Política

Crónica colombiana 2022 I

He tenido la fortuna de visitar recientemente Colombia como parte de una delegación de observación electoral internacional para la primera vuelta de la elección presidencial en la que, como se sabe, el candidato de la coalición del Pacto Histórico, Gustavo Petro, ganó sobre sus contrincantes Rodolfo Hernández (Liga de Gobernantes Anticorrupción), Federico “Fico” Gutiérrez (Equipo por Colombia) y Sergio Fajardo (Centro Esperanza) pero sin el margen suficiente (40.34% del total de los votos) para consolidar su triunfo según lo estipulado por la ley electoral, lo que significa el emplazamiento de la sociedad colombiana a una nueva ronda comicial para el próximo 19 de junio en la que se cerrarán todas las filas alrededor de dos y solo dos contendientes: Petro y Hernández, en efecto, habiendo sido este último la sorpresa del momento al haber registrado un crecimiento exponencial en las preferencias electorales con una rotundidad y velocidad tales que terminó por desbancar a quien se postulaba como el candidato natural del régimen y del uribismo, Federico “Fico” Gutiérrez, y enfilarse entonces como el polo aglutinador del bloque liberal-conservador (neoliberal) que se verá nuevamente las caras con el correspondiente abanderado del bloque de la izquierda nacional-popular y progresista.

Fue la primera vez que estuve en Bogotá, que me pareció una ciudad muy hermosa y a la que trasladaría mi residencia sin dificultad alguna pues me sentí como en casa (lo mismo me sucedió con Buenos Aires, Montevideo o Caracas, cosa que me llena de un entusiasmo bolivariano-vasconcelista ciertamente entrañable).

Los días de nuestra estancia fueron todos nublados, de atmósfera y clima londinense o gallego, y el lunes de nuestro regreso (un día después de la elección) fue feriado, lo que me impidió –cosa que lamenté muchísimo– visitar la Biblioteca Nacional y el Museo Nacional de Bogotá, que tenía reservado conocer durante la mañana previa a nuestra salida del país. Tan sólo pude conocer el Museo Botero, el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), la Cinemateca de Bogotá y, sobre todo, la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, que me pareció sensacional, cálida y apacible; de vivir ahí sería uno de mis centros de operación sin duda ninguna.

Sala de lectura de la Hemeroteca | Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República

También pude visitar la librearía de viejo Merlín, en el centro histórico, cuya referencia me la dio un entrañable amigo colombiano que radica en México desde hace años y que se ha convertido desde entonces en uno de mis interlocutores filosóficos y literarios más importantes y preciados. Merlín es algo imponente: cuatro pisos, si no recuerdo mal, retacados de un acervo que estimo llega a los 50 mil o 60 volúmenes más o menos, si no es que de plano a los 70 mil, y que sólo pude ver de una manera por demás panorámica y grosera (tan sólo compré, digamos que “por oficio”, un libro de ensayo histórico-literario de R.H. Moreno-Durán para no salir con las manos vacías) pues veníamos en grupo y me parecía una descortesía de mi parte quedarme ahí por horas revisando con calma y pasión lezamiana los tantísimos y demasiados libros para la revisión de los cuales se requiere de días y de mucha soledad cual si se tratara del Museo de Antropología de la ciudad de México. 

‘Recuerda que Colombia no tuvo una revolución como la mexicana’, fue lo que me dijo hace no mucho tiempo este entrañable amigo colombiano del que les hablo; comentario que me dio como respuesta de bote pronto cuando, si no recuerdo mal, le pregunté que si un instituto de investigación literaria y filológica del que estábamos hablando podría ser algo así como el Colmex mexicano o cosa semejante: su respuesta me la dio para atajar la comparación por improcedente, y para precisarme que el instituto en cuestión era más bien una cosa de élites (¿criollas, afrancesadas, liberales, conservadoras y burguesas podríamos pensar?), no siendo el caso del Colmex y de tantas otras instituciones públicas mexicanas, que se configuran como respuesta orgánica del Estado y la nación mexicanos a la dialéctica de la eclosión civil y popular de nuestra revolución que cimbró las estructuras sociales y culturales del país, rompiendo desde dentro (Madero, Carranza) y desde fuera (los Flores Magón, Villa, Zapata, Obregón, Calles y Cárdenas, todos ellos de extracción modesta) la arquitectura de poder político de la oligarquía porfirista de México a la sombra de la cual se habría de ir gestando la potencia nacional del pueblo mexicano que en 1910, pero sobre todo en 1913 –cuando asesinan a Madero–, salió a la búsqueda de su protagonismo histórico.

Vista desde una de las salas del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO)

La afirmación de mi amigo sirve como punto de referencia histórico de largo alcance para comprender por qué luego escuché decir recientemente a Gilberto Tobón Sanín (profesor universitario colombiano devenido político con una elocuencia ciertamente notable) que el colombiano no es un estado moderno: es un estado patrimonialista secuestrado por una oligarquía política instalada en el poder durante todo el siglo XIX y buena parte del XX según una suerte de concordato aristocrático entre los partidos liberal y conservador, habiendo sido sobre todo el movimiento nacional-popular que encabezara el general Gustavo Rojas Pinilla (presidente de 1953 a 1957; fundador en 1960 de la Alianza Nacional Popular –ANAPO–; candidato de la ANAPO a la presidencia en 1970, pero derrotado por fraude a resultas del cual hubo de formarse el Movimiento 19 de abril, M19, como grupo guerrillero urbano dentro del que militó, precisamente y ni más ni menos que Gustavo Petro, además de haber tenido como uno de sus máximos dirigentes a Carlos Pizarro, padre de la hoy senadora electa por la Lista de la Decencia y parte de la plataforma del Pacto Histórico, María José Pizarro) la fórmula de canalización política de las fuerzas nacional populares en búsqueda de su expresión histórica, uno de cuyos frentes fundamentales fue precisamente el M19.

Eso por cuanto a las variables de naturaleza político-ideológica del estado colombiano. Las otras dos variables, de naturaleza más puramente de poder efectivo (militar), son las guerrillas históricas (FARC, ELN, EPL, etc.) y los cárteles del narcotráfico (los cárteles de Medellín y Cali y sus desdoblamientos hasta el presente), con implicaciones de alto calibre tanto dentro como fuera de las fronteras de Colombia para la comprensión del funcionamiento e interrelación de las cuales es imprescindible situarse en una perspectiva geopolítica y de realismo puro y duro.  

El hecho de que Gustavo Petro haya logrado una victoria –sin perjuicio de que no haya sido suficiente según se tiene dicho– luego de haber sido el cuarto lugar en su primera candidatura presidencial en 2010, y de una segunda derrota en 2018, supone un avance orgánico fundamental de las fuerzas nacional-populares y progresistas de la sociedad colombiana, cuya vanguardia política hubo de optar en primera instancia por las armas como única alternativa estratégica para la toma del poder político del Estado y la correspondiente transformación de la sociedad.

La segunda vuelta del próximo 19 de junio será, entre otras cosas, una prueba de alta implicación estructural a ser librada en el marco de este dramático empate histórico.

Pero Colombia es un país de una gran complejidad. Más al respecto en próximas entregas.   

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