Texto liminar del libro Primero como tragedia. Ensayos sobre historia, editado recién por el Consejo Editorial de la Cámara de Diputados, 577 pp., Ciudad de México.
‘Primero como tragedia’ es, como se sabe, parte de la formulación inicial de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx, en la que plantea una suerte de teoría de la analogía histórica, o tal vez más bien de la repetición histórica, y que íntegra dice lo siguiente: ‘Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa’.
Primero como tragedia y después como farsa, en efecto: tal es el designio que determinaría, para Marx, la repetición de grandes acontecimientos históricos en los que, sin perjuicio de que pareciera que las condiciones estuvieran dadas para la manifestación de algo nuevo y, como si dijéramos, para transformar de raíz las cosas, ‘es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal’.
Pero se trata entonces de una utilización en préstamo de ropajes y consignas, para terminar rebajando el acontecimiento en cuestión a una caricatura o farsa del modelo originario: Caussidiére por Danton, Luis Blanc por Robespierre, el sobrino por el tío. Sabemos que, en este caso concreto, estaba utilizando Marx la fórmula en cuestión para ridiculizar y rebajar en su análisis al sobrino en relación con el tío, es decir, a Napoleón III en relación a Napoleón el Grande, de la misma forma en que más adelante hace lo propio con la burguesía triunfante de la revolución jacobina, que ignoraba que los espectros severos de la antigüedad romana y los ecos de la guerra y la matanza civil hecha por sus generales era lo que estaba en realidad meciendo la cuna de su tranquilidad cobardona y de comerciante individualista que tal revolución había hecho posible, rompiendo para ello los grilletes feudales y aristocráticos que tenían maniatadas sus energías.
Pero lo que estaba haciendo Marx aquí era plantear una de las posibilidades de la acción histórica –la posibilidad de que la segunda versión sea una farsa de la primera–, que está determinada por la relación dialéctica entre la anamnesis y la prolepsis, es decir, la relación entre la existencia de modelos o formas ya realizadas en el pretérito (anamnesis) a partir de las cuales se despliegan los planes y programas en el presente de cara al porvenir (prolepsis), lo que su vez supone la imposibilidad de que tenga lugar la acción –individual o colectiva– desde un nivel de premisas cero o al margen de referencia o marco alguno.
Es natural entonces, podríamos decir, que Lenin haya concebido la revolución de los bolcheviques en función de la de los jacobinos, y que éstos a su vez hayan hecho la suya en función de las revueltas de los Gracos o de la imagen de César cruzando el Rubicón, o que López Obrador conciba la Cuarta Transformación en función de las acciones del general Lázaro Cárdenas o de Benito Juárez. La cuestión fundamental entonces, vale decir el drama, estriba más bien en saber si lo que se hace en cada caso es una farsa o comedia del modelo de referencia, o si es en cambio su superación cualitativa o algo así como su fase superior como planteara de hecho Lenin, precisamente, analizando la relación orgánica entre el imperialismo y el capitalismo como etapas inmanentes a una misma secuencia histórica, cosa que sólo se puede verificar, ésta es la cuestión, desde la perspectiva de las generaciones o de los siglos, es decir, desde la Historia como disciplina.
Apelando a la astucia histórica de ese genio extraordinario del siglo XIX y de todos los tiempos que fuera Carlos Marx, es que hemos elegido el título de nuestro libro, en el que se reúne un número determinado de textos sobre historia escritos a lo largo de los últimos veinte años más o menos en diversos sitios (fundamentalmente electrónicos), y que puestos juntos adquieren una entidad que, como diría Henestrosa, ya “exige volumen”, y que consideramos dignos de ser tenidos en cuenta por lectores interesados en cuestiones vinculadas con la política, la historia nacional, la historia universal, los problemas americanos y, en definitiva, con la filosofía, que es la escala desde la que, al igual que hiciera Carlos Marx con sus textos –guardando desde luego toda proporción–, están escritos los míos.
También debo decir que, como también ocurriera con él y su obra, en todos estos escritos se destila algo así como una inmanencia épica que es a la vez trágica y severa o “Malrauxiana”, y que explica mi concepción Tucididea de la historia en el sentido de que, en el límite, la historia como forma dramática, suprema y totalizadora de la experiencia humana tiene un sustrato político fundamental que se expresa mediante la guerra como política en estado puro –Chatelet decía que la historia es la forma de la racionalidad mediante la que los hombres se explican a sí mismos la tragedia de la ciudad, es decir, de la polis–, y que es esa realidad cruda y radical –que por ejemplo está presente en el Che Guevara, que entendió siempre a la política como pura acción militar, así como también lo está en el contundente y penetrante texto de Carl Schmitt Teoría del partisano– lo que hace de la historia un saber de alguna manera trágico y solemne: ‘tú sólo entras a la historia a través de la tragedia, y eso es lo que yo he hecho con mi pueblo, crearle una tragedia’, habría dicho más o menos Fidel Castro según la interpretación que hace de su vida Norberto Fuentes en su monumental, estremecedora y Jüngeriana Autobiografía de Fidel Castro.
Para el acomodo de los textos, hemos definido cuatro categorías de clasificación, inspirándonos en el título de esa obra fascinante y extraordinaria de David Brading Orbe indiano, y que en sí mismas explican el contenido desarrollado en los textos en cuestión: Orbe clásico, Orbe contemporáneo, Orbe hispánico-americano y Orbe mexicano, antecedidos solamente por una Obertura con la reseña que hice de un libro de entrevistas al historiador clasicista y medievalista argentino José Luis Romero, en la que se ofrecen algunas claves mediante las que se explica cómo es que llegué al saber histórico, cómo me hice de mi universo de referencias fundamentales y cuáles son mis coordenadas para los efectos.
No hay organicidad alguna en la selección de la temática de cada uno de los textos, que fueron realizados en años muy variados y en función ya sea de una coyuntura, ya sea en función de algún libro de tema histórico que llegó a mis manos o que tenía en mi biblioteca, y que me di a la tarea por fin de trabajar y desglosar para la revista o sitio de publicación según se tiene dicho.
Esta es la razón por la cual no hay secuencia cronológica en los años de cada uno de ellos, puesto que la secuencia es temática según el orbe de que se trata. Sólo se indica puntualmente el año de publicación del texto debajo del título, eso es todo, además de que nos hemos ahorrado al máximo las notas a pie de página para no hacer indigesta la lectura de este libro que en modo alguno está pensado para la academia, sino para el público en general, y que ya de por sí consideramos relativamente voluminoso.
Hay una carta de Antonio Gramsci a su hijo en la que le recomienda –si no recuerdo mal– que se apasione por todo lo humano, explicándole de inmediato que lo humano no existe en abstracto, para siempre o en el vacío, ni que tampoco se trata de una frase cursi o sentimental, sino que está plasmado históricamente, y manifestado en infinidad de planos de conexiones y desconexiones de las cosas y los hombres, y que es en el rastreo de esos filamentos de conexiones a lo largo de los años, de los siglos y las épocas como te es dado aferrarte a la tierra, al tiempo de aferrarte también a un pueblo, a una nación o a una cultura. Es obvio que Gramsci, como buen marxista que era, estaba hablando desde una perspectiva atea, y si no había Dios en quién creer, no le quedaba más que creer en la historia.
Esa es la perspectiva, y esa la pasión, con la que todos estos textos fueron escritos. Tal es mi forma de aferrarme a la tierra, de estar políticamente en el mundo y de encontrarle, también, un sentido a la experiencia.
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Texto liminar del libro Primero como tragedia. Ensayos sobre historia, editado recién por el Consejo Editorial de la Cámara de Diputados, 577 pp., Ciudad de México.
‘Primero como tragedia’ es, como se sabe, parte de la formulación inicial de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx, en la que plantea una suerte de teoría de la analogía histórica, o tal vez más bien de la repetición histórica, y que íntegra dice lo siguiente: ‘Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa’.
Primero como tragedia y después como farsa, en efecto: tal es el designio que determinaría, para Marx, la repetición de grandes acontecimientos históricos en los que, sin perjuicio de que pareciera que las condiciones estuvieran dadas para la manifestación de algo nuevo y, como si dijéramos, para transformar de raíz las cosas, ‘es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal’.
Pero se trata entonces de una utilización en préstamo de ropajes y consignas, para terminar rebajando el acontecimiento en cuestión a una caricatura o farsa del modelo originario: Caussidiére por Danton, Luis Blanc por Robespierre, el sobrino por el tío. Sabemos que, en este caso concreto, estaba utilizando Marx la fórmula en cuestión para ridiculizar y rebajar en su análisis al sobrino en relación con el tío, es decir, a Napoleón III en relación a Napoleón el Grande, de la misma forma en que más adelante hace lo propio con la burguesía triunfante de la revolución jacobina, que ignoraba que los espectros severos de la antigüedad romana y los ecos de la guerra y la matanza civil hecha por sus generales era lo que estaba en realidad meciendo la cuna de su tranquilidad cobardona y de comerciante individualista que tal revolución había hecho posible, rompiendo para ello los grilletes feudales y aristocráticos que tenían maniatadas sus energías.
Pero lo que estaba haciendo Marx aquí era plantear una de las posibilidades de la acción histórica –la posibilidad de que la segunda versión sea una farsa de la primera–, que está determinada por la relación dialéctica entre la anamnesis y la prolepsis, es decir, la relación entre la existencia de modelos o formas ya realizadas en el pretérito (anamnesis) a partir de las cuales se despliegan los planes y programas en el presente de cara al porvenir (prolepsis), lo que su vez supone la imposibilidad de que tenga lugar la acción –individual o colectiva– desde un nivel de premisas cero o al margen de referencia o marco alguno.
Es natural entonces, podríamos decir, que Lenin haya concebido la revolución de los bolcheviques en función de la de los jacobinos, y que éstos a su vez hayan hecho la suya en función de las revueltas de los Gracos o de la imagen de César cruzando el Rubicón, o que López Obrador conciba la Cuarta Transformación en función de las acciones del general Lázaro Cárdenas o de Benito Juárez. La cuestión fundamental entonces, vale decir el drama, estriba más bien en saber si lo que se hace en cada caso es una farsa o comedia del modelo de referencia, o si es en cambio su superación cualitativa o algo así como su fase superior como planteara de hecho Lenin, precisamente, analizando la relación orgánica entre el imperialismo y el capitalismo como etapas inmanentes a una misma secuencia histórica, cosa que sólo se puede verificar, ésta es la cuestión, desde la perspectiva de las generaciones o de los siglos, es decir, desde la Historia como disciplina.
Apelando a la astucia histórica de ese genio extraordinario del siglo XIX y de todos los tiempos que fuera Carlos Marx, es que hemos elegido el título de nuestro libro, en el que se reúne un número determinado de textos sobre historia escritos a lo largo de los últimos veinte años más o menos en diversos sitios (fundamentalmente electrónicos), y que puestos juntos adquieren una entidad que, como diría Henestrosa, ya “exige volumen”, y que consideramos dignos de ser tenidos en cuenta por lectores interesados en cuestiones vinculadas con la política, la historia nacional, la historia universal, los problemas americanos y, en definitiva, con la filosofía, que es la escala desde la que, al igual que hiciera Carlos Marx con sus textos –guardando desde luego toda proporción–, están escritos los míos.
También debo decir que, como también ocurriera con él y su obra, en todos estos escritos se destila algo así como una inmanencia épica que es a la vez trágica y severa o “Malrauxiana”, y que explica mi concepción Tucididea de la historia en el sentido de que, en el límite, la historia como forma dramática, suprema y totalizadora de la experiencia humana tiene un sustrato político fundamental que se expresa mediante la guerra como política en estado puro –Chatelet decía que la historia es la forma de la racionalidad mediante la que los hombres se explican a sí mismos la tragedia de la ciudad, es decir, de la polis–, y que es esa realidad cruda y radical –que por ejemplo está presente en el Che Guevara, que entendió siempre a la política como pura acción militar, así como también lo está en el contundente y penetrante texto de Carl Schmitt Teoría del partisano– lo que hace de la historia un saber de alguna manera trágico y solemne: ‘tú sólo entras a la historia a través de la tragedia, y eso es lo que yo he hecho con mi pueblo, crearle una tragedia’, habría dicho más o menos Fidel Castro según la interpretación que hace de su vida Norberto Fuentes en su monumental, estremecedora y Jüngeriana Autobiografía de Fidel Castro.
Para el acomodo de los textos, hemos definido cuatro categorías de clasificación, inspirándonos en el título de esa obra fascinante y extraordinaria de David Brading Orbe indiano, y que en sí mismas explican el contenido desarrollado en los textos en cuestión: Orbe clásico, Orbe contemporáneo, Orbe hispánico-americano y Orbe mexicano, antecedidos solamente por una Obertura con la reseña que hice de un libro de entrevistas al historiador clasicista y medievalista argentino José Luis Romero, en la que se ofrecen algunas claves mediante las que se explica cómo es que llegué al saber histórico, cómo me hice de mi universo de referencias fundamentales y cuáles son mis coordenadas para los efectos.
No hay organicidad alguna en la selección de la temática de cada uno de los textos, que fueron realizados en años muy variados y en función ya sea de una coyuntura, ya sea en función de algún libro de tema histórico que llegó a mis manos o que tenía en mi biblioteca, y que me di a la tarea por fin de trabajar y desglosar para la revista o sitio de publicación según se tiene dicho.
Esta es la razón por la cual no hay secuencia cronológica en los años de cada uno de ellos, puesto que la secuencia es temática según el orbe de que se trata. Sólo se indica puntualmente el año de publicación del texto debajo del título, eso es todo, además de que nos hemos ahorrado al máximo las notas a pie de página para no hacer indigesta la lectura de este libro que en modo alguno está pensado para la academia, sino para el público en general, y que ya de por sí consideramos relativamente voluminoso.
Hay una carta de Antonio Gramsci a su hijo en la que le recomienda –si no recuerdo mal– que se apasione por todo lo humano, explicándole de inmediato que lo humano no existe en abstracto, para siempre o en el vacío, ni que tampoco se trata de una frase cursi o sentimental, sino que está plasmado históricamente, y manifestado en infinidad de planos de conexiones y desconexiones de las cosas y los hombres, y que es en el rastreo de esos filamentos de conexiones a lo largo de los años, de los siglos y las épocas como te es dado aferrarte a la tierra, al tiempo de aferrarte también a un pueblo, a una nación o a una cultura. Es obvio que Gramsci, como buen marxista que era, estaba hablando desde una perspectiva atea, y si no había Dios en quién creer, no le quedaba más que creer en la historia.
Esa es la perspectiva, y esa la pasión, con la que todos estos textos fueron escritos. Tal es mi forma de aferrarme a la tierra, de estar políticamente en el mundo y de encontrarle, también, un sentido a la experiencia.
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