Fragmentos a su imán

La historia es ésta

La historia es ésta. Una tarde, al volver, el mar empezó a picarse, el agua se puso de un verde oliva floreado de blanco, y el cielo se cubrió en gran parte de cirros plomizos. En algunos lugares quedaron espacios como lucernas, enteramente limpios de nubes, y la luz, incandescente solo a veces y muy vagamente por la razón exacta de estar la coyuntura del día en el cruce del lapso breve de su hora cero, se proyectaba por virtud de una mecánica de refracción mediante la que se desviaba en sus correspondientes índices de velocidad y dirección como resultado del contacto con ese mar picado y amenazante que en ese proceso mismo de modificación de su potencia de arrastre y desplazamiento de su volumen que se desdoblaba bajo la forma cíclica y violenta de las olas iba poco a poco generando una impresión teñida más o menos de una cierta angustia in crescendo que determinaba también mecanismos, pero en este caso psicológicos, de la masa de hombres que se agolpaban a ras del límite trazado por la dialéctica geológica de la tierra misma de aquel acantilado soberbio y bello que, no obstante el ángulo mortífero de la precipitación que desde su perspectiva les era dado divisar, los invitaba a todos y a un mismo y único tiempo a encarar maravillados el horizonte doble dispuesto como apertura en paralelo de una distancia entre la línea de ese límite y aquella en la que mar y cielo se fundían en la distancia.

Una gaviota solitaria sobrevolaba los cielos. Después un albatros y otro más al poco tiempo. Los tres desplazándose en trayectorias que partían en diagonales de ángulo diverso aquella imagen llena de equilibrio mediante el que se manifestaba una forma única de esplendor ofrecido generosamente al natural.

Pero no era a juicio de todos o de casi todos inoportuna ni mucho menos su aparición. No era inoportuna ciertamente no.

Chacel [ICADA, NEVADA, DIADA] | ICR | 01.04.2024