Chestertoniana

XVI. Sobre la educación

Tenía un amigo que solía decir “es todo un tema” cuando nos cruzábamos con algo peliagudo o enredado, y casi casi que para evadirlo. Eso es lo que exactamente yo creo respecto de la educación: es todo un tema, casi un enigma, al igual que el de la felicidad, en el sentido de que todo mundo está de acuerdo en que la educación es algo muy importante y necesario, o bien que todo mundo quiere ser feliz: el problema viene cuando se les pregunta en qué consiste la educación, o la felicidad, y entonces aparecen miles de definiciones, todas ellas subjetivas, asistemáticas y descoordinadas. Es todo un tema.

Vasconcelos decía, haciéndolo contra las pedagogías de moda de su tiempo inspiradas en Rousseau según las cuales había que quitarle a la educación el carácter de regla impuesta para dejar que el niño se desarrollara libremente según sus instintos naturales, que el maestro, y la educación, deben de seguir más bien el modelo del cultivador de la tierra, que para hacerla fértil y productiva se debe intervenir en ella, ararla, trazarle brechas, barbecharla, cortar la hierba mala o inútil, despejar el terreno de todo lo que no sirva para la siembra:

‘A partir de Rousseau, nos dice en su majestuoso De Robinson a Odiseo –un libro que nadie lee ni conoce, mucho menos los maestros o los dueños de escuelas o los secretarios de educación, más atentos a la última moda pedagógica que nos venga siempre, siempre, del extranjero, o que aparezca en alguna Ted Talk emotivista y cursi o, peor aún, que provenga de alguna Facultad de pedagogía con alguna teoría o bien resentida, o bien burguesa y superacionista–, los educadores se preocupan de quitar a la enseñanza el carácter de regla impuesta a la conciencia desde el exterior. Y se complacen imaginando que el niño en libertad, a semejanza del hombre natural hipotético, desenvolverá los más recónditos tesoros de su particular idiosincrasia. De paso, acusan a la escuela de no hacer otra cosa que sofocar el ímpetu de la semilla maravillosa del crecimiento. Se asienta de esta manera la escuela nueva en el mito del niño que emerge puro del plasma virginal de la especie’.

Esto fue escrito en 1935, hace ya casi cien años, y su vigencia crítica se mantiene intacta. Yo la otra vez vi a un secretario de educación –y no daré nombres, aunque me quede con las ganas– decir que lo fundamental era que los estudiantes aprendieran inglés y tuvieran computadoras, como si fuera posible reducir a eso la visión educativa de una nación. El problema es que tal vez eso sea precisamente lo que los padres quieren para sus hijos: que hablen inglés y lo demás no importa, y da lo mismo si saben historia de su país, o si aprenden geometría o a redactar con propiedad. Lo importante es hablar buen inglés y tener inteligencia emocional, según escuché también la otra vez a un padre que estaba muy contento porque tenían esa materia en la escuela de su hijo y ese era precisamente el gran libro que estaba leyendo en esos momentos (podemos suponer que también era el libro de cabecera de maestros y directivos por igual): ni historia para saber lo que es el coraje patriótico o aprender a ser un ciudadano histórico como dijera Carlos Marx, ni geometría ni redacción, inteligencia emocional y aprender a ser ricos, eso sí, es lo importante, y lo demás que se resuelva con un Power Point.  

Alfonso Reyes decía –en otro texto perfecto y bello que es la Cartilla moral de 1944, y que el único que se ha puesto a hablar públicamente de él desde hace años no es ni pedagogo, ni coach de moda o espiritual ni “experto” en el desarrollo de competencias, es el presidente López Obrador– que el hombre debe educarse para el bien, recordando que en Platón ese bien se conecta con la sabiduría y la educación precisamente, pues al mal se llega por ignorancia, y que en el cristianismo se conecta con la caridad y la redención, pues al mal se llega por inclinación.

El platonismo se mantiene de algún modo en el humanismo renacentista e ilustrado, que buscaban desarrollar a plenitud la potencialidad del ser humano en función de dos amenazas que en cada época se detectaban: en el Renacimiento, esa amenaza era el fanatismo religioso derivado de las guerras de religión producidas por el cisma protestante de Lutero; en la Ilustración, la amenaza estaba constituida por los nacionalismos extremos y el problema de la esclavización del hombre por la máquina y los intereses económicos. Para lograr ese desarrollo, el mecanismo era precisamente el de la educación.

El humanismo socialista (o marxista), según explica Erich Fromm en Humanismo socialista, planteaba en cambio que el desarrollo de ese potencial humano sólo se podría lograr mediante la transformación radical de las estructuras económicas, que era la que estaba detrás como soporte de las trabas y grilletes que mantenían al hombre sometido bajo todo tipo de esclavitudes, ya sean materiales, ya sean ideológicas.

Chesterton también consideraba todo un tema esto de la educación, según cuenta en su artículo ‘A propósito de la educación’ de enero de 1907 (Vegetarianos, imperialistas y otras plagas; Encuentro, Madrid, 2020), pues para él ‘las reuniones sobre educación siempre son interesantes, por la sencilla razón de que bajo el título de “educación” se puede debatir cualquier tema que pase por la cabeza. Nadie se percata de ello, a pesar de todo lo que se habla sobre la educación.’

Ahí está la cuestión: en la educación cualquier cosa cuela, desde la inteligencia emocional si ese es el tema o libro de desarrollo humano de moda hasta dictar la clase con memes, como ya me tocó corroborar con terror y repulsión en una universidad, y no doy nombres sin que siquiera tenga ganas, porque es irrelevante y así están las escuelas por todos lados y a todos los niveles. El meme, tal es el método de enseñanza en la actualidad, y tal es también el método mediante el que la gente se forma una opinión política.

Y ya vemos que hace cien años o más las cosas estaban más o menos igual, lo que supone tal vez que aquí la escala de tiempo para comprender la evolución o degeneración de estas cosas es por lo menos de doscientos o más años, para poder apreciar los verdaderos cambios cualitativos en su justa magnitud y contraste.

Tal vez por eso haya sido Chesterton tan radical en su artículo –supongamos que estaba escrito contra algo muy puntual, en una coyuntura muy puntal–, porque lo que vino a decir después es que ‘lo principal respecto al tema de la educación es que no es un tema. No existe la educación. No es más que una frase vaga para transmitir a los demás cualquier verdad o virtud que tengamos. Es característico de nuestra época que cuanto más dudamos del valor de la filosofía, más seguros nos mostramos del valor de la educación. En otras palabras, cuanto más dudamos de si tenemos alguna verdad, más seguros estamos (aparentemente) de que se la podemos enseñar a los niños’.

Es todo un tema ciertamente esto de la educación, a tal grado que Chesterton incluso, ya lo vemos, se arriesgó a decir entonces, de plano, que en realidad ni siquiera lo es, para cerrar la discusión de tajo o algo así. Vasconcelos decía que lo fundamental era que los niños (y adolescentes y jóvenes y adultos) leyeran a los clásicos, refiriéndose desde luego a la antigüedad clásica greco-helenística y romana, porque sólo a través de ellos era posible que se les configurara un destino radiante y en proceso, en marcha, que es la perspectiva que él denominó totalismo clásico, y que tiene, en efecto, la distancia suficiente de varios siglos para poder dársenos a la experiencia con todas las posibilidades del contraste y la comparación, además de que al ver las cosas tan a lo lejos nos permite ver completos los ciclos históricos de nacimiento, ascenso, esplendor, cima, decadencia y fin, y constatar entonces cuáles son los errores y los aciertos –y qué es un error y qué es un acierto– según las consecuencias que para un pueblo, nación o imperio trajeron unos y otros.

Y es que la verdad de las cosas es que yo ni siquiera puedo ponerme exigente o exquisito, porque mi educación fue por lo demás bastante ordinaria y sin brillo, todo lo que vino después lo realicé de forma completamente autodidacta, y de Vasconcelos nadie en absoluto nunca me habló, en escuela alguna; el que lo hizo todo el tiempo fue mi abuelo Luis Robledo Mora, cambiándome al hacerlo la vida para siempre.

Tal vez sea yo, a estos efectos, bastante pesimista, o tal vez me esté tomando las cosas demasiado en serio, y la educación es algo que ni siquiera existe, tan sólo es un pretexto, como dijera Chesterton. Es todo un tema en todo caso, la verdad. Lo de la educación es todo un tema.     

A %d blogueros les gusta esto: