Domingo 22 de marzo, 2020. Arqueles Vela. He aquí, me parece, un destino solitario. Una figura más o menos olvidada (no tengo noticia de que, por ejemplo, el Fondo de Cultura Económica tenga publicado algo suyo a la manera en que lo tiene para los casos de un Villaurrutia o un Chumacero) aunque sólida en cuanto a estilo y perspectiva, perteneciente a un grupo incrustado dentro de la configuración de una generación, que es la nacida en el corte del siglo XIX y el XX, y cuyos promotores tuvieron a bien denominarse como grupo estridentista. Fueron los contemporáneos del otro grupo que quiso denominarse así: Contemporáneos. Ambos son vistos como expresión de lo que en el mundo hubo de llamarse el movimiento epocal de las vanguardias.
La primera caracterización general de los estridentistas la tuve a través de un libro ciertamente bueno, México en su novela: Una nación en busca de su identidad, de J.S. Brushwood (FCE, 1973); el libro lo estuve leyendo en Villahermosa, de la Biblioteca Pino Suárez, pero ya no lo pude terminar, y el ejemplar de mi biblioteca en ciudad de México nomás no lo puedo encontrar.
Del libro de Brushwood recuerdo la inserción de textos estridentistas que acusaban un ritmo acelerado y de fluidez –vamos a decir– algo así como joyceana, que me pareció formidable. Pero al buscar libros de Maples Arce, Arqueles Vela o List Arzubide en la Pino Suárez de Villahermosa no pude encontrar nada.
Desde un punto de vista sociológico, suelo ser muy escéptico en cuanto a la valoración de los movimientos o grupúsculos rupturistas, sobre todo los que se configuran en ámbitos de tipo burgués, o tal vez quizá mejor de “pedantería burguesa”, afectada de lo que José Revueltas llamó el “espíritu de plaquetismo”: ‘Si un escritor –o en el caso de un poeta–, nos dice Revueltas, estudia durante ocho años, ocho u ochocientos tratados sobre estilo, y al cabo de ellos escribe ocho versos, está obligado a publicar una “plaquette” de ocho páginas, una de las cuales estará destinada al poema, dos a la portada y al colofón, y las cinco restantes al misterio, es decir, al encanto de presentar lo que pudo escribirse y no se escribió en las vacías, metafísicas páginas en blanco. De aquí que el plaquetismo sea, aparte de todo lo anterior, también un estado de ánimo, un modo de ver la literatura –con rigor y aristocracia valeryanas–, una concepción del mundo’ (La marea de los días, FFyL, UNAM, México, 2018, p.149).
Pues bien, una suerte de destilado de espíritu de plaquetismo fue lo que acaso haya sido lo primero que advertí cuando, en el libro de Brushwood, leí aquél famoso manifiesto estridentista de Maples Arce, Actual No. 1. Hoja de Vanguardia. Comprimido Estridentista de Manuel Maples Arce, de 1921, que la verdad de las cosas me dejó literalmente sin palabras, pero no por la sorpresa sino por su inanidad abrumadora e inflada de pedantería. Me los imaginaba entonces como un grupo de señoritos poetas en flor de rebeldía, que con sus plaquettes y sus Hojas de Vanguardia bajo el brazo salieron a las calles a vociferar el advenimiento de un cambio de época del mismo rango y escala al inaugurado, pongamos por caso, por la salida de prensa del Manifiesto del Partido Comunista en aquéllas calles históricas de Londres un día de febrero de 1848.
Pero he dicho que lo anterior es resultado de una perspectiva sociológica. Porque desde el punto de vista estético-literario las cosas pueden ser diferentes en cuanto a la calidad poética de la que se trate. Y aquí aplico entonces el principio que usaba Luis Buñuel al referirse al surrealismo, cuando decía: “lo que me importa es el surrealismo, no los surrealistas”. Lo mismo puedo decir entonces, tal vez, sobre los estridentistas.
En todo caso, lo que tengo en mi escritorio es un libro solitario, ya digo, de Arqueles Vela, Sincrónicas*, editado por Liberta-Sumaria en 1980, con prólogo, selección y compilación de Lénica Puyhol viuda de Vela.
Se trata de un aproximado de 85 textos breves, en viñeta, de figuras (más o menos sesenta hombres y veinte mujeres) que veía Vela desde su contemporaneidad y cuyas claves literarias, estilísticas, históricas y poéticas capturaba en una suerte de fotografía, que quiso él denominar como sincrónicas, y que fueron luego publicadas en revistas nacionales diversas como la Revista de la Escuela Normal Superior, Revista de Revistas, Jueves de Excélsior, Revista de América y algunas otras más.
Arqueles Vela Salvatierra nació con el siglo XX, en 1899, y murió en 1977. Su generación es la de Leopoldo Marechal (1900-1970) o Jorge Luis Borges (1899-1986), así como la de Malraux (1901-1976), Malaparte (1898-1957) y Saint-Exupéry (1900-1944). Ya he dicho en otros lugares que ésta y la generación que le precede (la que nace en la octava década del XIX, como Vasconcelos) configuran la cartografía generacional de las grandes figuras del siglo XX, a la sombra de cuya grandeza seguimos muchos respirando todavía.
Lo primero que me llama la atención de la nómina de perfiles en cuya sincronía retrata Vela en este libro es la cantidad de nombres que desconocía, además de constatar que en su momento logró incrustarse en los circuitos literarios de París y Madrid para darnos cuenta de figuras esenciales de aquél panorama epocal.
Felipe Sassone, Ricardo Arenales, Regino Pedroso, Alfredo Gómez de la Vega, Antonio Marichalar, Rivas-Cherif, así como Gloria Mestre, Isabel Corona, Esther Puyhol o María Douglas son nombres de los que jamás había leído nada, hasta que llegué a Arqueles Vela para saber también, entre otras cosas, que ‘en un principio su vida –la de Enrique Díez-Canedo– parecía insignificante, a simple vista: pero a doble vista se revelaba en sus proporciones singulares: había tomado lo breve de lo cotidiano transformándolo en grandioso… y hacía lo insignificante, significativo; lo áspero, delicado; lo humano, divino; lo divino… demoníaco…. Trascendido todo de lo común y corriente de su pensamiento’; o también para tomar nota –al leer lo que Vela tiene que decirnos sobre Rubén Darío– del hecho de que ‘la música de las palabras en la poesía es una relación intersectiva entre el sentido y sus asociaciones infinitas. Quienes persisten en reducir su genealogía en los arqueos del siglo diecinueve francés, se estancan en las corrientes superficiales de la crítica que, en vez de dilucidar, oscurece los orígenes de la creación estética. El poeta lírico expresa sentimientos y pensamientos, directamente, al través de la plástica sonora del lenguaje’.
Así también, al disponer un tono propicio para caracterizar la poesía de Nicolás Guillén, Arqueles Vela llama nuestra atención sobre el hecho fundamental de que ‘en toda época crítica –tránsito de un estilo a otro– los conceptos fundamentales determinantes de lo contingencial y lo permanente, de lo popular y lo culto, de lo nacional y lo universal, de lo desinteresado y lo tendencioso; ocluidos antes en el fondo de los fenómenos artísticos, surgen y se decantan en controversias, a la búsqueda de nuevas valoraciones’.
También ha sido valioso para mí la revelación de atributos de ciertos autores que Arqueles Vela pondera con solvencia, como Máximo Gorki o Luis G. Urbina, o como cuando nos dice que ‘nadie, ninguno, ha comprobado tanto la idea que tengo acerca del genio, como Miguel Ángel Asturias: un hombre que no sabe nada de sí mismo… y sabe mucho de los demás… lo que no saben todos juntos acerca de uno solo… un ingenuo que de tan ingenuo llega a ser una maula: Quevedo, Rabelais, fueron unos maulas….’; o cuando nos dice, en fin, también, sobre un Ángel Salas respecto del que nada sabía hasta ahora, para saber gracias a él que se trató de alguien que
‘Arreglaba el mundo para los demás… enseñó a vivir de su propia vida a quienes no sabían cómo utilizarla en los instantes críticos o en los instantes comunes… No se daba a todos, despilfarrando sus sentimientos, sino se daba a todos descubriendo lo que tenían sin saberlo… A las vidas pobres les dio esplendor; a las vidas esplendorosas, las cubrió de arte, enseñándoles lo que oculta lo demasiado luminoso… Su cátedra era una incitación a la búsqueda de los valores más puros y hondos del hombre, en el decurso de los sentimientos y de las ideas que ha dejado la humanidad. Cuando la vida perdía su ritmo y comenzaba a dar tumbos entre las realidades nefastas, creadas por el mismo hombre, su sabiduría encontró siempre los medios de encauzar la ignorancia provocadora… porque el maestro estuvo constantemente seguro de que el único mal de la humanidad, provenía de la ignorancia…. Ángel Salas fue un hombre que siempre fue algo más… un nexo entre los hombres… Una fuerza de entendimiento que comenzaba por entender al mundo para explicarlo después a los demás…’
Destino solitario el de Arqueles Vela, me parece a mí. He encontrado en sus textos un fino sentido de la dialéctica y el contrapunto para iluminar aspectos esenciales del perfil de alguien o de su obra. También pude reconocer los ecos de lecturas platónicas y el pulso de un lector de poesía soberano de sus gustos y disgustos. Desconozco las razones por las cuales, habiendo sido contemporáneo egregio de los Contemporáneos, y poseedor de una fuerza del entendimiento singular y de trayectoria firme, el Fondo de Cultura Económica no ha reunido su obra en volumen cual procede.
Cuando se entrevistó con José Santos Chocano, lo que le dijo fue lo siguiente: ‘… de todos los poetas… es usted el que más impulsos líricos revela… el más nuevo entre los nuevos… Me interesa en su poesía… ese realismo melancólico… su libertad estrófica… y cierta reminiscencia panteísta… tónica de la poética americana…’
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Domingo 22 de marzo, 2020. Arqueles Vela. He aquí, me parece, un destino solitario. Una figura más o menos olvidada (no tengo noticia de que, por ejemplo, el Fondo de Cultura Económica tenga publicado algo suyo a la manera en que lo tiene para los casos de un Villaurrutia o un Chumacero) aunque sólida en cuanto a estilo y perspectiva, perteneciente a un grupo incrustado dentro de la configuración de una generación, que es la nacida en el corte del siglo XIX y el XX, y cuyos promotores tuvieron a bien denominarse como grupo estridentista. Fueron los contemporáneos del otro grupo que quiso denominarse así: Contemporáneos. Ambos son vistos como expresión de lo que en el mundo hubo de llamarse el movimiento epocal de las vanguardias.
La primera caracterización general de los estridentistas la tuve a través de un libro ciertamente bueno, México en su novela: Una nación en busca de su identidad, de J.S. Brushwood (FCE, 1973); el libro lo estuve leyendo en Villahermosa, de la Biblioteca Pino Suárez, pero ya no lo pude terminar, y el ejemplar de mi biblioteca en ciudad de México nomás no lo puedo encontrar.
Del libro de Brushwood recuerdo la inserción de textos estridentistas que acusaban un ritmo acelerado y de fluidez –vamos a decir– algo así como joyceana, que me pareció formidable. Pero al buscar libros de Maples Arce, Arqueles Vela o List Arzubide en la Pino Suárez de Villahermosa no pude encontrar nada.
Desde un punto de vista sociológico, suelo ser muy escéptico en cuanto a la valoración de los movimientos o grupúsculos rupturistas, sobre todo los que se configuran en ámbitos de tipo burgués, o tal vez quizá mejor de “pedantería burguesa”, afectada de lo que José Revueltas llamó el “espíritu de plaquetismo”: ‘Si un escritor –o en el caso de un poeta–, nos dice Revueltas, estudia durante ocho años, ocho u ochocientos tratados sobre estilo, y al cabo de ellos escribe ocho versos, está obligado a publicar una “plaquette” de ocho páginas, una de las cuales estará destinada al poema, dos a la portada y al colofón, y las cinco restantes al misterio, es decir, al encanto de presentar lo que pudo escribirse y no se escribió en las vacías, metafísicas páginas en blanco. De aquí que el plaquetismo sea, aparte de todo lo anterior, también un estado de ánimo, un modo de ver la literatura –con rigor y aristocracia valeryanas–, una concepción del mundo’ (La marea de los días, FFyL, UNAM, México, 2018, p.149).
Pues bien, una suerte de destilado de espíritu de plaquetismo fue lo que acaso haya sido lo primero que advertí cuando, en el libro de Brushwood, leí aquél famoso manifiesto estridentista de Maples Arce, Actual No. 1. Hoja de Vanguardia. Comprimido Estridentista de Manuel Maples Arce, de 1921, que la verdad de las cosas me dejó literalmente sin palabras, pero no por la sorpresa sino por su inanidad abrumadora e inflada de pedantería. Me los imaginaba entonces como un grupo de señoritos poetas en flor de rebeldía, que con sus plaquettes y sus Hojas de Vanguardia bajo el brazo salieron a las calles a vociferar el advenimiento de un cambio de época del mismo rango y escala al inaugurado, pongamos por caso, por la salida de prensa del Manifiesto del Partido Comunista en aquéllas calles históricas de Londres un día de febrero de 1848.
Pero he dicho que lo anterior es resultado de una perspectiva sociológica. Porque desde el punto de vista estético-literario las cosas pueden ser diferentes en cuanto a la calidad poética de la que se trate. Y aquí aplico entonces el principio que usaba Luis Buñuel al referirse al surrealismo, cuando decía: “lo que me importa es el surrealismo, no los surrealistas”. Lo mismo puedo decir entonces, tal vez, sobre los estridentistas.
En todo caso, lo que tengo en mi escritorio es un libro solitario, ya digo, de Arqueles Vela, Sincrónicas*, editado por Liberta-Sumaria en 1980, con prólogo, selección y compilación de Lénica Puyhol viuda de Vela.
Se trata de un aproximado de 85 textos breves, en viñeta, de figuras (más o menos sesenta hombres y veinte mujeres) que veía Vela desde su contemporaneidad y cuyas claves literarias, estilísticas, históricas y poéticas capturaba en una suerte de fotografía, que quiso él denominar como sincrónicas, y que fueron luego publicadas en revistas nacionales diversas como la Revista de la Escuela Normal Superior, Revista de Revistas, Jueves de Excélsior, Revista de América y algunas otras más.
Arqueles Vela Salvatierra nació con el siglo XX, en 1899, y murió en 1977. Su generación es la de Leopoldo Marechal (1900-1970) o Jorge Luis Borges (1899-1986), así como la de Malraux (1901-1976), Malaparte (1898-1957) y Saint-Exupéry (1900-1944). Ya he dicho en otros lugares que ésta y la generación que le precede (la que nace en la octava década del XIX, como Vasconcelos) configuran la cartografía generacional de las grandes figuras del siglo XX, a la sombra de cuya grandeza seguimos muchos respirando todavía.
Lo primero que me llama la atención de la nómina de perfiles en cuya sincronía retrata Vela en este libro es la cantidad de nombres que desconocía, además de constatar que en su momento logró incrustarse en los circuitos literarios de París y Madrid para darnos cuenta de figuras esenciales de aquél panorama epocal.
Felipe Sassone, Ricardo Arenales, Regino Pedroso, Alfredo Gómez de la Vega, Antonio Marichalar, Rivas-Cherif, así como Gloria Mestre, Isabel Corona, Esther Puyhol o María Douglas son nombres de los que jamás había leído nada, hasta que llegué a Arqueles Vela para saber también, entre otras cosas, que ‘en un principio su vida –la de Enrique Díez-Canedo– parecía insignificante, a simple vista: pero a doble vista se revelaba en sus proporciones singulares: había tomado lo breve de lo cotidiano transformándolo en grandioso… y hacía lo insignificante, significativo; lo áspero, delicado; lo humano, divino; lo divino… demoníaco…. Trascendido todo de lo común y corriente de su pensamiento’; o también para tomar nota –al leer lo que Vela tiene que decirnos sobre Rubén Darío– del hecho de que ‘la música de las palabras en la poesía es una relación intersectiva entre el sentido y sus asociaciones infinitas. Quienes persisten en reducir su genealogía en los arqueos del siglo diecinueve francés, se estancan en las corrientes superficiales de la crítica que, en vez de dilucidar, oscurece los orígenes de la creación estética. El poeta lírico expresa sentimientos y pensamientos, directamente, al través de la plástica sonora del lenguaje’.
Así también, al disponer un tono propicio para caracterizar la poesía de Nicolás Guillén, Arqueles Vela llama nuestra atención sobre el hecho fundamental de que ‘en toda época crítica –tránsito de un estilo a otro– los conceptos fundamentales determinantes de lo contingencial y lo permanente, de lo popular y lo culto, de lo nacional y lo universal, de lo desinteresado y lo tendencioso; ocluidos antes en el fondo de los fenómenos artísticos, surgen y se decantan en controversias, a la búsqueda de nuevas valoraciones’.
También ha sido valioso para mí la revelación de atributos de ciertos autores que Arqueles Vela pondera con solvencia, como Máximo Gorki o Luis G. Urbina, o como cuando nos dice que ‘nadie, ninguno, ha comprobado tanto la idea que tengo acerca del genio, como Miguel Ángel Asturias: un hombre que no sabe nada de sí mismo… y sabe mucho de los demás… lo que no saben todos juntos acerca de uno solo… un ingenuo que de tan ingenuo llega a ser una maula: Quevedo, Rabelais, fueron unos maulas….’; o cuando nos dice, en fin, también, sobre un Ángel Salas respecto del que nada sabía hasta ahora, para saber gracias a él que se trató de alguien que
‘Arreglaba el mundo para los demás… enseñó a vivir de su propia vida a quienes no sabían cómo utilizarla en los instantes críticos o en los instantes comunes… No se daba a todos, despilfarrando sus sentimientos, sino se daba a todos descubriendo lo que tenían sin saberlo… A las vidas pobres les dio esplendor; a las vidas esplendorosas, las cubrió de arte, enseñándoles lo que oculta lo demasiado luminoso… Su cátedra era una incitación a la búsqueda de los valores más puros y hondos del hombre, en el decurso de los sentimientos y de las ideas que ha dejado la humanidad. Cuando la vida perdía su ritmo y comenzaba a dar tumbos entre las realidades nefastas, creadas por el mismo hombre, su sabiduría encontró siempre los medios de encauzar la ignorancia provocadora… porque el maestro estuvo constantemente seguro de que el único mal de la humanidad, provenía de la ignorancia…. Ángel Salas fue un hombre que siempre fue algo más… un nexo entre los hombres… Una fuerza de entendimiento que comenzaba por entender al mundo para explicarlo después a los demás…’
Destino solitario el de Arqueles Vela, me parece a mí. He encontrado en sus textos un fino sentido de la dialéctica y el contrapunto para iluminar aspectos esenciales del perfil de alguien o de su obra. También pude reconocer los ecos de lecturas platónicas y el pulso de un lector de poesía soberano de sus gustos y disgustos. Desconozco las razones por las cuales, habiendo sido contemporáneo egregio de los Contemporáneos, y poseedor de una fuerza del entendimiento singular y de trayectoria firme, el Fondo de Cultura Económica no ha reunido su obra en volumen cual procede.
Cuando se entrevistó con José Santos Chocano, lo que le dijo fue lo siguiente: ‘… de todos los poetas… es usted el que más impulsos líricos revela… el más nuevo entre los nuevos… Me interesa en su poesía… ese realismo melancólico… su libertad estrófica… y cierta reminiscencia panteísta… tónica de la poética americana…’
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