Filosofía Historia

Historia Contemporánea. Quinta contribución.

América y su identidad desde la independencia. Latinoamérica, Hispanoamérica e Indoamérica.

Viendo las cosas desde la perspectiva hasta ahora dibujada, la configuración histórica de América a partir del siglo XVI se nos manifiesta como un acontecimiento de primer orden. Se trata ni más ni menos que de la implantación de las estructuras europeas en tierra americana, trayendo consigo los esquemas de su dialéctica interna (guerras políticas, guerras religiosas, disputas dinásticas, herencia greco-helenística, tradición jurídica romana, morfología de los reinos medievales herederos del Imperio romano, enfrentamiento de la cristiandad con el mundo islámico, escisión interna entre protestantismo y catolicismo), lo que supuso de manera irreversible la incorporación-configuración de América a un orden que estaba ya desplegándose a escala universal, conectándola con una Europa en proceso de consolidación polémica de su unidad y de su identidad política muchos siglos antes del proyecto de Unión Europea, que, por ejemplo, se ha impulsado durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI como si se tratara de la gran innovación de las relaciones internacionales.

‘Ocurre entonces que la unidad europea existía muchísimo antes de la Declaración Schuman de 1950, con la diferencia de que el esqueleto no era monetario ni financiero ni comercial ni burocrático, era eclesiástico-cristiano. La cristiandad romana era, ella misma, Europa, consolidada como tal cuando Constantino el Grande, en el siglo IV, hace del cristianismo la religión del Imperio. Su antecesor, Diocleciano, había organizado los territorios con arreglo a cinco entidades “nacionales”, que llamó diócesis: Galias, Hispania, Italia, Germania y Britannia.

Con las invasiones germánicas, entre los siglos IV y VI, la unidad política romana es mantenida gracias a esa estructura eclesiástica, que cristianiza a los bárbaros. La verdadera fractura es producida por la otra gran invasión territorial y religiosa: la musulmana, durante los siglos VII y VIII. A partir de entonces, la unidad política de la Universitas christiana que era Europa, distribuida en un sistema de reinos medieval-dinásticos, se perfila en su enfrentamiento con el islam. La historia de España (Covadonga, 722) y Francia (Poitiers, 732) se define estructuralmente en esa lucha.

Cuando el financiamiento de los Reyes Católicos permitió el viaje de Colón a lo que luego fue América, esos reinos medievales constitutivos de Europa se transforman en imperios universales de régimen absolutista. En 1521 Cortés toma Tenochtitlán. En 1620, el Mayflower llega a lo que hoy es la costa este de los Estados Unidos, organizando, tras el desembarco, trece colonias. Con ambos acontecimientos, Europa se traslada a América.’, Ismael Carvallo Robledo, ‘¿Qué es Europa?’, La clandestina virtud, Julio 2016.

Esto significa que tanto en la configuración del Antiguo Régimen (o Era de los Descubrimientos) como del Nuevo (o Era de las Revoluciones) América ocupa un lugar protagónico fundamental, que es algo que también hubo de observar Tocqueville en el sentido de plantear, en La Democracia en América, que el futuro sería americano inevitablemente. Hegel lo vio también de la misma manera, afirmando que

‘América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur. Es un país de nostalgia para todos los que están hastiados del museo histórico de la vieja Europa. Se asegura que Napoleón dijo: “esta vieja Europa me aburre”. América debe apartarse del suelo en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal. Lo que hasta ahora acontece aquí no es más que el eco del viejo mundo y el reflejo de ajena vida. Mas como país del porvenir, América no nos interesa, pues el filósofo no hace profecías.’, G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal.

Pero habría de tratarse de un proyecto desdoblado en dos bloques geopolíticos (o dos placas tectónicas), el imperio inglés y el imperio español. Del enfrentamiento de estos dos imperios, y de las consecuencias de lo que de cada plataforma habría de quedar en América como herencia constitutiva, se derivan consideraciones historiográficas y político-ideológicas de primera magnitud que llegan hasta nuestros días, reforzando lo que Hegel habría dicho tan sólo como conjetura.

Y es que, aunque desde un punto de vista geográfico, América puede ser vista como un único continente, desde un punto de vista histórico-cultural y geopolítico se trata más bien de un proceso de configuración que terminó perfilando dos morfologías socio-culturales llamadas a cumplir un papel decisivo en la historia contemporánea:

‘Si consideramos más detenidamente las diferencias entre las dos partes de América, hallamos dos direcciones divergentes en la política y en la religión. La América del Sur, donde dominan los españoles, es católica. La América del Norte, aunque llena de sectas, es en conjunto protestante. Otra diferencia es que la América del Sur fue conquistada, mientras que la del Norte ha sido colonizada.’ G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la Historia Universal.

Hablando de la tradición hispánico-americana -en tanto que herencia del imperio español- viéndola en su incardinación dentro del torrente de la tradición occidental greco-helenista y latino-romana, y tomando distancia frente a la plataforma anglosajona-protestante -en tanto que herencia del imperio inglés-, José Vasconcelos dice, en su texto ‘Los Motivos del Escudo’ (“Por mi raza hablará el espíritu”), que

‘por lo pronto, hay que comenzar recordando que somos latinos. Dentro de lo latino, nos impelen hacia adelante los gérmenes de las más preciadas civilizaciones: el alma helénica y el milagro judío-cristiano, el derecho de la Roma pagana y la obra civilizadora y religiosa de la Roma católica.

En nuestro abolengo hay nombres envidiados de todas las naciones, como Dante Alighieri, magno poeta de todos los tiempos. En nuestro pensamiento hay torres como Santo Tomás y San Buenaventura. Y particularmente en la América nuestra, del Paraguay y California, en el cordón franciscano la disciplina de la obra civilizadora que todavía se prolonga y que no hubiera alcanzado realización sin el esfuerzo quijotesco que guió la Conquista. Raza es, en suma, todo lo que somos por el espíritu: la grandeza de Isabel la Católica, la Contrarreforma de Felipe II que nos salvó del calvinismo, la emancipación americana que nos evitó la ocupación inglesa intentada en Buenos Aires y en Cartagena y que, con Bolívar, fijó el carácter español y católico de los pueblos nuevos. Nuestra raza es, asimismo, toda la presente cultura moderna de la Argentina, con el brío constructor de los chilenos, la caballerosidad y galanura de Colombia, y la reciedumbre de los venezolanos. Nuestra raza se expresa en la doctrina política de Lucas Alamán, en los versos de Rubén Darío y en el verbo iluminado de José Martí. Todo esto es lo que el lema contiene y coordina para encaminarlo hacia la grandeza imperial’, José Vasconcelos, ‘Los Motivos del Escudo’, En el ocaso de mi vida, 1957.

Desactivando algunos matices metafísicos (raza, espíritu), o algunas exasperaciones románticas de este texto de Vasconcelos (grandeza imperial) -naturales y entendibles también, por lo demás, para el contexto en el que vivió y escribió-, está en nuestro interés tomar nota de la óptica global adoptada por él para hacer acopio de las variables y de los vectores intelectuales y artísticos fundamentales que vertebran, precisamente, la morfología hispánico-americana como distinta de la anglosajona-protestante, que Vasconcelos tuvo siempre presente, de manera polémica y dialéctica, para interpretar la historia de Hispanoamérica en general, y la de México en particular.

‘Llamaremos Bolivarismo al ideal hispanoamericano de crear una federación con todos los pueblos de cultura española. Llamaremos monroísmo al ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al Imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo.

Bolívar tomó la iniciativa de creación de un organismo inter-hispanoamericano y para eso convocó el Congreso de Panamá. Sin embargo, no estaban sus ideas muy claras, desde que se aceptó la presencia en el Congreso, de delegados de Norteamérica y aún se habló de una vaga unión “entre todos los países de régimen republicano del mundo”, contrapeso de la Santa Alianza, refugio de todos los monárquicos. La idea de raza no pesaba en una época en que la intromisión del inglés había reemplazado la influencia del pariente español. La comunidad del idioma no despertaba entusiasmo, acaso porque no se veía la amenaza; no era todavía el inglés idioma mundial de conquista. Y, por último, el problema religioso aún no surgía, porque todas las constituciones de los países nuevos habían garantizado sus privilegios a la católica. Nadie previó la asechanza de los misioneros del protestantismo, sembradores de la discordia entre cristianos, desde que invaden nuestros países, habiendo en Asia y en África tanto pueblo que resultaría beneficiado con cualquiera de los aspectos del cristianismo.’, José Vasconcelos, Bolivarismo y monroísmo.

Aquí está planteada por Vasconcelos la dialéctica fundamental que habría de afectar la marcha histórica general de las dos Américas a partir de la independencia (la de Norteamérica en 1776, las de Hispanoamérica entre 1808 y 1824). Es una dialéctica de larga duración, dispuesta como bastidor sobre el que tendrían lugar los procesos de organización estatal-nacional que desembocarían en la configuración de las 21 repúblicas americanas que firmaron, en 1948, la Carta de la Organización de los Estados Americanos –para poner un referente nominal-.

El hecho de que fueran naciones políticas con pueblo soberano, o que adoptaran la morfología del régimen republicano (contra el monárquico que se habría de mantener en Europa), o que hicieran de los principios del liberalismo y de la democracia las divisas fundamentales de su organización ideológico-constitucional, no eran para Vasconcelos criterios suficientes como para agrupar bajo una misma cobertura ideológico-política (lo que para él no era otra cosa que el monroísmo) a la totalidad de las naciones americanas en gestación. Por eso consideró un error el hecho de que Norteamérica haya participado en el Congreso bolivariano de Panamá.

Y es que había –y hay- otro plano histórico de mucha mayor dilatación y alcance, para la contemplación del cual era necesario situarse en una perspectiva multisecular para poder percibir en su justa escala de confrontación la polémica abierta y en despliegue dramático:

‘Ningún hombre de la época pudo ver claro en los problemas que creaba una emancipación que en realidad no era obra nuestra exclusiva sino resultado de una crisis europea; consecuencia de la derrota de España, en la península, no sólo en América, y obra asociada de los ejércitos patriotas y de las naves inglesas y los Estados Mayores del mismo Imperio que, la víspera, fuera nuestro enemigo enconado. Del lado hispánico, la confusión no pudo ser mayor. En cambio, del lado inglés y norteamericano, el plan era claro y perfecto. Primero Canning había excluido a España del Nuevo Mundo, con lo que, no teniendo nosotros marina mercante, todo el comercio pasaba, ipso facto, a la marina inglesa. En seguida Adams, arrebatándole el botín a Canning formuló el tema: “América para los americanos”, pero bien entendido que éstos quedaban divididos en grupos de hermanos menores a cargo exclusivo de un hermano mayor que haría de regente.

No sé qué opiniones tendría Bolívar sobre la doctrina de Canning. En lo que conozco no he hallado condenación ni siquiera visión del riesgo de dejarla sin recusación expresa. Y eso que nadie como él, tuvo visión para intuir el destino parcial de todos estos pueblos. Lo que me parece probado, pero poco sabido es que el primer intento de asestar un golpe a la doctrina del monroísmo, se debe a Lucas Alamán, el mexicano…’, José Vasconcelos, Bolivarismo y monroísmo.

El problema de la unidad y la identidad de América quedó abierto entonces desde las independencias de manera evidente, presentándose en función de la confrontación entre diversidad de plataformas desde las cuales se ha querido reagrupar a las repúblicas independientes.

Desde la plataforma hispánica-americana se destacan tres modos de plantear esa unidad: Hispanoamérica (lo hispánico predomina sobre el resto de los rasgos constitutivos de América), Latinoamérica (lo latino predomina sobre el resto de los rasgos constitutivos de América, envolviendo a los rasgos hispánicos) e Indoamérica (lo indígena predomina sobre el resto de los rasgos americanos, desplazando y en algún sentido negando los rasgos tanto hispánicos como latinos, considerándolos acaso como invasivos o “eurocéntricos). Desde la plataforma anglosajona-americana, se destaca por su parte la perspectiva de Panamérica (es lo americano como tal lo que predomina sobre el resto de los rasgos constitutivos del continente, envolviendo y desplazando tanto a los rasgos hispánicos como a los latinos a los indígenas).

El materialismo filosófico reagrupa las alternativas para interpretar la unidad y la identidad de América de la manera siguiente (véase Gustavo Bueno, ‘España y América‘, Catauro, La Habana, 2001)

(A) Concepciones de la América del Sur que presuponen la naturaleza superestructural (accidental) de su unidad.

  1. Alternativas de los modelos nacionalistas de identidad.
  2. Alternativas de los modelos inter-nacionalistas (universalistas o cosmopolitas) de identidad.
    1. Versión anarquista.
    2. Versión marxista tradicional.
    3. Versión positivista o universalista.
    4. Versión humanista o existencialista o personalista.

(B) Concepciones de la América del Sur que presuponen la naturaleza estructural (esencial) de su unidad.

B1. La identidad de América del Sur se superpone a su unidad, en cuanto constituye un todo atributivo.

  1. Alternativa sud-americanista (en el límite indigenista).

B2. La identidad de América del Sur se aplica a su unidad en cuanto que es parte de un todo atributivo “orgánico” (una “Sociedad”, una “Civilización”, etc.).

  1. Alternativa panamericanista.
  2. Alternativa occidentalista.
  3. Alternativa hispanista.

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