@IsmaelCarvalloR

Es mexicano de padre y madre nacido en Munich Alemania, en diciembre de 1974. Estudió ingeniería industrial en México, economía política internacional en Inglaterra e historia y filosofía en España. Su vida se organiza literal y metafóricamente alrededor de su biblioteca de la ciudad de México, que considera su único tesoro. Se tiene por autodenominado miembro vitalicio del Ateneo de Madrid, aquél bello lugar que jamás olvidará y donde vivió sus años más importantes de estudio y formación. Es miembro de la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos y director general del Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados.  

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Biblioteca del Ateneo de Madrid

La figura que más ha influido en él -por razones biográficas, históricas e intelectuales- es José Vasconcelos, del que le habló y habla desde siempre su abuelo materno y que admira y defiende por sobre todas las cosas. Para él no ha habido mexicano más grande que Vasconcelos, y cree que Daniel Sada es el más importante narrador mexicano -y de los más potentes en lengua española- que vivió en los últimos treinta o cuarenta años, pues logró algo que sólo puede compartirse con muy pocos, y que nadie garantiza que ocurra: acuñar un estilo propio, único, y casi irrepetible.

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V A S C O N C E L O S

Filosóficamente, su maestro es Gustavo Bueno, el conocimiento de cuya obra es una de las aventuras intelectuales más importante de su vida. Carlos Marx es para él la mente más poderosa que produjo el siglo XIX. Hasta que lo leyó puede decirse que comenzó entonces, verdaderamente, su proceso de maduración política e intelectual en sentido estricto.

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M A L R A U X

De André Malraux le queda la marca de la pasión por las grandes ideas y el correspondiente repudio de la pequeñez, por la política como trama de la historia y por el arte (la lectura de Las voces del silencio supuso para él un acontecimiento dramático y apasionado), así como la convicción de que no siempre en la vida se tiene la suerte de combatir. Cuando leyó Los días terrenales de José Revueltas en el Ateneo de Madrid, se activó en su mente un proceso de transformación intelectual que lo cambió para siempre.

Cada que puede, visita el Museo Nacional de Arte. Entre sus artistas predilectos se destacan los mexicanos Ángel Zárraga y Roberto Montenegro, y el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, además de que le fascinan el arte novohispano y las vanguardias de principios del siglo XX, en particular la rusa y el estridentismo mexicano, que prefiere mucho más que al muralismo nacionalista.

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En todo caso, nada del arte le es ajeno, pues en él encuentra lo más cercano a la perfección y el equilibrio, y porque en su tratamiento de la belleza nos aproxima -aunque sea tentativa y problemáticamente- a una cierta promesa de dicha, como decía Stendhal. Por eso es necesario.

ICR | Munich, Alemania, 1974 | Mexicano

De Carlos Marx le queda la lección de que la política es, por decirlo de algún modo, la «ciencia de las ciencias», en el sentido de que se trata del ámbito fundamental de la acción humana en donde se hace necesario columbrar panorámicamente la totalidad de las cosas y de percibirlas en su inserción en el gran telar de cada época, para así poder disponer de la voluntad y la pasión humanas y dirigir las configuraciones sociales mediante la forma dramática del Estado como arquitectura maestra de estabilización y como sistema por excelencia de la historia. Gustavo Bueno diría que esto hace de la política una práctica correlativa, en cuanto a su escala de implicación, a la filosofía.  

Su idea de la felicidad está asociada a la concepción aristotélica (la felicidad es el despliegue de la inteligencia y la potencia del entendimiento), a la de Spinoza (la libertad de la mente es la beatitud), a la de los estoicos (imperturbabilidad del alma, intereses universales y ausencia total de vanidad) y a la del Quijote (la paz está en la lucha). Fundamentalmente lo que quiere es no morir como un imbécil

Su otra gran pasión es el piano y el jazz, que entiende como una forma de estar y de plantarse en el mundo, que es lo que para la historia del arte del siglo XX se resume poderosamente en la figura soberbia y refulgente de Miles Davis. Su maestro fue Enrique Nery, cuya muerte significó mucho para él. Hay una sola cosa con la que sueña despierto: tocar con un trío como el que tuvo Bill Evans, que no deja de escuchar un solo instante, día y noche, y que ha moldeado por entero sus coordenadas musicales y su manera de entender la música, el arte, la vida y el estilo. La otra figura gigantesca que lo ha marcado para siempre es Astor Piazzolla, cuya obra adora con locura y que siente que es, quizá, lo mejor que ha dado Hispanoamérica a la historia de la música contemporánea. Considera que el mayor orgullo nacional es la Biblioteca Vasconcelos de Balderas de la ciudad de México.

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Bill Evans, Miles Davis, Cannonball Adderley y John Coltrane (1959)

Es de la impresión de que, además de crueldad histórica -hay quienes piensan que esto se debe al gaullismo, pues nunca fue partidario del general de Gaulle- es un error atroz de percepción el hecho de que Antoine de Saint-Exupéry, descubrimiento ciertamente tardío al tiempo que perturbador y explosivo, se recuerde solamente por un libro de catalogación más bien infantil -acaso haya sido leído solamente por los niños este escritor de los hombres-, cuando en realidad se trata de una autor titánico, de severidad bíblica, eterno, medible solamente con los más grandes de todos los tiempos, y el primero en haber experimentado -y traducir para nosotros- la soledad absoluta que subyuga cuando se surcan los cielos por la noche.

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Biblioteca Jaime García Terrés | BIBLIOTECA DE MÉXICO

Pero hay además una pasión muy especial y mucho más profunda, que es tal vez la que lo define medularmente y tiene que ver con la idea del Quijote y de Marx, y que también está expresada en Malraux, Hemingway, Saint-Exupéry, Vasconcelos y Revueltas, según la cual vivir es militar, y que es sólo en el combate donde el hombre se define de manera esencial al serle permitido levantar el vuelo épico, y mostrar de lo que está hecho. Por eso la persona viva que más admira es Andrés Manuel López Obrador, el máximo líder de su generación que a base de lucha y  combate social y político durante décadas es que puede medirse hoy con entereza y dignidad, y con la frente en alto, con los poderosos del país y del mundo, y sabe que cuando él se vaya de la vida pública se llevará consigo toda una época y una forma de hacer política, razón por la cual está por tanto seguro de que se trata del último caudillo de la historia de México que recoge una tradición de la que participaron los liberales del XIX y que quiso actualizar Vasconcelos, y que algunos conceptuaron como mística republicana y conectaron con las ideas de gloria y grandeza, así como con las revoluciones, los himnos, los debates parlamentarios encendidos, y los héroes románticos, los mártires y los grandes hombres que usaban vocabulario de creyentes.  

Y es por eso también que la literatura de Norberto Fuentes, el biógrafo de Fidel Castro y el mejor cronista vivo de la revolución cubana, es tan importante para él, porque entendió todo esto a la perfección y desde el principio y se destila prácticamente en cada línea que escribe, y no exagera, de una manera bella, profunda, estremecedora, épica, balzaquiana. Muchos se preguntarán sobre la utilidad de todo esto, pero él no puede dejar de volver una y otra vez a esos textos de Fuentes en los que habla todo el tiempo de esa extraña felicidad que se produce cuando regresas al combate, entre otras cosas porque, como diría Selma Ancira, no sabe vivir de otra manera.  

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Si alguien quisiera saber en qué momento vive él en estado puro, y respira a pulmón pleno y en paz, diría que recostado al lado del amor de su vida –un ángel bello de ojos verde olivo que se perdió del cielo y que lo es todo para él– observando los atardeceres y los amaneceres de todos los ocasos y todas las mañanas.

Es lo cierto, eso sí, que respirar a pulmón pleno significa también para él estar buscando libros de viejo en la calle de Donceles, pasando a devorárselos luego con deleite lezamiano y hoja a hoja en alguna cafetería o cantina vieja, y perdida, del centro histórico de la ciudad de México.

Si por otro lado se le preguntara en qué época y lugar le hubiera gustado haber vivido, su respuesta sería: en la Viena de entreguerras, formando parte del grupo de discusión de Antonio Gramsci.