Lunes 9 de diciembre, 2019.
El sintagma titular remite al extraordinario clásico de la teoría política El momento maquiavélico de John Pocock, en donde caracteriza al “momento” en cuestión en función del cambio epocal que tiene lugar entre la Edad Media tardía y la temprana modernidad, entre los siglos XIV, XV y XVI, en el ámbito del pensamiento republicano italiano y que quedó asociado a Maquiavelo.
Para Pocock, el significado de ese cambio se explica por el hecho de que la política y la acción política quedaron desconectadas para siempre, en el área de difusión cristiana occidental –el oriente musulmán es otra cosa–, de cualquier esquema de fundamentación trascendental como lo había sido, hasta entonces, el de naturaleza teológica. O de otra forma: el momento maquiavélico fue el de la definitiva secularización de la política y del Estado como característica fundamental de la modernidad política.
En una escala similar, definiríamos al momento vasconceliano como aquélla caracterización epocal desde la que interpretó Vasconcelos a la historia nacional, incrustándola en el despliegue continental americano que, tras las guerras de independencia (1808-1824) en tanto que episodio de las Revoluciones atlánticas (la norteamericana, la francesa y las hispánico-americanas), habría de desembocar en la reorganización geopolítica de occidente en función del recorte de naciones políticas independientes sobre el fondo de los imperios inglés y español.
En Bolivarismo y monroísmo, Vasconcelos expone las claves de lo que podríamos llamar el drama americano, que se daba en función del fracaso del proyecto de Bolívar de articular, en una sola plataforma geopolítica, a las naciones que recién quedaban perfiladas en el mapa. En el contexto del Congreso de Panamá (1826), destaca Vasconcelos a Lucas Alamán como el canciller mexicano que advirtió como pocos la magnitud dramática del problema, al darse cuenta de que el destino nacional de cualquiera de las repúblicas en ciernes jamás podría concretarse por completo si no quedaba vinculado orgánicamente al destino subcontinental hispanoamericano en su enfrentamiento –ésta es la cuestión– con el angloamericano. Alamán y Vasconcelos supieron ver bien el hecho de que, dada nuestra vecindad con Estados Unidos, la responsabilidad de México estaba llamada a ser, por compleja y problemática, verdaderamente titánica. Manuel Ugarte lo resumió luego muy bien al decir algo así como que México es la última línea de repliegue para el porvenir de todo un continente.
Los acontecimientos en marcha en torno de la crisis en Bolivia, el llamado del entrante presidente argentino a México para liderar la región, no se diga las tensiones constantes con la administración Trump desde EEUU y el papel que México, el presidente y su canciller están jugando en uno u otro sentido, adquieren su verdadera significación, tal es nuestra tesis, si se miran desde la perspectiva de que son parte de un mismo, dramático, continental, y por tanto geopolítico, momento vasconceliano.

Publicación original de El Heraldo de México
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Lunes 9 de diciembre, 2019.
El sintagma titular remite al extraordinario clásico de la teoría política El momento maquiavélico de John Pocock, en donde caracteriza al “momento” en cuestión en función del cambio epocal que tiene lugar entre la Edad Media tardía y la temprana modernidad, entre los siglos XIV, XV y XVI, en el ámbito del pensamiento republicano italiano y que quedó asociado a Maquiavelo.
Para Pocock, el significado de ese cambio se explica por el hecho de que la política y la acción política quedaron desconectadas para siempre, en el área de difusión cristiana occidental –el oriente musulmán es otra cosa–, de cualquier esquema de fundamentación trascendental como lo había sido, hasta entonces, el de naturaleza teológica. O de otra forma: el momento maquiavélico fue el de la definitiva secularización de la política y del Estado como característica fundamental de la modernidad política.
En una escala similar, definiríamos al momento vasconceliano como aquélla caracterización epocal desde la que interpretó Vasconcelos a la historia nacional, incrustándola en el despliegue continental americano que, tras las guerras de independencia (1808-1824) en tanto que episodio de las Revoluciones atlánticas (la norteamericana, la francesa y las hispánico-americanas), habría de desembocar en la reorganización geopolítica de occidente en función del recorte de naciones políticas independientes sobre el fondo de los imperios inglés y español.
En Bolivarismo y monroísmo, Vasconcelos expone las claves de lo que podríamos llamar el drama americano, que se daba en función del fracaso del proyecto de Bolívar de articular, en una sola plataforma geopolítica, a las naciones que recién quedaban perfiladas en el mapa. En el contexto del Congreso de Panamá (1826), destaca Vasconcelos a Lucas Alamán como el canciller mexicano que advirtió como pocos la magnitud dramática del problema, al darse cuenta de que el destino nacional de cualquiera de las repúblicas en ciernes jamás podría concretarse por completo si no quedaba vinculado orgánicamente al destino subcontinental hispanoamericano en su enfrentamiento –ésta es la cuestión– con el angloamericano. Alamán y Vasconcelos supieron ver bien el hecho de que, dada nuestra vecindad con Estados Unidos, la responsabilidad de México estaba llamada a ser, por compleja y problemática, verdaderamente titánica. Manuel Ugarte lo resumió luego muy bien al decir algo así como que México es la última línea de repliegue para el porvenir de todo un continente.
Los acontecimientos en marcha en torno de la crisis en Bolivia, el llamado del entrante presidente argentino a México para liderar la región, no se diga las tensiones constantes con la administración Trump desde EEUU y el papel que México, el presidente y su canciller están jugando en uno u otro sentido, adquieren su verdadera significación, tal es nuestra tesis, si se miran desde la perspectiva de que son parte de un mismo, dramático, continental, y por tanto geopolítico, momento vasconceliano.
Publicación original de El Heraldo de México
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