Arena hasta donde se pierde la vista, entre las últimas colinas y el mar –el mar– en el aire frío de una tarde a punto de acabar y bendecida por el viento que sopla siempre del norte. El mar, el mar que lo mismo te amenaza con oleajes gigantescos y paralizadores, o que también te trae una paz derivada de la calma producida por una cadencia lenta y suave y tenue de movimientos sutiles de su volumen acuoso suministrados en olas que se levantan y caen con un ritmo lento y silencioso, y que parecieran ser caricias repetitivas y constantes y que cíclicamente van configurando una atmósfera sonora y visual propiciadora de una tranquilidad apacible comparable solamente con la que me produce dormir a tu lado una tarde cualquiera en no importa qué cama y qué lugar y qué ciudad.
Tu calma transmitida: eso sí que es otra cosa en este mundo ciertamente ¿ya me entiendes? Es una presencia corporal cargada de belleza mediante la que se abre un horizonte dilatado y anhelante; anhelante y tierno cuando te observo dormida en estado de completa vulnerabilidad –es una ternura y un anhelo desesperado similar al destilado por alguien que corre a abrazarte con la respiración acelerada en un aeropuerto cualquiera– y acompañado además, óyeme bien, de la evidencia contundente de que ese lugar compartido, que esa cama compartida entre tú y yo y así sea grande o sea pequeña, es el lugar en el que yo debo de estar y en el que sobre todo quiero estar por siempre.
Arena hasta donde se pierde la visa y el mar, el mar que siendo apacible me permite evocarte a mi lado. A mi lado siempre. Arena hasta donde se pierde la vista y el mar.
Baricco/ICR | Diciembre 28, 2021.
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Arena hasta donde se pierde la vista, entre las últimas colinas y el mar –el mar– en el aire frío de una tarde a punto de acabar y bendecida por el viento que sopla siempre del norte. El mar, el mar que lo mismo te amenaza con oleajes gigantescos y paralizadores, o que también te trae una paz derivada de la calma producida por una cadencia lenta y suave y tenue de movimientos sutiles de su volumen acuoso suministrados en olas que se levantan y caen con un ritmo lento y silencioso, y que parecieran ser caricias repetitivas y constantes y que cíclicamente van configurando una atmósfera sonora y visual propiciadora de una tranquilidad apacible comparable solamente con la que me produce dormir a tu lado una tarde cualquiera en no importa qué cama y qué lugar y qué ciudad.
Tu calma transmitida: eso sí que es otra cosa en este mundo ciertamente ¿ya me entiendes? Es una presencia corporal cargada de belleza mediante la que se abre un horizonte dilatado y anhelante; anhelante y tierno cuando te observo dormida en estado de completa vulnerabilidad –es una ternura y un anhelo desesperado similar al destilado por alguien que corre a abrazarte con la respiración acelerada en un aeropuerto cualquiera– y acompañado además, óyeme bien, de la evidencia contundente de que ese lugar compartido, que esa cama compartida entre tú y yo y así sea grande o sea pequeña, es el lugar en el que yo debo de estar y en el que sobre todo quiero estar por siempre.
Arena hasta donde se pierde la visa y el mar, el mar que siendo apacible me permite evocarte a mi lado. A mi lado siempre. Arena hasta donde se pierde la vista y el mar.
Baricco/ICR | Diciembre 28, 2021.
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