Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar se desplazaban con una calma paralizadora por apacible y dócil, y a una temperatura que acusaba una tibieza que era como si dijéramos un perfume de lo tenue y de lo amable y de lo dulce, o como la caricia de una madre en momento de peligro.
En tus pies hundidos en la arena se detectaba una perfección casi mágica, manifestada en una mezcla equilibrada de fuerza y de delicadeza transida de sensualidad que se ofrecía al mundo y a la naturaleza y al sol mediante la forma de venas destacadas en tu empeine como registro del torrente poderoso de una sangre que fluía con densidad y tensión.
La blancura de tu piel no menos exquisita recortaba en el horizonte la escuadra de tus piernas recogidas con recato y sostenidas en un sólo abrazo con tus manos mediante el que quedaba dispuesta una apoyatura para tu cabeza que se inclinaba lánguida en hermoso gesto de cabeza de ángel que caía, mirando hacia mí con unos ojos entre el azul como el acero y ligero como el de las olas, y el verde olivo de unas hojas de no importa qué té.
Qué amor, me dijiste. Qué amor me dijiste. Qué. Amor. Me dijiste. Y yo entonces cerré los ojos y te adoré. Cerré los ojos y te adoré.
Broch/ICR | Diciembre 17, 2021
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Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar se desplazaban con una calma paralizadora por apacible y dócil, y a una temperatura que acusaba una tibieza que era como si dijéramos un perfume de lo tenue y de lo amable y de lo dulce, o como la caricia de una madre en momento de peligro.
En tus pies hundidos en la arena se detectaba una perfección casi mágica, manifestada en una mezcla equilibrada de fuerza y de delicadeza transida de sensualidad que se ofrecía al mundo y a la naturaleza y al sol mediante la forma de venas destacadas en tu empeine como registro del torrente poderoso de una sangre que fluía con densidad y tensión.
La blancura de tu piel no menos exquisita recortaba en el horizonte la escuadra de tus piernas recogidas con recato y sostenidas en un sólo abrazo con tus manos mediante el que quedaba dispuesta una apoyatura para tu cabeza que se inclinaba lánguida en hermoso gesto de cabeza de ángel que caía, mirando hacia mí con unos ojos entre el azul como el acero y ligero como el de las olas, y el verde olivo de unas hojas de no importa qué té.
Qué amor, me dijiste. Qué amor me dijiste. Qué. Amor. Me dijiste. Y yo entonces cerré los ojos y te adoré. Cerré los ojos y te adoré.
Broch/ICR | Diciembre 17, 2021
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