Tú puedes sacarme de tu vida, pero yo no a ti de la mía, me dijiste. ¿Pero es que no te das cuenta de que en realidad lo que yo más quiero en este mundo es no morir como un imbécil? Y para no morir como un imbécil es necesario no ya tanto que te tenga yo en mi vida, sino que tú misma seas mi vida ¿ya me entiendes?

Y para que puedas llegar a ser mi vida toda, tienes que vivir en mí y dejar que yo también pueda vivir en ti. Y caminar juntos los recorridos que todas las mañanas tardes y noches nos regalan los días, y hacerlo siempre, año con año, otoño tras otoño. Muchos años y muchos otoños. Muchos, ¿comprendes?. Muchos. Hasta que el cansancio nos extenúe y nos vacíe de una forma tan especial, que sólo estando el uno al lado del otro pueda dársenos como tributo de la existencia la posibilidad del rejuvenecimiento. Y también la del anhelo.

Escucha: yo no quiero morir como un imbécil no no. Y para eso te requiero siendo mi vida, siendo yo mismo, transfigurada mediante la alquimia sublime que a cuatro labios se destila en los besos callados y largos y pausados que todas las noches, de todos los años y de todos los otoños, de tus pies a tu cabeza ángel mío óyeme bien, yo te doy y te daré, yo te doy y te daré, yo te doy y te daré.

LMJ/ICR | Noviembre 23, 2021.

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