Chestertoniana

VIII. El contribuyente indignado

No quiero cometer una barbaridad o una insolencia, porque el asunto tiene su fondo. La clave es definir bien, claro está, los elementos de ese fondo.

Es obvio que todo ciudadano de bien lo es, entre otras cosas, porque paga sus impuestos. Y si además resulta que está al tanto del destino que a esos recursos públicos se le da por parte del gobierno, podemos estar seguros de que estamos ante un ciudadano ciertamente ejemplar. Responsable, politizado y ejemplar. 

Hasta ahí todos de acuerdo. Pero es que no pude evitar la sonrisa cuando leí a Chesterton hacer mención del “contribuyente indignado” con toda la carga de ironía que lo caracteriza. El artículo en cuestión es el de ‘Correr tras el propio sombrero’ (Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos), Acantilado, 2005), título que es sólo un pretexto para hablar, como Platón, de otras cosas como la aventura, el romanticismo y la imaginación (o la falta de ella).

Resulta que comienza Chesterton por decirnos lo mucho que lamenta no estar en la ciudad de Londres cuando se inunda, pues las inundaciones son una de las más perfectas manifestaciones del sentido poético que en el mundo es dable encontrar: ‘No hay nada tan perfectamente poético como una isla, y un barrio, cuando se inunda, se convierte en un archipiélago’, nos dice.

Y continúa luego así: ‘Hay quien opina que estas visiones románticas del agua o el fuego faltan ligeramente a la verdad. Pero, en realidad, la visión romántica de tales inconvenientes es tan práctica como la otra. El auténtico optimista, que ve en estas cosas una oportunidad para el disfrute, es al menos tan lógico y mucho más sensato que el consabido “contribuyente indignado”, que sólo ve en ellas una ocasión para quejarse… La mayoría de los inconvenientes que hacen blasfemar a los hombres y llorar a las mujeres son, en realidad, inconvenientes de índole sentimental o ficticia, pertenecientes todos al ámbito de la imaginación.’

El contribuyente indignado: figura pintoresca con la que me he cruzado yo muchas veces, y que casi siempre se indigna por cierto, y yo no sé por qué, cuando se trata del hecho de que los “impuestos que todos pagamos” son usados en lo que suele denominarse gasto social, que por lo general es visto por ellos –por el contribuyente indignado quiero decir– como un dispendio populista, o como pernicioso subsidio que fomenta la holgazanería del pueblo.

Es una cosa curiosa ciertamente esto del contribuyente indignado, además de contradictoria cuando se contrasta con los momentos en que tiene que evadir el pago de impuestos a través de las factureras, verdaderas cajas negras de crimen organizado manejadas por delincuentes de cuello blanco que están, eso sí, en contra del populismo y de los subsidios.

Pero para Chesterton el contribuyente indignado es sobre todo esa persona que no pierde ocasión para quejarse del gobierno, y yo añadiría que sobre todo cuando se trata de lo que no se cansan de llamar sin definir, en efecto, gobiernos populistas.

En realidad, pienso que lo que está de fondo de todo esto es un desprecio o una incomprensión, o las dos cosas a la vez más bien, hacia los políticos, la política y el gobierno, razón por la cual lo más común es que el contribuyente indignado considere dos cosas siempre por igual: que el político es un “empleado” del contribuyente o de la sociedad, y que todos en realidad –los políticos–, y esto es quizá lo peor, son iguales.  Algo he de escribir después sobre esto con más calma.

Y es que en todo caso dice Chesterton que, más que de la balanza de las finanzas públicas de un gobierno, de lo que se trata es de la falta de imaginación, de romanticismo y de perspectiva cuando se trata de encarar un inconveniente, como el inconveniente de una inundación (ya decía también Spinoza que en realidad el mal y el bien no existen como tal, sino que lo que hay son buenas relaciones o malas relaciones según sea el caso):

‘Y los inconvenientes, como ya he dicho, no son más que el aspecto más accidental y menos imaginativo de una situación verdaderamente romántica. Una aventura no es más que un inconveniente convenientemente considerado. Un inconveniente es sólo una aventura considerada equivocadamente.’

No vamos a decir tampoco que esté mal que un ciudadano se interese por lo que su gobierno hace con los impuestos, lo que no obsta para que digamos que lo que sí que cansa bastante, al nivel del aburrimiento extenuante, es el clásico contribuyente indignado –un representante del empresariado, por ejemplo, que siente que son ellos y solo ellos los dueños de su país porque son ellos, y solo ellos, “los que generan empleos”– que lo único que sabe hacer es quejarse del gobierno, además de que suela decir también siempre que “él no sabe nada de política” para decir también después, al instante, que todos son iguales.

Otra cosa es, eso sí, lo que tiene que ver con los grandes evasores de impuestos. Los verdaderos grandes. Pero ahí la situación se mantendría en el mismo tenor en caso de que el gobierno los quiera obligar a pagarlos, solo que con otros nombres. Porque ahora, en vez del contribuyente indignado, se nos aparecerá el empresario indignado, diciendo que el gobierno, lo que quiere, es extorsionarlos.

Y entonces volveríamos al mismo punto de inicio, que como tengo dicho se trata más bien del telón de fondo general que enmarca lo que hasta aquí les vengo yo queriendo decir no sé si me explico: que todos los políticos, todos, son iguales.

Pero qué aburrición, madre mía, qué aburrición.

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