GAP Andrés Molina Enríquez Política

AMLO: de Aristóteles a Marx, pasando por Maquiavelo

Si hay algo que me sorprende extraordinariamente del presidente López Obrador, es la manera en que en su conducta, liderazgo y forma de ejercer el poder te es posible confirmar la riqueza y claridad de los clásicos de la filosofía política.

Es muy común, en las carreras de ciencias sociales o de humanidades, pasar por encimita y mero trámite la lectura de los clásicos, que suelen considerarse aburridos, alejados de nuestra realidad o tal vez demasiado abstractos, razón por la cual ni siquiera se leen a consciencia; pero se equivoca todo el mundo, porque los que verdaderamente son clásicos lo son en realidad por el hecho de que tocaron la médula de cuestiones fundamentales y sobre todo permanentes o universales.

Y es que, además, es cada vez más frecuente, si no es que en realidad se trata ya de la regla general, que te cruces con comentaristas “expertos” en esto o aquello: en ciencias políticas, en derecho electoral, en economía, en finanzas, en seguridad, presentándose con sus doctorados para luego decir o escribir una serie de obviedades verdaderamente sorprendentes: los casos de José Woldenberg, José Antonio Crespo o Ciro Murayama, son ejemplos elocuentes de este tipo de pseudo intelectuales o académicos que no hacen más que escribir simplezas sin fuerza teórica o potencia filosófica, y que se mueven siempre en el esquema simplón de la defensa de la democracia y las instituciones.

En todo caso, a mí los autores que constantemente me recuerda AMLO son Aristóteles, Maquiavelo y Marx, sobre todo en lo relativo a su teoría del poder político y de las formas de gobierno (recomiendo ampliamente, a estos efectos, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político de Norberto Bobbio, libro con el que sería suficiente para comprender más de política que los tres inocuos que acabo de mencionar).

Para Aristóteles, el poder o autoridad puede ser ejercido por una persona, por unos pocos o por la mayoría. Si en cada caso se gobierna en vista del interés general, entonces serán gobiernos rectos; si, por el contrario, quienes gobiernan atienden al interés particular (de uno, de pocos o de la mayoría), serán gobiernos desviados. Y de ahí las seis formas de gobierno en función de si el gobierno está en manos de uno, de pocos o de muchos: monarquía, aristocracia y democracia, para los casos rectos, y tiranía, oligarquía y demagogia, para las correspondientes desviaciones.

Para Maquiavelo, no es la sociedad en abstracto sino el Príncipe –el gobernante- la figura fundamental de la política. El príncipe maquiavélico es entonces algo así como el gran político, el gran líder virtuoso y prudente, que para él era César Borgia o Fernando el Católico, cuya vida y acción están determinadas por una tarea de gran envergadura histórica: la del ejercicio del poder orientado al mantenimiento de la unidad política (en su caso, la unida de Italia).

Para Marx no se trataba tanto de pensar en términos de gobernar bien o mal, o en interés general o particular, sino de introducir a la economía en la dialéctica de los procesos históricos, estableciendo una conexión entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de ellas derivadas para explicar las contradicciones fundamentales de la sociedad como motor de los grandes cambios de la política. 

El presidente es claramente un gran líder o gran político en el sentido de Maquiavelo –nadie puede negar, caiga bien o caiga mal, que es un líder populista indiscutible–, que ha activado un proceso amplio de politización popular para enderezar a la democracia como forma de control de la oligarquía (Aristóteles, y también Maquiavelo), y que lo hace en función de una desigualdad económica derivada de un modelo de acumulación capitalista (Marx, y también Aristóteles) que era ya insostenible por sus consecuencias sociales y de seguridad nacional.

Créanme: lean el libro de Bobbio y saquen sus propias conclusiones.  

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