Martes 21 de enero, 2020.
En mis artículos anteriores, he querido evidenciar el simplismo de los argumentos en torno del Estado laico y las relaciones entre la política y la religión, realizados sin la profundidad necesaria como para poder apreciar las implicaciones históricas y geopolíticas de tales relaciones, así como las filosóficas, que son aquéllas desde las que se pueden encontrar las conexiones vasculares –por decirlo así– entre el orbe greco-helenístico y romano con el orbe cristiano, que quedó enfrentado al islámico a partir de las invasiones musulmanas del siglo VIII (ver, para esto, Mahoma y Carlomagno de Henry Pirenne).
El simplismo es a tal grado alarmante, que me he cruzado con análisis de “expertos en Relaciones Internacionales” sobre la actual crisis bélica entre EEUU e Irán que no hacen mención alguna, en absoluto, la más mínima, del factor religioso, como si todo se resolviera postulando la separación de la cuestión religiosa o “de fe”, o “cultural”, de las cuestiones políticas o militares o de relaciones internacionales, y como si se tratara de una magnitud menor y externa al tema en litigio, cuando el hecho es que, por lo menos desde 1928, año de fundación de la Hermandad Musulmana en Egipto para evitar que el mundo árabe se occidentalizara siguiendo el modelo de Ataturk en Turquía tras el fin de la Primera Guerra Mundial y el desmoronamiento del Imperio Otomano, el proceso político de Medio Oriente, en el siglo XX, para no irnos hasta las cruzadas, no puede entenderse sin considerar la variable del islam y su radicalización política, tal como quedó manifestada en la revolución iraní de 1978 con la que quedó instaurada, en efecto, la República islámica.
¿Cómo puede alguien ser tan ingenuo como para pensar que un estado confesional, cual es el caso de una república islámica, conciba sus estrategias en el plano de las relaciones internacionales al margen de la religión, como si se tratara de un factor exógeno a su política exterior, ignorando también que, además de los protocolos diplomáticos visibles y formales, existen los servicios secretos y las estrategias de acción e intervención encubiertas?
Es una ingenuidad ignorante similar a la de aquéllos que creen que las multitudes agolpadas en la Basílica de Guadalupe cada 12 de diciembre ponen en entredicho el carácter laico del Estado mexicano, cosa que es imposible en una nación occidental y católica como la nuestra, en donde, al ser heredera del tomismo, la cabeza de la Iglesia es una y la del Estado es otra, cosa que no sucede ni en Irán, heredero del averroísmo mahometano, ni en Inglaterra, que aunque es occidental es anglicana.
Mi argumento va enderezado en el sentido de que el problema del Estado laico no se reduce a una sola y simple dicotomía, como puede ser la de confesional-aconfesional, o laico-confesional, sino que es necesario introducir más dicotomías en la ecuación para poder comprender la dimensión multifactorial del problema que tenemos entre manos, al margen de que Dios no exista.

Publicación original de El Heraldo de México
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Martes 21 de enero, 2020.
En mis artículos anteriores, he querido evidenciar el simplismo de los argumentos en torno del Estado laico y las relaciones entre la política y la religión, realizados sin la profundidad necesaria como para poder apreciar las implicaciones históricas y geopolíticas de tales relaciones, así como las filosóficas, que son aquéllas desde las que se pueden encontrar las conexiones vasculares –por decirlo así– entre el orbe greco-helenístico y romano con el orbe cristiano, que quedó enfrentado al islámico a partir de las invasiones musulmanas del siglo VIII (ver, para esto, Mahoma y Carlomagno de Henry Pirenne).
El simplismo es a tal grado alarmante, que me he cruzado con análisis de “expertos en Relaciones Internacionales” sobre la actual crisis bélica entre EEUU e Irán que no hacen mención alguna, en absoluto, la más mínima, del factor religioso, como si todo se resolviera postulando la separación de la cuestión religiosa o “de fe”, o “cultural”, de las cuestiones políticas o militares o de relaciones internacionales, y como si se tratara de una magnitud menor y externa al tema en litigio, cuando el hecho es que, por lo menos desde 1928, año de fundación de la Hermandad Musulmana en Egipto para evitar que el mundo árabe se occidentalizara siguiendo el modelo de Ataturk en Turquía tras el fin de la Primera Guerra Mundial y el desmoronamiento del Imperio Otomano, el proceso político de Medio Oriente, en el siglo XX, para no irnos hasta las cruzadas, no puede entenderse sin considerar la variable del islam y su radicalización política, tal como quedó manifestada en la revolución iraní de 1978 con la que quedó instaurada, en efecto, la República islámica.
¿Cómo puede alguien ser tan ingenuo como para pensar que un estado confesional, cual es el caso de una república islámica, conciba sus estrategias en el plano de las relaciones internacionales al margen de la religión, como si se tratara de un factor exógeno a su política exterior, ignorando también que, además de los protocolos diplomáticos visibles y formales, existen los servicios secretos y las estrategias de acción e intervención encubiertas?
Es una ingenuidad ignorante similar a la de aquéllos que creen que las multitudes agolpadas en la Basílica de Guadalupe cada 12 de diciembre ponen en entredicho el carácter laico del Estado mexicano, cosa que es imposible en una nación occidental y católica como la nuestra, en donde, al ser heredera del tomismo, la cabeza de la Iglesia es una y la del Estado es otra, cosa que no sucede ni en Irán, heredero del averroísmo mahometano, ni en Inglaterra, que aunque es occidental es anglicana.
Mi argumento va enderezado en el sentido de que el problema del Estado laico no se reduce a una sola y simple dicotomía, como puede ser la de confesional-aconfesional, o laico-confesional, sino que es necesario introducir más dicotomías en la ecuación para poder comprender la dimensión multifactorial del problema que tenemos entre manos, al margen de que Dios no exista.
Publicación original de El Heraldo de México
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