Ardía el rancho en el fondo del valle. Lo divisaba a través de los claros del robledal. Ignoraba si la vereda iba directamente hacia allí o se desviaba hacia una de las laterales del incendio. La luz que manaba de todo aquello mezclaba su incandescencia violenta con la proveniente de un sol tardío que pareciera intimidado por la fuerza de un fulgor aduraznado que al tiempo de ser hermoso por virtud del contraste magnificente configurado mediante la oposición de ese amarillo durazno sobre un lienzo azul cielo, era amenazante de todo punto. Los prados iban extinguiéndose poco a poco, y el verdor cuyo perecimiento había sido anunciado ya en Isaías 15:6 —Las aguas de Nimrim serán consumidas, y se secará la hierba, se marchitarán los retoños, todo verdor perecerá–, ofrecía el acontecimiento de su extinción gradual de una manera de connotaciones diríase que diluvianas por definitivas e irreversibles. El robledal entre medio de cuyos árboles era posible el registro de ese escenario que por lo catastrófico parecía ser al mismo tiempo también anunciador de un proceso de redención por vía de la catarsis según el esquema aristotélico de la tragedia, enderezaba su composición arbórea con una dignidad que estremecía. Nada parecía ser posible que sucediera para detener la devastación en marcha. Nada parecía. Nada.
Aub/ICR | Febrero 19, 2022
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Ardía el rancho en el fondo del valle. Lo divisaba a través de los claros del robledal. Ignoraba si la vereda iba directamente hacia allí o se desviaba hacia una de las laterales del incendio. La luz que manaba de todo aquello mezclaba su incandescencia violenta con la proveniente de un sol tardío que pareciera intimidado por la fuerza de un fulgor aduraznado que al tiempo de ser hermoso por virtud del contraste magnificente configurado mediante la oposición de ese amarillo durazno sobre un lienzo azul cielo, era amenazante de todo punto. Los prados iban extinguiéndose poco a poco, y el verdor cuyo perecimiento había sido anunciado ya en Isaías 15:6 —Las aguas de Nimrim serán consumidas, y se secará la hierba, se marchitarán los retoños, todo verdor perecerá–, ofrecía el acontecimiento de su extinción gradual de una manera de connotaciones diríase que diluvianas por definitivas e irreversibles. El robledal entre medio de cuyos árboles era posible el registro de ese escenario que por lo catastrófico parecía ser al mismo tiempo también anunciador de un proceso de redención por vía de la catarsis según el esquema aristotélico de la tragedia, enderezaba su composición arbórea con una dignidad que estremecía. Nada parecía ser posible que sucediera para detener la devastación en marcha. Nada parecía. Nada.
Aub/ICR | Febrero 19, 2022
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