GAP Andrés Molina Enríquez Política

AMLO y Biden en Palacio Nacional

Creo que hay una confusión en cuanto a perspectiva, aunque digo esto viendo las cosas desde afuera, sin conocer el detalle, es decir, que no sé qué es todo lo que se habrá de negociar a puerta cerrada, que es donde está lo fundamental más allá de los discursos, porque no debemos olvidar que ha iniciado ya el juicio contra Genaro García Luna en Estados Unidos, cosa que es verdaderamente escandalosa e indignante para los mexicanos pero que nadie en las redes y en los medios opositores al gobierno, y todos los votantes del PAN, tienen la honradez de comentar.

En todo caso, y ateniéndome a lo que hasta ahora ha sido publicado, creo que ha sido evidente el contraste entre la escala y tono del discurso del presidente López Obrador y el del presidente Biden en Palacio Nacional.

Y me atrevo incluso a añadir que si comparamos este par de mensajes con los que fueron emitidos por AMLO y Trump en Washington en julio de 2020, diría que hubo una mucho mayor comprensión y empatía entre los dos que la mostrada el lunes pasado.

Mientras que el presidente López Obrador, enmarcando primero todo en la escala de los principios y las virtudes, quiso elogiar a su homólogo diciéndole que es un presidente humanista y visionario, además de afirmar que la relación entre ambas naciones va más allá de una simple vecindad o alianza comercial, sino que se trata de una relación fraterna entre los pueblos, Biden le respondió con sequedad, enmarcando sus palabras en un tono mucho más práctico, hablando en los términos de socios comerciales únicamente, para pasar de inmediato a hablar de fortalecer las cadenas de suministro y de alinear sus estrategias de seguridad, sobre todo en lo relativo al fentanilo (que ha matado a 100 mil estadounidenses) y la migración irregular.

Además, AMLO centró su discurso en la necesidad apremiante de encontrar una solución hemisférica, americana, al desafío de la avalancha productiva de Asia, cuyos productos no dejan de fluir y de llegar a los puertos del Pacífico de México (y seguramente que a los de Estados Unidos también), planteando la idea de unificar, mediante una estrategia ampliada de sustitución de importaciones, los mercados laborales y productivos a escala continental, citando para los efectos, incluso, a Simón Bolívar.

Y vino también el reclamo: desde la Alianza para el Progreso de Kennedy de inicios de los 60 del siglo pasado, según el presidente López Obrador no ha vuelto a haber una política clara y generosa, digamos, de Estados Unidos hacia América Latina, ante lo que Biden solamente comentó a la ligera, como para no dejar, que sí que ha habido inversión regional en los últimos 15 años y etcétera y etcétera, añadiendo que Estados Unidos tiene puesta su atención también en otras regiones del mundo, cosa que es cierta y evidente, como evidente puede ser entonces el hecho de que no somos prioridad para ellos.

Mencionó también Biden el tema de la democracia y la construcción de instituciones democráticas, ante lo cual comentó el acuerdo logrado en el G7 para destinar recursos bastante cuantiosos para regiones como África y América Latina para la consecución de esos propósitos, lo cual a mí me pone los pelos de punta porque se trata, como sabemos, de la clásica estrategia de financiamiento de ONGs u Organizaciones de Otros Gobiernos, que es lo que son en realidad, para desestabilizar regímenes incómodos y para inocular a las sociedades y a los jóvenes con ideologías estrafalarias.

No fue un buen intercambio de mensajes, creo yo, y ya digo que hay una confusión en cuanto a perspectiva, porque Biden no es un humanista ni un visionario, y peor aún, es un progre y un político del más añejo y rancio abolengo y parte de la oligarquía norteamericana, al igual que lo fue Kennedy, cuyo único mérito era ser lo suficientemente millonario como para comprarse la presidencia.

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