Miguel León-Portilla | Significación de Mesoamérica en la historia universal | 1970.
Este es el primer número de la Colección Discursos de Ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, que la AMH edita conjuntamente con la Secretaría de Educación Pública. Se trata del discurso con el que el profesor Miguel León-Portilla ingresara a esta institución tan importante en el año de 1970. La contestación estuvo a cargo de Ignacio Bernal.
Miguel León-Portilla nació en 1926 y murió recientemente en 2019. Se graduó como maestro en la Universidad Loyola de Los Ángeles, California, y como doctor en filosofía por la UNAM. Junto con el padre Ángel María Garibay, León-Portilla representa para México la tradición de la erudición filológica e histórica que perfectamente podría insertarse en la más amplia tendencia de los estudios clásicos que desde América volcaron su interés por el orbe prehispánico como una de las matrices fundamentales de configuración de nuestras nacionalidades.
Dentro de su vastísima obra se destaca La filosofía náhuatl, Visión de los vencidos, Toltecáyotl, Literaturas indígenas de México y Tonantzin Guadalupe. Fue miembro de El Colegio Nacional, de la Asociación Americana de Antropología, de la Sociedad Mexicana de Antropología, de la Academia de la Investigación Científica y de la Academia Mexicana de la Lengua. Por cuanto a la Mexicana de la Historia, ingresó según tenemos dicho en 1970 para ocupar la silla 17, que había pertenecido a don Atanasio G. Saravia. Los promoventes de la candidatura de León-Portilla para ingresar en la Academia fueron Edmundo O’Gorman, José Joaquín Izquierdo y Jorge Gurría Lacroix.
Las primeras palabras de su discurso fueron dedicadas a elogiar la vida y obra de su predecesor, don Atanasio G. Saravia (1888-1969), erudito duranguense y funcionario público (desarrolló su vida profesional, fundamentalmente, en el Banco Nacional de México) que consagró su obra al estudio de lo que León-Portilla quiso referir como la ‘extraordinaria epopeya que fue la penetración y colonización de las provincias norteñas’ durante el período virreinal, concretamente en lo que hubo de constituirse como la Nueva Vizcaya, antecedente de estirpe vasca de la también vasca y tórrida región que hoy conocemos todos como Durango.
Para el profesor León-Portilla, la relevancia de los pioneros estudios de Saravia adquiere su magnitud justa por virtud del hecho de que, sin el capítulo de la Nueva Vizcaya, ‘no era posible estudiar los procesos de expansión por la Sierra Madre y hacia las costas del Pacífico y también, tierra adentro, en Nuevo México y por el rumbo de Coahuila y Texas’. Ha de ser tenido entonces Saravia como del grupo de quienes defendemos la tesis fundamental según la cual el proceso de construcción nacional mexicano no se puede comprender a cabalidad sin la comprensión también cabal del período embrionario virreinal, así como tampoco se puede comprender la nacionalidad sin la aportación estructural de la cultura novohispana.
Sus principales obras fueron Los misioneros muertos en el norte de la Nueva España (Durango, Talleres tipográficos de Silvestre Dorador, 1920), Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, I. La conquista (México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Imprenta Riveles, s.f.), Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, II. La ciudad de Durango, 1563-1821 (Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1941) y Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, III. Las sublevaciones (México, Librería de Manuel Porrúa, S.A., 1956).
Ahora bien, una vez tributado el homenaje a su antecesor, pasó León-Portilla al abordaje de la materia de su discurso de ingreso, a saber: la significación de Mesoamérica en la historia universal, cuestión que nos mete de lleno en una problemática de rango filosófico, y más concretamente de filosofía de la historia.
El primer problema que aparece en el discurso de León-Portilla, como no podía ser de otra manera, es el de las coordenadas desde las cuales se interpreta la historia universal, lo que a su vez supone la discriminación tanto de la escala temporal como de la unidad de medida del material antropológico de que se trate. ¿Cuál es la escala, cuál la unidad de medida y cuáles las coordenadas desde las que es dable pararse desde una perspectiva emic (interna a los hechos analizados) para visualizar y clasificar el significado de Mesoamérica en una universalidad histórica? Como se verá más adelante, tal fue el nudo gnoseológico (filosófico) que no pudo deshacer León-Portilla, y que de hecho fue también donde se detuvo Bernal en su contestación.
El antecedente que recoge de inmediato León-Portilla es el de Lorenzo Boturini (1702-1755), inquieto italiano erudito que dedicó su vida a la historia, la crónica de las culturas indígenas y al culto de la virgen de Guadalupe, y que llegara a México en 1736 para recopilar cuanto documento y códice prehispánico le fuera posible encontrar para poder formar así su “Museo histórico indiano”, razón por la cual fue hecho preso y enviado de regreso a España donde su proceso tendría que haberse continuado de no ser por sus protectores, que le ayudaron a obtener la libertad al amparo de la cual continuó entonces en sus empeños de convencer al Real Consejo de Indias de la necesidad de estudiar a consciencia a las culturas indígenas, al grado de haber incluso promovido la creación, en la capital de la Nueva España, de una Academia de la Historia de México precisamente (la Real Academia de la Historia española había iniciado recién sus trabajos en 1737), a cuyo resguardo habría de quedar su archivo y su “Museo histórico indiano”, así como también la creación ad hoc de un cargo para su persona, que llevaría por título ni más ni menos que el de “Cronista en Indias”.
Ninguno de los proyectos prosperaron para Boturini. Murió en Madrid en 1755 sin poder volver a Nueva España nunca y sin poder recobrar sus documentos. La Academia Mexicana de la Historia, correspondiente a la de Madrid, fue creada por su parte hasta el año de 1919.
La aportación de Boturini, en todo caso, fue fundamental para los efectos del desarrollo de la historia y la filosofía de la historia novohispana en lo tocante a las culturas indígenas. Ya había antecedentes, desde luego, en cuanto al interés por estas culturas desde el siglo XVI (Motolinía, Mendieta, Torquemada, las Casas, de Sahagún), con la diferencia filosófica decisiva de que las coordenadas de interpretación eran de naturaleza teológica. Boturini abrió brecha en este sentido, rompiendo el molde teológico con las herramientas que le proporcionara Vico.
En efecto, no fue otra sino la Scienza Nova de Giambattista Vico –obra decisiva para el desarrollo de la moderna filosofía de la historia universal, precisamente– el esquema adoptado por Boturini para redactar e imprimir, en 1746, su Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, sin perjuicio de lo cual quedaba desde entonces planteado e intacto el problema de las coordenadas desde las cuales se interpretaba el material en litigio: las culturas mesoamericanas. Vico seguía siendo un autor europeo y cristiano que fue utilizado por Boturini para resignificar a las culturas mesoamericanas en el contexto de la historia universal, es decir, que seguía siendo una referencia externa al material interpretado (etic), por más que en la interpretación estuviera presenta la voluntad de ir más allá del registro impresionista y de superficie de culturas sin mayor relevancia intrínseca.
Este habría de ser el nudo gnoseológico permanente con el que se hubieron de enfrentar todos aquéllos estudiosos que quisieran comprender “desde dentro” la realidad prehispánica, nos dice León-Portilla, y ya fuera que se utilizaran los criterios de la historia de la tecnología, o el de las estructuras antropológicas o el de los modos de producción (marxismo) o, incluso, en fin, el criterio utilizado por Toynbee (que recogerá luego Bernal en su contestación), el problema terminaba desembocando en lo mismo: la imposibilidad de interpretar desde sí mismas a las culturas indígenas, ante lo cual se formulaba León-Portilla la pregunta siguiente: ‘¿no es posible encaminar la búsqueda de significación, tratando de discernir lo que parece ser característico en los procesos y creaciones prehispánicas, o sea aquello que, de un modo o de otro, ha individualizado su propia realidad cultural?’
La respuesta que hoy podemos ver con mayor claridad es que no: no es posible adoptar una perspectiva exclusivamente emic (interna de manera absoluta) al material analizado porque se trata, primero, de realidades socio-culturales dinámicas, que una vez habiendo tomado contacto con las estructuras europeas quedaron entrelazadas a procesos que las envuelven y las desbordan, y es en la medida precisa de ese desbordamiento que se estableció una asimetría histórica por virtud de la cual, en segundo lugar, no pudo darse ni podrá darse jamás nunca la posibilidad de que la cultura prehispánica estudiara a la cultura europea (o española), sino que sólo fue y es posible interpretar a la prehispánica desde la perspectiva europea, en una primera fase como la que vio viajar a Boturini o a Torquemada por estas tierras recogiendo material, o desde la perspectiva nacional contemporánea, como la que vio al padre Garibay o al profesor León-Portilla, precisamente, hablando de todas estas cuestiones pero siempre desde el punto de vista de una Academia “Mexicana” de la Historia o de la de una Museo “Nacional” de Antropología; una perspectiva desde la cual es entonces posible afirmar y calibrar el significado del hecho contundente de que, por ejemplo, en Mesoamérica no se haya empleado nunca la rueda (lo que supone a su vez que la alfarería, por ejemplo, sólo se realizara con las manos), de que no haya habido molinos (y sólo metate), de que no se hayan conocido otros telares más que los que se fijaban a la cintura del tejedor, o que la agricultura no haya tenido nunca un desarrollo como el que sí tuvo donde existió la rueda o que no se haya trabajado nunca el bronce o el hierro, además de que la domesticación de los animales (dispositivo fundamental para comprender el paso de la religiosidad primaria a la secundaria a partir del Neolítico, según la teoría de la religión de Gustavo Bueno, que es la que de hecho nos permite dar cuenta hoy del salto cualitativo tan fundamental promovido por la conquista desde el punto de vista estrictamente religioso, toda vez que los dioses zoomorfos o antropo-zoomorfos prehispánicos fueron sustituidos de manera radical, y esto es algo verdaderamente revolucionario, por un dios estrictamente antropomorfo, por más que dios no exista) no haya tenido lugar por el hecho simple de que no había ni equinos, ni bovinos, ni lanares: ‘solo perrillos, como acompañantes en la vida y más allá de la muerte’ según afirmó León-Portilla.
Pero no se observa en momento alguno, en las palabras de don Miguel en su discurso, el atisbo de romantización victimista o tercermundista tan característico del indigenismo relativista postmoderno que hoy quiere “deconstruir” la historia entera de la humanidad desde la perspectiva de los vencidos, y que pide el derribo de cuanta estatua pueda existir desde el inoperante y anti-dialéctico criterio de los Derechos Humanos.
En todo caso, una vez planteada la pregunta en litigio pasó luego el profesor León-Portilla a detallar un recorrido del período prehispánico de manera panorámica según los criterios del esquema de fasificación que ya podemos llamar tal vez canónico: período pre-clásico, con predominancia de la cultura Olmeca, período clásico, centrado en el obre Teotihuacano y período post-clásico, donde se configura el orbe civilizatorio mexica o azteca.
La conclusión a la que llega León-Portilla, a la altura del principio de la década de los 70 del siglo pasado, fue de bastante ecuanimidad y equilibrio, vale decir tal vez que incluso tímida sin llegar, como tenemos dicho, ni a la victimización ni, peor aún, a la condena moral tan característica de la tiranía de la corrección política de hoy: ‘la civilización mesoamericana, aunque alejada en el tiempo y en el espacio de las altas culturas del Viejo Mundo, se sitúa por propio derecho al lado de ellas como el otro único caso de pueblos que, con múltiples limitaciones técnicas, desarrollaron auténticas formas de vida urbana, tuvieron un arte excepcional y conocieron los medios para preservar, en inscripciones y códices, el testimonio de su pasado de milenios. Lo que he presentado a la consideración de ustedes –terminaba diciéndoles a sus nuevos colegas académicos—es sólo señalamiento de un posible camino. La búsqueda de significación de lo que fue Mesoamérica por fortuna se prosigue con investigaciones cada vez más penetrantes.’
Su mensaje final es este: ‘Al interés por lo prehispánico se suman los estudios sobre la historia novohispana y la del ser moderno y contemporáneo de la nación mestiza. La realidad histórica de México sólo es comprensible a través de la integración de sus procesos. Al ingresar en la Academia debo decir que tengo por privilegio participar en sus trabajos. Por todo ello, una vez más, reitero mi agradecimiento a los que tan generosamente me han llamado’.
En su contestación, Ignacio Bernal resalta dos referencias fundamentales de León-Portilla: Boturini y Toynbee, subrayando el hecho de que una y otra suponen el mismo problema ya comentado: la utilización de criterios externos (etic) al material analizado, inclinándose al final por lo realizado por Toynbee más que por Boturini, sobre todo por tratarse de alguien mucho más cercano a nosotros en el tiempo.
El esquema de división del pasado indígena usado por Boturini, inspirándose según venimos de decir en Vico, con esas tres edades históricas ancladas en lo ciclópeo (los descendientes de Noe inventa a los dioses), lo heroico (los héroes forman las castas superiores gobernantes) y lo humano (el pueblo quiere ya conocer las leyes y entender las cosas en una lengua que ya no sea esotérica, haciendo principiar así a la monarquía) le resultan a Bernal menos cercanas, o tal vez más metafísicas podríamos decir hoy, que los titánicos análisis de Toynbee desde los que se abocó al estudio comparado de un aproximado de 28 civilizaciones, que analiza en su morfología y dinamismo según ciclos de nacimiento, prosperidad y decadencia en función del criterio metodológico según el cual una civilización nace como consecuencia de un reto afortunadamente vencido.
En su conclusión, don Ignacio Bernal afirmó lo siguiente: ‘Como ya ha dicho muy bien Miguel León-Portilla, la civilización mesoamericana es “otro único caso de pueblos” que se elevaron al nivel de alta cultura. Creo que de aquí su importancia particular para estudiar por un lado la unicidad humana y por otro las formas diferentes en que el hombre, afectado por factores diversos, ha organizado su cultura al trazar, independiente del Viejo Mundo, el largo camino que asciende a la civilización’.
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Miguel León-Portilla | Significación de Mesoamérica en la historia universal | 1970.
Este es el primer número de la Colección Discursos de Ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, que la AMH edita conjuntamente con la Secretaría de Educación Pública. Se trata del discurso con el que el profesor Miguel León-Portilla ingresara a esta institución tan importante en el año de 1970. La contestación estuvo a cargo de Ignacio Bernal.
Miguel León-Portilla nació en 1926 y murió recientemente en 2019. Se graduó como maestro en la Universidad Loyola de Los Ángeles, California, y como doctor en filosofía por la UNAM. Junto con el padre Ángel María Garibay, León-Portilla representa para México la tradición de la erudición filológica e histórica que perfectamente podría insertarse en la más amplia tendencia de los estudios clásicos que desde América volcaron su interés por el orbe prehispánico como una de las matrices fundamentales de configuración de nuestras nacionalidades.
Dentro de su vastísima obra se destaca La filosofía náhuatl, Visión de los vencidos, Toltecáyotl, Literaturas indígenas de México y Tonantzin Guadalupe. Fue miembro de El Colegio Nacional, de la Asociación Americana de Antropología, de la Sociedad Mexicana de Antropología, de la Academia de la Investigación Científica y de la Academia Mexicana de la Lengua. Por cuanto a la Mexicana de la Historia, ingresó según tenemos dicho en 1970 para ocupar la silla 17, que había pertenecido a don Atanasio G. Saravia. Los promoventes de la candidatura de León-Portilla para ingresar en la Academia fueron Edmundo O’Gorman, José Joaquín Izquierdo y Jorge Gurría Lacroix.
Las primeras palabras de su discurso fueron dedicadas a elogiar la vida y obra de su predecesor, don Atanasio G. Saravia (1888-1969), erudito duranguense y funcionario público (desarrolló su vida profesional, fundamentalmente, en el Banco Nacional de México) que consagró su obra al estudio de lo que León-Portilla quiso referir como la ‘extraordinaria epopeya que fue la penetración y colonización de las provincias norteñas’ durante el período virreinal, concretamente en lo que hubo de constituirse como la Nueva Vizcaya, antecedente de estirpe vasca de la también vasca y tórrida región que hoy conocemos todos como Durango.
Para el profesor León-Portilla, la relevancia de los pioneros estudios de Saravia adquiere su magnitud justa por virtud del hecho de que, sin el capítulo de la Nueva Vizcaya, ‘no era posible estudiar los procesos de expansión por la Sierra Madre y hacia las costas del Pacífico y también, tierra adentro, en Nuevo México y por el rumbo de Coahuila y Texas’. Ha de ser tenido entonces Saravia como del grupo de quienes defendemos la tesis fundamental según la cual el proceso de construcción nacional mexicano no se puede comprender a cabalidad sin la comprensión también cabal del período embrionario virreinal, así como tampoco se puede comprender la nacionalidad sin la aportación estructural de la cultura novohispana.
Sus principales obras fueron Los misioneros muertos en el norte de la Nueva España (Durango, Talleres tipográficos de Silvestre Dorador, 1920), Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, I. La conquista (México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Imprenta Riveles, s.f.), Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, II. La ciudad de Durango, 1563-1821 (Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1941) y Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, III. Las sublevaciones (México, Librería de Manuel Porrúa, S.A., 1956).
Ahora bien, una vez tributado el homenaje a su antecesor, pasó León-Portilla al abordaje de la materia de su discurso de ingreso, a saber: la significación de Mesoamérica en la historia universal, cuestión que nos mete de lleno en una problemática de rango filosófico, y más concretamente de filosofía de la historia.
El primer problema que aparece en el discurso de León-Portilla, como no podía ser de otra manera, es el de las coordenadas desde las cuales se interpreta la historia universal, lo que a su vez supone la discriminación tanto de la escala temporal como de la unidad de medida del material antropológico de que se trate. ¿Cuál es la escala, cuál la unidad de medida y cuáles las coordenadas desde las que es dable pararse desde una perspectiva emic (interna a los hechos analizados) para visualizar y clasificar el significado de Mesoamérica en una universalidad histórica? Como se verá más adelante, tal fue el nudo gnoseológico (filosófico) que no pudo deshacer León-Portilla, y que de hecho fue también donde se detuvo Bernal en su contestación.
El antecedente que recoge de inmediato León-Portilla es el de Lorenzo Boturini (1702-1755), inquieto italiano erudito que dedicó su vida a la historia, la crónica de las culturas indígenas y al culto de la virgen de Guadalupe, y que llegara a México en 1736 para recopilar cuanto documento y códice prehispánico le fuera posible encontrar para poder formar así su “Museo histórico indiano”, razón por la cual fue hecho preso y enviado de regreso a España donde su proceso tendría que haberse continuado de no ser por sus protectores, que le ayudaron a obtener la libertad al amparo de la cual continuó entonces en sus empeños de convencer al Real Consejo de Indias de la necesidad de estudiar a consciencia a las culturas indígenas, al grado de haber incluso promovido la creación, en la capital de la Nueva España, de una Academia de la Historia de México precisamente (la Real Academia de la Historia española había iniciado recién sus trabajos en 1737), a cuyo resguardo habría de quedar su archivo y su “Museo histórico indiano”, así como también la creación ad hoc de un cargo para su persona, que llevaría por título ni más ni menos que el de “Cronista en Indias”.
Ninguno de los proyectos prosperaron para Boturini. Murió en Madrid en 1755 sin poder volver a Nueva España nunca y sin poder recobrar sus documentos. La Academia Mexicana de la Historia, correspondiente a la de Madrid, fue creada por su parte hasta el año de 1919.
La aportación de Boturini, en todo caso, fue fundamental para los efectos del desarrollo de la historia y la filosofía de la historia novohispana en lo tocante a las culturas indígenas. Ya había antecedentes, desde luego, en cuanto al interés por estas culturas desde el siglo XVI (Motolinía, Mendieta, Torquemada, las Casas, de Sahagún), con la diferencia filosófica decisiva de que las coordenadas de interpretación eran de naturaleza teológica. Boturini abrió brecha en este sentido, rompiendo el molde teológico con las herramientas que le proporcionara Vico.
En efecto, no fue otra sino la Scienza Nova de Giambattista Vico –obra decisiva para el desarrollo de la moderna filosofía de la historia universal, precisamente– el esquema adoptado por Boturini para redactar e imprimir, en 1746, su Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, sin perjuicio de lo cual quedaba desde entonces planteado e intacto el problema de las coordenadas desde las cuales se interpretaba el material en litigio: las culturas mesoamericanas. Vico seguía siendo un autor europeo y cristiano que fue utilizado por Boturini para resignificar a las culturas mesoamericanas en el contexto de la historia universal, es decir, que seguía siendo una referencia externa al material interpretado (etic), por más que en la interpretación estuviera presenta la voluntad de ir más allá del registro impresionista y de superficie de culturas sin mayor relevancia intrínseca.
Este habría de ser el nudo gnoseológico permanente con el que se hubieron de enfrentar todos aquéllos estudiosos que quisieran comprender “desde dentro” la realidad prehispánica, nos dice León-Portilla, y ya fuera que se utilizaran los criterios de la historia de la tecnología, o el de las estructuras antropológicas o el de los modos de producción (marxismo) o, incluso, en fin, el criterio utilizado por Toynbee (que recogerá luego Bernal en su contestación), el problema terminaba desembocando en lo mismo: la imposibilidad de interpretar desde sí mismas a las culturas indígenas, ante lo cual se formulaba León-Portilla la pregunta siguiente: ‘¿no es posible encaminar la búsqueda de significación, tratando de discernir lo que parece ser característico en los procesos y creaciones prehispánicas, o sea aquello que, de un modo o de otro, ha individualizado su propia realidad cultural?’
La respuesta que hoy podemos ver con mayor claridad es que no: no es posible adoptar una perspectiva exclusivamente emic (interna de manera absoluta) al material analizado porque se trata, primero, de realidades socio-culturales dinámicas, que una vez habiendo tomado contacto con las estructuras europeas quedaron entrelazadas a procesos que las envuelven y las desbordan, y es en la medida precisa de ese desbordamiento que se estableció una asimetría histórica por virtud de la cual, en segundo lugar, no pudo darse ni podrá darse jamás nunca la posibilidad de que la cultura prehispánica estudiara a la cultura europea (o española), sino que sólo fue y es posible interpretar a la prehispánica desde la perspectiva europea, en una primera fase como la que vio viajar a Boturini o a Torquemada por estas tierras recogiendo material, o desde la perspectiva nacional contemporánea, como la que vio al padre Garibay o al profesor León-Portilla, precisamente, hablando de todas estas cuestiones pero siempre desde el punto de vista de una Academia “Mexicana” de la Historia o de la de una Museo “Nacional” de Antropología; una perspectiva desde la cual es entonces posible afirmar y calibrar el significado del hecho contundente de que, por ejemplo, en Mesoamérica no se haya empleado nunca la rueda (lo que supone a su vez que la alfarería, por ejemplo, sólo se realizara con las manos), de que no haya habido molinos (y sólo metate), de que no se hayan conocido otros telares más que los que se fijaban a la cintura del tejedor, o que la agricultura no haya tenido nunca un desarrollo como el que sí tuvo donde existió la rueda o que no se haya trabajado nunca el bronce o el hierro, además de que la domesticación de los animales (dispositivo fundamental para comprender el paso de la religiosidad primaria a la secundaria a partir del Neolítico, según la teoría de la religión de Gustavo Bueno, que es la que de hecho nos permite dar cuenta hoy del salto cualitativo tan fundamental promovido por la conquista desde el punto de vista estrictamente religioso, toda vez que los dioses zoomorfos o antropo-zoomorfos prehispánicos fueron sustituidos de manera radical, y esto es algo verdaderamente revolucionario, por un dios estrictamente antropomorfo, por más que dios no exista) no haya tenido lugar por el hecho simple de que no había ni equinos, ni bovinos, ni lanares: ‘solo perrillos, como acompañantes en la vida y más allá de la muerte’ según afirmó León-Portilla.
Pero no se observa en momento alguno, en las palabras de don Miguel en su discurso, el atisbo de romantización victimista o tercermundista tan característico del indigenismo relativista postmoderno que hoy quiere “deconstruir” la historia entera de la humanidad desde la perspectiva de los vencidos, y que pide el derribo de cuanta estatua pueda existir desde el inoperante y anti-dialéctico criterio de los Derechos Humanos.
En todo caso, una vez planteada la pregunta en litigio pasó luego el profesor León-Portilla a detallar un recorrido del período prehispánico de manera panorámica según los criterios del esquema de fasificación que ya podemos llamar tal vez canónico: período pre-clásico, con predominancia de la cultura Olmeca, período clásico, centrado en el obre Teotihuacano y período post-clásico, donde se configura el orbe civilizatorio mexica o azteca.
La conclusión a la que llega León-Portilla, a la altura del principio de la década de los 70 del siglo pasado, fue de bastante ecuanimidad y equilibrio, vale decir tal vez que incluso tímida sin llegar, como tenemos dicho, ni a la victimización ni, peor aún, a la condena moral tan característica de la tiranía de la corrección política de hoy: ‘la civilización mesoamericana, aunque alejada en el tiempo y en el espacio de las altas culturas del Viejo Mundo, se sitúa por propio derecho al lado de ellas como el otro único caso de pueblos que, con múltiples limitaciones técnicas, desarrollaron auténticas formas de vida urbana, tuvieron un arte excepcional y conocieron los medios para preservar, en inscripciones y códices, el testimonio de su pasado de milenios. Lo que he presentado a la consideración de ustedes –terminaba diciéndoles a sus nuevos colegas académicos—es sólo señalamiento de un posible camino. La búsqueda de significación de lo que fue Mesoamérica por fortuna se prosigue con investigaciones cada vez más penetrantes.’
Su mensaje final es este: ‘Al interés por lo prehispánico se suman los estudios sobre la historia novohispana y la del ser moderno y contemporáneo de la nación mestiza. La realidad histórica de México sólo es comprensible a través de la integración de sus procesos. Al ingresar en la Academia debo decir que tengo por privilegio participar en sus trabajos. Por todo ello, una vez más, reitero mi agradecimiento a los que tan generosamente me han llamado’.
En su contestación, Ignacio Bernal resalta dos referencias fundamentales de León-Portilla: Boturini y Toynbee, subrayando el hecho de que una y otra suponen el mismo problema ya comentado: la utilización de criterios externos (etic) al material analizado, inclinándose al final por lo realizado por Toynbee más que por Boturini, sobre todo por tratarse de alguien mucho más cercano a nosotros en el tiempo.
El esquema de división del pasado indígena usado por Boturini, inspirándose según venimos de decir en Vico, con esas tres edades históricas ancladas en lo ciclópeo (los descendientes de Noe inventa a los dioses), lo heroico (los héroes forman las castas superiores gobernantes) y lo humano (el pueblo quiere ya conocer las leyes y entender las cosas en una lengua que ya no sea esotérica, haciendo principiar así a la monarquía) le resultan a Bernal menos cercanas, o tal vez más metafísicas podríamos decir hoy, que los titánicos análisis de Toynbee desde los que se abocó al estudio comparado de un aproximado de 28 civilizaciones, que analiza en su morfología y dinamismo según ciclos de nacimiento, prosperidad y decadencia en función del criterio metodológico según el cual una civilización nace como consecuencia de un reto afortunadamente vencido.
En su conclusión, don Ignacio Bernal afirmó lo siguiente: ‘Como ya ha dicho muy bien Miguel León-Portilla, la civilización mesoamericana es “otro único caso de pueblos” que se elevaron al nivel de alta cultura. Creo que de aquí su importancia particular para estudiar por un lado la unicidad humana y por otro las formas diferentes en que el hombre, afectado por factores diversos, ha organizado su cultura al trazar, independiente del Viejo Mundo, el largo camino que asciende a la civilización’.
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