‘El populismo proclama hablar en nombre del pueblo, pero primero lo divide’, dijo David Frum en 2018. Él fue asesor de George W. Bush y se autodefine como conservador del Partido Republicano, además de opositor a Trump.
‘Hay un eje nuevo: demócratas liberales contra populistas y nacionalistas’, dijo Cayetana Álvarez de Toledo en 2022. Ella es diputada por el Partido Popular en España, y lo que dice se refiere al contexto español concretamente: los nacionalistas son allá los separatistas catalanes, vascos o gallegos, que están en contra de la unidad de España y del nacionalismo español.
Es algo complicado ciertamente esto del populismo, y una de las cuestiones presentes en todo lo que tiene que ver con AMLO, MORENA y la 4T. No son pocas las personas con las que me cruzo una vez sí y otra también que están obsesionadas con el populismo de López Obrador o con el populismo en general, y para quienes AMLO y Trump son sus expresiones más funestas.
Pero yo la verdad es que no entiendo. Acordémonos del papelazo que hizo Peña Nieto cuando, siendo aún presidente, en una conferencia conjunta entre él y Barack Obama se le ocurrió decir algo así como que había que cuidarse de los populistas (se estaba refiriendo a AMLO, obvio), a lo que Obama respondió en su turno diciendo algo así como “cuidado, que yo soy populista”. Cuánto me hubiera gustado ver la expresión descompuesta de los señoritos modernos y los empresarios que viven del fanfarroneo en los restaurantes de Polanco y que se sienten cultos eligiendo vinos, y que adoran a Obama porque habla bien y odian a Trump y AMLO por populistas y vulgares, al darse cuenta de que su héroe se estaba definiendo a sí mismo como populista.
Pero es que sería una expresión igualmente descompuesta a la que podría tener Cayetana si se enterara (tal vez ya lo sabe) de que Steve Bannon, el gran promotor del patriotismo populista (de Andrew Jackson), del nacionalismo económico (de Alexander Hamilton) y del nacionalismo de Donald Trump ataca igual que ella a las políticas de identidad progresista (“identity politics”) a las que, caída la Unión Soviética, se ha aferrado la izquierda occidental desplazándose en derrota del terreno económico al de la cultura, para emprender entonces batallas absurdas por una infinidad caótica de micro-identidades.
Y es que para mí, el que da en el blanco es precisamente Bannon: el 18 de septiembre de 2008 por la mañana –es el inicio de la crisis global que conocemos– dos representantes de la élite norteamericana y mundial, Ben Bernanke (presidente de la Reserva Federal de EEUU) y Henry Paulson (secretario del Tesoro), se reunieron con el presidente Bush para decirle: “para las 5 de la tarde de hoy, necesitamos inyectar un billón de dólares a nuestro sistema financiero; si no lo hacemos, en 72 horas implosionará el sistema en Estados Unidos, y en tres días lo hará el del mundo entero produciendo como consecuencia la anarquía global”. Al final, el gobierno norteamericano salvó a su sistema financiero y a las élites que viven de él con sus cuentas en Suiza y en Andorra, inyectando no uno sino varios billones de dólares a costa del contribuyente común y corriente de Milwaukee o de Portland.
La tesis de Bannon es ésta: lo que todos los enemigos históricos del capitalismo burgués, llámense Marx, Lenin o Stalin, Mao o Mussolini u Osama Ben Laden, no lograron nunca, lo han hecho las élites globalistas (“el Partido de Davos”) desde el seno del capitalismo, que lo han puesto de rodillas.
El populismo es una condena a la irresponsabilidad e impunidad de las élites y “expertos” tanto nacionales como globales. Es un anti-elitismo del que hablaron tanto Aristóteles como Maquiavelo, y populista fue Julio César. Es en ese sentido y por eso que, como todos ellos, y como AMLO, yo también soy populista.
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‘El populismo proclama hablar en nombre del pueblo, pero primero lo divide’, dijo David Frum en 2018. Él fue asesor de George W. Bush y se autodefine como conservador del Partido Republicano, además de opositor a Trump.
‘Hay un eje nuevo: demócratas liberales contra populistas y nacionalistas’, dijo Cayetana Álvarez de Toledo en 2022. Ella es diputada por el Partido Popular en España, y lo que dice se refiere al contexto español concretamente: los nacionalistas son allá los separatistas catalanes, vascos o gallegos, que están en contra de la unidad de España y del nacionalismo español.
Es algo complicado ciertamente esto del populismo, y una de las cuestiones presentes en todo lo que tiene que ver con AMLO, MORENA y la 4T. No son pocas las personas con las que me cruzo una vez sí y otra también que están obsesionadas con el populismo de López Obrador o con el populismo en general, y para quienes AMLO y Trump son sus expresiones más funestas.
Pero yo la verdad es que no entiendo. Acordémonos del papelazo que hizo Peña Nieto cuando, siendo aún presidente, en una conferencia conjunta entre él y Barack Obama se le ocurrió decir algo así como que había que cuidarse de los populistas (se estaba refiriendo a AMLO, obvio), a lo que Obama respondió en su turno diciendo algo así como “cuidado, que yo soy populista”. Cuánto me hubiera gustado ver la expresión descompuesta de los señoritos modernos y los empresarios que viven del fanfarroneo en los restaurantes de Polanco y que se sienten cultos eligiendo vinos, y que adoran a Obama porque habla bien y odian a Trump y AMLO por populistas y vulgares, al darse cuenta de que su héroe se estaba definiendo a sí mismo como populista.
Pero es que sería una expresión igualmente descompuesta a la que podría tener Cayetana si se enterara (tal vez ya lo sabe) de que Steve Bannon, el gran promotor del patriotismo populista (de Andrew Jackson), del nacionalismo económico (de Alexander Hamilton) y del nacionalismo de Donald Trump ataca igual que ella a las políticas de identidad progresista (“identity politics”) a las que, caída la Unión Soviética, se ha aferrado la izquierda occidental desplazándose en derrota del terreno económico al de la cultura, para emprender entonces batallas absurdas por una infinidad caótica de micro-identidades.
Y es que para mí, el que da en el blanco es precisamente Bannon: el 18 de septiembre de 2008 por la mañana –es el inicio de la crisis global que conocemos– dos representantes de la élite norteamericana y mundial, Ben Bernanke (presidente de la Reserva Federal de EEUU) y Henry Paulson (secretario del Tesoro), se reunieron con el presidente Bush para decirle: “para las 5 de la tarde de hoy, necesitamos inyectar un billón de dólares a nuestro sistema financiero; si no lo hacemos, en 72 horas implosionará el sistema en Estados Unidos, y en tres días lo hará el del mundo entero produciendo como consecuencia la anarquía global”. Al final, el gobierno norteamericano salvó a su sistema financiero y a las élites que viven de él con sus cuentas en Suiza y en Andorra, inyectando no uno sino varios billones de dólares a costa del contribuyente común y corriente de Milwaukee o de Portland.
La tesis de Bannon es ésta: lo que todos los enemigos históricos del capitalismo burgués, llámense Marx, Lenin o Stalin, Mao o Mussolini u Osama Ben Laden, no lograron nunca, lo han hecho las élites globalistas (“el Partido de Davos”) desde el seno del capitalismo, que lo han puesto de rodillas.
El populismo es una condena a la irresponsabilidad e impunidad de las élites y “expertos” tanto nacionales como globales. Es un anti-elitismo del que hablaron tanto Aristóteles como Maquiavelo, y populista fue Julio César. Es en ese sentido y por eso que, como todos ellos, y como AMLO, yo también soy populista.
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