Ha muerto Javier Marías. Acabo de ver la noticia con una sorpresa total. Tenía apenas 70 años, muriéndose por las complicaciones pulmonares producidas a consecuencia del Covid. Me ha dado mucha pena su fallecimiento.
No lo tenía leído a consciencia ciertamente. Apenas tres o cuatro libros cuando mucho. Escribo esto sin estar en mi biblioteca al lado para poder cotejar la obra suya con la que cuento y he leído. Recuerdo de inmediato Un hombre sentimental, con esa hermosa portada con el inconfundible lienzo de Edward Hopper ‘New York Restaurant’ de 1922, editado por Alfaguara en 1986. ‘Yo no quiero morir como un imbécil’, dice en algún momento del libro en un fragmento bellísimo, en el que aquel hombre de la novela le explica a una mujer la idea fundamental de que morir como un imbécil significaría no vivir la vida a su lado, y que sólo teniéndola consigo en el momento de la muerte podría entonces serle evidente que no estaba muriéndose como un imbécil porque ella estaba ahí.
Yo he podido ya constatar lo que supone no morir como un imbécil en el sentido dicho, porque ya pude ver a mi padre al lado de mi madre viéndola morir junto con todos nosotros, cerrándole los ojos y la mandíbula luego de la fatiga absoluta y dolorosa a la que la sometió un cáncer de mierda que terminó por vencerla, y que dejó como huellas en mi padre la desviación de su columna derivada de las tantas veces que tuvo que cargarla en calidad de bulto en sus últimas semanas de vida, y a mí una marca de vitiligo en el borde de mi boca que a veces se va y a veces regresa como registro somatizado de la angustia que te produce no saber qué hacer cuando tu madre se te muere. Aquí está una de las maravillosas lecciones de la gran literatura y de los grandes escritores, que le dan sentido a una experiencia concreta transformándola en belleza, en este caso mediante la significación poética de un instante.
También recuerdo El siglo, original de 1983 aunque mi edición es de Debolsillo mucho más reciente. Es una novela sobre la vida de un hombre común y corriente, Casaldáliga, ambientada durante la primera mitad del siglo XX español y contextualizada, por tanto, en le era del franquismo. De este libro recuerdo otra parte muy bella narrativamente en la que el padre de este hombre le dice que lo verdaderamente fundamental en la vida es encontrar un destino, una línea y un punto de fuga que te guíe; un horizonte, una misión. Recuerdo que, entre otras cosas, al leer esto fue que comencé a desear (o a desear más intensamente aún) tener un hijo, para ayudarle en la tarea. Un destino, lo fundamental es forjarse un destino.
Hay otro libro que leí también hace tiempo, y que disfruté muchísimo por ser de un género que me produce un gran interés. No recuerdo su nombre, pero era una recopilación de ensayos breves sobre algunos de los principales autores de la literatura universal. Si lo encuentro, nomás pueda, haré una reseña procedente.
Javier Marías (1951-2022) se licenció en Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, con especialidad en Filología inglesa, y fue profesor en las universidades de Oxford y en el Wellesley College. Alguna vez escuché una conferencia suya en inglés, y se destacaba de manera notable su solvencia en esa lengua. Entiendo que fue lector apasionado de Shakespeare.
Ideológica y políticamente no pude nunca situarlo. No sé si era progre, ni tampoco si era en realidad conservador. Tal ves haya sido un liberal a la inglesa, precisamente. En todo caso no quise nunca abundar en ello, sobre todo porque la suya es una de las prosas que más me ha interesado seguir en los últimos años, un poco en la línea de Juan Benet y tal vez en la de Céline o algo así.
Entiendo que Tu rostro mañana es algo así como su novela total o definitiva, organizada en tres volúmenes. No la tengo aún en mi biblioteca, pero ahora que ha muerto la tendré y la leeré en algo así como el mejor homenaje que se me ocurre puede hacérsele a cualquier escritor: leerlo.
Entiendo también que fue buen amigo de Arturo Pérez-Reverte, su contemporáneo. A mí me hubiera gustado mucho poder tener una charla con los dos –una tertulia en toda regla no sé si me explico– en el Café Comercial de Madrid por ejemplo, que es uno de los lugares más entrañables que he conocido en mi vida y que representó para mí una suerte de segundo santuario intelectual, después del Ateneo, durante esos años de formación tan importantes que tuve yo en esa ciudad.
Recuerdo que solía ver sus fotografías en su biblioteca, reconociéndome de cuerpo entero en tremendas estanterías repletas de libros para los cuales no es posible que haya vida suficiente para leer, pero que encapsulan universos definitivos y fascinantes y llenos de vida pero traducida en la de los miles y miles de destinos encerrados en todos esos millones de páginas.
Hubiera sido interesante realizarle una entrevista a Javier Marías. Ya no será posible jamás. Lo tenía como el escritor español vivo más importante en la línea de los grandes escritores que España ha dado al mundo como Pérez Galdós o Valle-Inclán. No sé si le hubiera gustado la comparación, acaso haya sido más interesante para él que se le asociara con alguien como Juan Benet.
Ha muerto Javier Marías. Acabo de ver la noticia con una sorpresa total. Tenía apenas 70 años, muriéndose por las complicaciones pulmonares producidas a consecuencia del Covid. Me ha dado mucha pena su fallecimiento.
No lo tenía leído a consciencia ciertamente. Apenas tres o cuatro libros cuando mucho. Escribo esto sin estar en mi biblioteca al lado para poder cotejar la obra suya con la que cuento y he leído. Recuerdo de inmediato Un hombre sentimental, con esa hermosa portada con el inconfundible lienzo de Edward Hopper ‘New York Restaurant’ de 1922, editado por Alfaguara en 1986. ‘Yo no quiero morir como un imbécil’, dice en algún momento del libro en un fragmento bellísimo, en el que aquel hombre de la novela le explica a una mujer la idea fundamental de que morir como un imbécil significaría no vivir la vida a su lado, y que sólo teniéndola consigo en el momento de la muerte podría entonces serle evidente que no estaba muriéndose como un imbécil porque ella estaba ahí.
Yo he podido ya constatar lo que supone no morir como un imbécil en el sentido dicho, porque ya pude ver a mi padre al lado de mi madre viéndola morir junto con todos nosotros, cerrándole los ojos y la mandíbula luego de la fatiga absoluta y dolorosa a la que la sometió un cáncer de mierda que terminó por vencerla, y que dejó como huellas en mi padre la desviación de su columna derivada de las tantas veces que tuvo que cargarla en calidad de bulto en sus últimas semanas de vida, y a mí una marca de vitiligo en el borde de mi boca que a veces se va y a veces regresa como registro somatizado de la angustia que te produce no saber qué hacer cuando tu madre se te muere. Aquí está una de las maravillosas lecciones de la gran literatura y de los grandes escritores, que le dan sentido a una experiencia concreta transformándola en belleza, en este caso mediante la significación poética de un instante.
También recuerdo El siglo, original de 1983 aunque mi edición es de Debolsillo mucho más reciente. Es una novela sobre la vida de un hombre común y corriente, Casaldáliga, ambientada durante la primera mitad del siglo XX español y contextualizada, por tanto, en le era del franquismo. De este libro recuerdo otra parte muy bella narrativamente en la que el padre de este hombre le dice que lo verdaderamente fundamental en la vida es encontrar un destino, una línea y un punto de fuga que te guíe; un horizonte, una misión. Recuerdo que, entre otras cosas, al leer esto fue que comencé a desear (o a desear más intensamente aún) tener un hijo, para ayudarle en la tarea. Un destino, lo fundamental es forjarse un destino.
Hay otro libro que leí también hace tiempo, y que disfruté muchísimo por ser de un género que me produce un gran interés. No recuerdo su nombre, pero era una recopilación de ensayos breves sobre algunos de los principales autores de la literatura universal. Si lo encuentro, nomás pueda, haré una reseña procedente.
Javier Marías (1951-2022) se licenció en Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, con especialidad en Filología inglesa, y fue profesor en las universidades de Oxford y en el Wellesley College. Alguna vez escuché una conferencia suya en inglés, y se destacaba de manera notable su solvencia en esa lengua. Entiendo que fue lector apasionado de Shakespeare.
Ideológica y políticamente no pude nunca situarlo. No sé si era progre, ni tampoco si era en realidad conservador. Tal ves haya sido un liberal a la inglesa, precisamente. En todo caso no quise nunca abundar en ello, sobre todo porque la suya es una de las prosas que más me ha interesado seguir en los últimos años, un poco en la línea de Juan Benet y tal vez en la de Céline o algo así.
Entiendo que Tu rostro mañana es algo así como su novela total o definitiva, organizada en tres volúmenes. No la tengo aún en mi biblioteca, pero ahora que ha muerto la tendré y la leeré en algo así como el mejor homenaje que se me ocurre puede hacérsele a cualquier escritor: leerlo.
Entiendo también que fue buen amigo de Arturo Pérez-Reverte, su contemporáneo. A mí me hubiera gustado mucho poder tener una charla con los dos –una tertulia en toda regla no sé si me explico– en el Café Comercial de Madrid por ejemplo, que es uno de los lugares más entrañables que he conocido en mi vida y que representó para mí una suerte de segundo santuario intelectual, después del Ateneo, durante esos años de formación tan importantes que tuve yo en esa ciudad.
Recuerdo que solía ver sus fotografías en su biblioteca, reconociéndome de cuerpo entero en tremendas estanterías repletas de libros para los cuales no es posible que haya vida suficiente para leer, pero que encapsulan universos definitivos y fascinantes y llenos de vida pero traducida en la de los miles y miles de destinos encerrados en todos esos millones de páginas.
Hubiera sido interesante realizarle una entrevista a Javier Marías. Ya no será posible jamás. Lo tenía como el escritor español vivo más importante en la línea de los grandes escritores que España ha dado al mundo como Pérez Galdós o Valle-Inclán. No sé si le hubiera gustado la comparación, acaso haya sido más interesante para él que se le asociara con alguien como Juan Benet.
Pues eso. Descanse en paz.
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