Efreneidas

José Gorostiza. Poeta y prosista

No es la Poesía un bien de poco más o menos. Por encima de ella ya no hay sino la Sabiduría, con mayúscula inicial, no la de ciencias –y la SANTIDAD. Todas mayúsculas.

Así es como dice Efrén Hernández en su comentario sobre los atributos de José Gorostiza como poeta total por decirlo de algún modo, en artículo de febrero de 1949 aparecido en la revista América número 59 (‘José Gorostiza. Poeta’, Obras completas de Efrén Hernández, Tomo II, FCE, México, 2012, pp. 301 y 302), o más bien habría que decir tal vez que como prosista total, que es lo que, meses después (‘José Gorostiza. Prosista’, América número 61, agosto del 49, Ibid., p. 304), habría de afirmar también Efrén sobre el particular.

Yo recuerdo haber dicho en algún lugar y ocasión que el cetro de gran prosista estaba disputado en México, desde mi modesto juicio, entre una nómina en la que, por lo menos, deberían de estar presentes Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet, Salvador Elizondo, Juan García Ponce y José Revueltas (cuyos ensayos políticos son sencillamente perfectos en cuanto a flujo, sintaxis, equilibrio y consistencia), pero hete aquí que para Efrén Hernández: ‘José Gorostiza, uno de los más grandes poetas en español de todos los tiempos, con la sola muestra de estas cinco cuartillas en prosa nos proporciona documento suficiente para saludarlo, además, como uno de los más grandes prosistas’. (p. 304).

Las cuartillas de las que habla contienen el relato que Gorostiza publicó también en América (en ese mismo número 61) bajo el título de «Metamorfosis del amigo». Las cosas las lleva a tal registro Efrén como para afirmar que Huxley, Kafka o Sartre tuvieron sin duda una mejor tribuna, ‘pero nunca inteligencia por encima de la excepcionalísima de José Gorostiza’, afirmación que a mí me complace bastante porque ya son muchos los años que llevo diciendo que ya está bien de andar hablando todo el tiempo de que sólo Joyce o Kafka o algún otro europeo son los verdaderamente grandes cuando en México y en América tenemos a tantos que no le piden nada a nadie, y que se miden con cualquiera (a mí, por ejemplo, El hombre sin atributos de Musil, otro de los grandemente venerados, me dejó por completo indiferente).

Ahora bien, la cuestión habría que centrarla en la afirmación inicial de Efrén Hernández, según la cual por encima de la poesía solo están la sabiduría y la santidad. Me parece que fue Vasconcelos el que utiliza estos conceptos en la exposición inicial a su Historia del pensamiento filosófico, que desafortunadamente no tengo ahora a la mano para hacer la consulta correspondiente, en el sentido de exponer –a ver si no me equivoco– una suerte de movimiento trifásico, al modo comtiano, según el cual hay una ascensión (por decirlo así) que va del pensamiento poético al pensamiento teológico o místico pasando por el filosófico (he de revisar luego esto a detalle para corregir según proceda).

Es obvio que desde un punto de vista ateo y materialista como el mío, semejantes afirmaciones, tanto la de Vasconcelos como la de Efrén, son insostenibles, pues la filosofía en sentido estricto (que es aquél que encuentra su origen fundamental e inamovible en el zócalo de la cultura griega de la antigüedad), de donde procede, es de las ciencias y las técnicas, es decir, de los planos operatorios y pragmáticos de configuración de la realidad, razón por la cual Gustavo Bueno subraya la idea platónica de que la filosofía es una geometría de las ideas.

Fue Pitágoras el que dijo en todo caso aquello de que el hombre sólo puede aspirar o tender hacia la sabiduría (de aquí la etimología de la palabra, entendida entonces, más que como “amor a”, como “tendencia a o hacia” la sabiduría), quedando esta última reservada, a título de exclusividad, para los dioses: sólo los dioses tienen la sabiduría, al hombre sólo le es dado aspirar a ella: tal cosa es, para Pitágoras, la filosofía.

Evidentemente, esta cuestión pitagórica sólo puede sostenerse a título de referencia histórica (así como la de Efrén sólo puede interpretarse como planteamiento inicial de discusión), pues en un mundo gobernado, conceptualizado, configurado y conocido por los saberes científico-tecnológicos es sencillamente inoperante de todo punto, siendo así que el de la filosofía no puede hoy ser otra cosa que una forma de segundo grado del entendimiento que brota de esas ciencias y esas técnicas, a la altura de su despliegue y desarrollo más potente y consistente, haciéndolo –cuando lo hace de verdad, siendo su verdad el sistema– como ejercicio estratégico de geometrización y mapeo de las configuraciones de la realidad entre medio de las cuales tiene lugar la experiencia histórica.

Otra cosa es, eso sí, la ponderación que proceda hacer respecto de la excepcionalísima inteligencia de Gorostiza, que Efrén Hernández hubo de señalar por ahí del 49 del siglo pasado, y otra es la cosa, eso también, en lo atinente a saber qué es, cómo se da y si es posible comprender esto para un ateo de sistema como yo, qué es la santidad.  

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