Viernes 22 de noviembre, 2019. Los momentos críticos de Alí Chumacero. Mi amigo Norberto Fuentes me dijo una vez aquello que por su parte decía Norman Mailer para referirse al hecho más extraordinario del acto de escribir, que era el momento en el que, al hacerlo, ‘tú escribías algo que tú no sabías que sabías’. Para que se verifique la consumación o el momento de verdad en cuestión es necesario, como es obvio inferir, la contra-parte de la lectura, del lector. El encuentro, si se da como una suerte de identidad sintética, es la señal de que un escritor ha encontrado a su lector.
No recuerdo ya dónde leí la anécdota (a saber si verídica) de que Hegel dijo, me parece que en su lecho de muerte o en sus cercanías o algo así, que la realidad de las cosas era que, a final de cuentas, ninguno de sus discípulos lo había comprendido del todo. Vaya drama el que supone una afirmación como esta cuando ya no había más cosa que hacer al respecto.
Estamos ante un problema fundamental de la escritura y su interpretación; de la codificación y decodificación sintáctica y semántica del acto tanto de la escritura como de la lectura, además del de la comunicación y el lenguaje en su sentido más general. En el centro del problema aparece, como uno de sus vértices más importantes, el papel o función de la crítica, sobre todo en su acepción clásica: la crítica como criba o clasificación. Porque me parece a mí que la función esencial de la crítica –la crítica filosófica, histórica, literaria, o la crítica de arte– es precisamente la de enmarcar taxonómicamente la obra en cuestión a fin de poder iluminar los esquemas de determinación (gnoseológicos, estéticos, históricos, sociológicos, metodológicos, ontológicos) que no son visibles o explícitos en la obra de referencia pero sin los cuales su concepción es imposible.
El libro que estoy comentando es una muestra perfecta, modesta –sobre todo modesta– y magistral de esa función tan importante. Me refiero a Los momentos críticos de Alí Chumacero (FCE, México, 1996), que acabo recién de concluir.
Lo comencé en León hace un año más o menos, y ahí redacté de hecho un comentario con motivo del que por su parte hizo Chumacero sobre José Vasconcelos. El fin de semana pasado, ya desde la ciudad de México, lo retomé para concluir ahora sí de corrido sus 424 páginas.
Chumacero fue un verdadero maestro consumado y soberbio de la crítica, sobre todo literaria, que supo ver como pocos –en el sentido que aquí queremos caracterizar– aquello que el escritor, al escribir, acaso no haya sabido que sabía, pero que nosotros ahora sí lo sabemos a través de Los momentos críticos, precisamente, en cada uno de cuyos textos, todos ellos breves, pulcros, sintéticos, al grano, sencillos, limpios sintácticamente y siempre, también, en cada línea, con un eco poético que hace de su lectura un deleite acabado y sustancioso, además de que, también, y no sé yo bien decir cuánto se agradece esto, sin aspavientos teóricos y sin intoxicación academicista, se iluminan aspectos internos de la creación literaria o artística en una selección cuidada por Miguel Ángel Flores que se organiza según los dominios de El espacio lírico, La zona prosaica, el Área de la poesía mexicana, el Ámbito de la prosa mexicana, los Escritores hispanoamericanos, los Escritores españoles, Otros escritores y los Pintores y escultores.
Es imposible, desde luego, intentar desmenuzar cada uno de los puntos, aspectos, autores o perspectivas que en esta recopilación se nos ofrece, rematada además con una bibliografía directa y una indirecta con la que termina uno con una aproximación muy certera y calibrada, eso sí, de la talla de este extraordinario hombre de letras nayarita, que fue uno de los pilares centrales de ese proyecto histórico y continental, tan hermoso, del Fondo de Cultura Económica (supongo que muchos de los textos reunidos fueron reseñas, prólogos o textos de contraportada o de solapa de libros que el Fondo editaba: de ahí su contundente y lúcida capacidad sintética y su penetrante sentido de la dialéctica) y cuya biblioteca personal descansa en el magnífico recinto que para los efectos fue construido en la Biblioteca Vasconcelos de Balderas.
Emilio Rabasa, Luis G. Urbina, Salomón de la Selva, Nicolás Guillén, Efraín Huerta, Gilberto Owen, Enrique Díez-Canedo, Ramón López Velarde, Balzac, Pascal o Maiakovski, así como Tamayo, Béjar o Ricardo Martínez, son algunos de los muchos autores sobre los que Chumacero vierte algún comentario breve, puntual y al blanco, que se complementan con sus reflexiones más generales sobre la poesía, el romanticismo o las letras mexicanas como tradición histórica con densidad y perfiles propios.
En todos sus juicios, además de la suavidad poética que permite una lectura diáfana y perfecta, hay un toque de pasión con un sentido del equilibrio y la equidistancia objetiva con los que ilumina obras en las que se advierte su amor desinteresado y total por la escritura, las letras y la poesía en particular, y por el arte en general, así como un cierto aire de responsabilidad por clasificar, con una visión totalizadora, la materia transformada por los esquemas de la poética a través de los cuales quiere acercar al ánimo del lector la posibilidad de formarse un juicio más o menos completo y consistente sobre el peso que en la historia de las letras tienen México, España e Hispanoamérica.
Sobre Los días terrenales de José Revueltas, que es un libro verdaderamente seminal para mí y que me ha marcado para siempre, dice Chumacero, por ejemplo, esto:
Pero sería ingenuo pensar que descubrir el juego desde el cual refleja la esperanza de un mundo mejor redundara en actos nugatorios, frustrados por una indecisión que no existe. Lo que sucede es que, y así lo ha hecho siempre Revueltas, antepone a cualquier posibilidad de acción el «cogito, ergo sum» que, mal que nos pese, continúa siendo el sostén de la actividad artística. Los días terrenales son una evidente demostración de lo que afirmo, no obstante estar construidos con una técnica eminentemente realista que, hasta cuando abarca procesos de exclusiva índole psicológica, se apega con rigor a los datos enunciados. El concepto heideggeriano de la muerte, la descripción del destino del hombre en forma cercana a la descubierta por Malraux, la advertencia de un universo testigo de nuestro desamparo como el que miraba desde su avión Saint-Exupéry y, en el desarrollo, la constante predilección de la manera plástica cinematográfica enriquecen, más que debilitan, el campo en que se ejerce el vigor de la prosa de José Revueltas. Por mí sé decir que, después de la lectura de Los días terrenales, me he reafirmado en la creencia de que la novela es, en efecto, una obra de arte. (p. 281)
Alí Chumacero nació en Nayarit en julio de 1918, y murió en la ciudad de México en 2010. Su nombre está asociado fundamentalmente al ámbito de la poesía. Recuerdo que una vez, en la librería del Sótano de Coyoacán, un vendedor que me estaba atendiendo: un estudiante de letras muy apasionado por su trabajo, me dijo al instante, al pedirle yo que me recomendara algo de poesía, que leyera a Chumacero.
Por mi parte, si alguien –pongamos por caso que no fuera de aquí– quisiera formarse un juicio sobre la creación literaria de México en el siglo XX desde una escala de cierto registro y rigor intelectual, le diría que, primero, visite la Biblioteca de México José Vasconcelos, nuestro mayor orgullo nacional. Entre las colecciones más importantes figura la biblioteca de Chumacero, según tengo dicho, con un aproximado, si no recuerdo mal, de 45 mil volúmenes más o menos. Después, le diría que se leyera todas las memorias de Vasconcelos, y luego las de Torres Bodet, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, Los días terrenales y los dos tomos de las Evocaciones requeridas de José Revueltas, La región más transparente de Carlos Fuentes, Los ensayos mexicanos de Max Aub, los Protagonistas de la literatura mexicana de Emmanuel Carballo, la Correspondencia entre Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, los dos tomos de El ensayo mexicano moderno de José Luis Martínez y, sin duda alguna, Los momentos críticos de Alí Chumacero (Colección letras mexicanas, 1987, 1996), un libro modesto pero elegante y, en definitiva, generoso.
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Viernes 22 de noviembre, 2019. Los momentos críticos de Alí Chumacero. Mi amigo Norberto Fuentes me dijo una vez aquello que por su parte decía Norman Mailer para referirse al hecho más extraordinario del acto de escribir, que era el momento en el que, al hacerlo, ‘tú escribías algo que tú no sabías que sabías’. Para que se verifique la consumación o el momento de verdad en cuestión es necesario, como es obvio inferir, la contra-parte de la lectura, del lector. El encuentro, si se da como una suerte de identidad sintética, es la señal de que un escritor ha encontrado a su lector.
No recuerdo ya dónde leí la anécdota (a saber si verídica) de que Hegel dijo, me parece que en su lecho de muerte o en sus cercanías o algo así, que la realidad de las cosas era que, a final de cuentas, ninguno de sus discípulos lo había comprendido del todo. Vaya drama el que supone una afirmación como esta cuando ya no había más cosa que hacer al respecto.
Estamos ante un problema fundamental de la escritura y su interpretación; de la codificación y decodificación sintáctica y semántica del acto tanto de la escritura como de la lectura, además del de la comunicación y el lenguaje en su sentido más general. En el centro del problema aparece, como uno de sus vértices más importantes, el papel o función de la crítica, sobre todo en su acepción clásica: la crítica como criba o clasificación. Porque me parece a mí que la función esencial de la crítica –la crítica filosófica, histórica, literaria, o la crítica de arte– es precisamente la de enmarcar taxonómicamente la obra en cuestión a fin de poder iluminar los esquemas de determinación (gnoseológicos, estéticos, históricos, sociológicos, metodológicos, ontológicos) que no son visibles o explícitos en la obra de referencia pero sin los cuales su concepción es imposible.
El libro que estoy comentando es una muestra perfecta, modesta –sobre todo modesta– y magistral de esa función tan importante. Me refiero a Los momentos críticos de Alí Chumacero (FCE, México, 1996), que acabo recién de concluir.
Lo comencé en León hace un año más o menos, y ahí redacté de hecho un comentario con motivo del que por su parte hizo Chumacero sobre José Vasconcelos. El fin de semana pasado, ya desde la ciudad de México, lo retomé para concluir ahora sí de corrido sus 424 páginas.
Chumacero fue un verdadero maestro consumado y soberbio de la crítica, sobre todo literaria, que supo ver como pocos –en el sentido que aquí queremos caracterizar– aquello que el escritor, al escribir, acaso no haya sabido que sabía, pero que nosotros ahora sí lo sabemos a través de Los momentos críticos, precisamente, en cada uno de cuyos textos, todos ellos breves, pulcros, sintéticos, al grano, sencillos, limpios sintácticamente y siempre, también, en cada línea, con un eco poético que hace de su lectura un deleite acabado y sustancioso, además de que, también, y no sé yo bien decir cuánto se agradece esto, sin aspavientos teóricos y sin intoxicación academicista, se iluminan aspectos internos de la creación literaria o artística en una selección cuidada por Miguel Ángel Flores que se organiza según los dominios de El espacio lírico, La zona prosaica, el Área de la poesía mexicana, el Ámbito de la prosa mexicana, los Escritores hispanoamericanos, los Escritores españoles, Otros escritores y los Pintores y escultores.
Es imposible, desde luego, intentar desmenuzar cada uno de los puntos, aspectos, autores o perspectivas que en esta recopilación se nos ofrece, rematada además con una bibliografía directa y una indirecta con la que termina uno con una aproximación muy certera y calibrada, eso sí, de la talla de este extraordinario hombre de letras nayarita, que fue uno de los pilares centrales de ese proyecto histórico y continental, tan hermoso, del Fondo de Cultura Económica (supongo que muchos de los textos reunidos fueron reseñas, prólogos o textos de contraportada o de solapa de libros que el Fondo editaba: de ahí su contundente y lúcida capacidad sintética y su penetrante sentido de la dialéctica) y cuya biblioteca personal descansa en el magnífico recinto que para los efectos fue construido en la Biblioteca Vasconcelos de Balderas.
Emilio Rabasa, Luis G. Urbina, Salomón de la Selva, Nicolás Guillén, Efraín Huerta, Gilberto Owen, Enrique Díez-Canedo, Ramón López Velarde, Balzac, Pascal o Maiakovski, así como Tamayo, Béjar o Ricardo Martínez, son algunos de los muchos autores sobre los que Chumacero vierte algún comentario breve, puntual y al blanco, que se complementan con sus reflexiones más generales sobre la poesía, el romanticismo o las letras mexicanas como tradición histórica con densidad y perfiles propios.
En todos sus juicios, además de la suavidad poética que permite una lectura diáfana y perfecta, hay un toque de pasión con un sentido del equilibrio y la equidistancia objetiva con los que ilumina obras en las que se advierte su amor desinteresado y total por la escritura, las letras y la poesía en particular, y por el arte en general, así como un cierto aire de responsabilidad por clasificar, con una visión totalizadora, la materia transformada por los esquemas de la poética a través de los cuales quiere acercar al ánimo del lector la posibilidad de formarse un juicio más o menos completo y consistente sobre el peso que en la historia de las letras tienen México, España e Hispanoamérica.
Sobre Los días terrenales de José Revueltas, que es un libro verdaderamente seminal para mí y que me ha marcado para siempre, dice Chumacero, por ejemplo, esto:
Pero sería ingenuo pensar que descubrir el juego desde el cual refleja la esperanza de un mundo mejor redundara en actos nugatorios, frustrados por una indecisión que no existe. Lo que sucede es que, y así lo ha hecho siempre Revueltas, antepone a cualquier posibilidad de acción el «cogito, ergo sum» que, mal que nos pese, continúa siendo el sostén de la actividad artística. Los días terrenales son una evidente demostración de lo que afirmo, no obstante estar construidos con una técnica eminentemente realista que, hasta cuando abarca procesos de exclusiva índole psicológica, se apega con rigor a los datos enunciados. El concepto heideggeriano de la muerte, la descripción del destino del hombre en forma cercana a la descubierta por Malraux, la advertencia de un universo testigo de nuestro desamparo como el que miraba desde su avión Saint-Exupéry y, en el desarrollo, la constante predilección de la manera plástica cinematográfica enriquecen, más que debilitan, el campo en que se ejerce el vigor de la prosa de José Revueltas. Por mí sé decir que, después de la lectura de Los días terrenales, me he reafirmado en la creencia de que la novela es, en efecto, una obra de arte. (p. 281)
Alí Chumacero nació en Nayarit en julio de 1918, y murió en la ciudad de México en 2010. Su nombre está asociado fundamentalmente al ámbito de la poesía. Recuerdo que una vez, en la librería del Sótano de Coyoacán, un vendedor que me estaba atendiendo: un estudiante de letras muy apasionado por su trabajo, me dijo al instante, al pedirle yo que me recomendara algo de poesía, que leyera a Chumacero.
Por mi parte, si alguien –pongamos por caso que no fuera de aquí– quisiera formarse un juicio sobre la creación literaria de México en el siglo XX desde una escala de cierto registro y rigor intelectual, le diría que, primero, visite la Biblioteca de México José Vasconcelos, nuestro mayor orgullo nacional. Entre las colecciones más importantes figura la biblioteca de Chumacero, según tengo dicho, con un aproximado, si no recuerdo mal, de 45 mil volúmenes más o menos. Después, le diría que se leyera todas las memorias de Vasconcelos, y luego las de Torres Bodet, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, Los días terrenales y los dos tomos de las Evocaciones requeridas de José Revueltas, La región más transparente de Carlos Fuentes, Los ensayos mexicanos de Max Aub, los Protagonistas de la literatura mexicana de Emmanuel Carballo, la Correspondencia entre Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, los dos tomos de El ensayo mexicano moderno de José Luis Martínez y, sin duda alguna, Los momentos críticos de Alí Chumacero (Colección letras mexicanas, 1987, 1996), un libro modesto pero elegante y, en definitiva, generoso.
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