filosófico, hasta la aparición de los elementos formativos de la generación del Ateneo, reina sin mayor discusión el positivismo, defendido y propagado por Gabino Barreda. La corriente irracionalista, que le sucede en Europa a fines de siglo y principios de éste, halla ya en el Ateneo, y en seguimiento de Antonio Caso, defensores de este nuevo concepto del mundo, que no influye pero no obstruye el curso de la Revolución; aunque las primeras ideas de los Flores Magón, por ejemplo, deben más a Max Nordau o a Bakunin. Sin embargo, ningún caudillo de la Revolución –Madero, tal vez, aparte– dejó jamás de suponer la existencia de un discurso racional de la vida, pero se dejaron llevar, muchas veces, por impulsos que poco tenían que ver con la razón.
Era evidente que una Revolución de este tipo había de tener como uno de sus fines más inmediatos la educación de las masas. Por eso surgió Vasconcelos.
Max Aub, Guía de narradores de la revolución mexicana, SEP/FCE, México, 1969.
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