Escribo este texto copiando el título del que correspondientemente escribiera Ernest Mandel por ahí de 1978 y con el que me crucé recientemente en una publicación digital que lo reprodujo en conmemoración del centenario del natalicio de aquél extraordinario marxista belga, nacido el 5 de abril de 1923 y fallecido en julio de 1995.
A la obra de Mandel llegué de la misma manera en que llegué al marxismo: como autodidacta y abasteciéndome principalmente en librearías de viejo (ediciones ERA, Biblioteca de Pensamiento Socialista de editorial Siglo XXI), habiendo tenido eso sí una detonación académica fundamental que tuvo lugar en la Universidad de Warwick, Inglaterra, donde estudié un postgrado en Economía Política Internacional y en donde tuve mi primer contacto con esa órbita intelectual y política fascinante a través de los gramscianos británicos (Robert Cox, Stephen Gill, Quintin Hoare), y de la que ya nunca me he salido.
Estoy redactando esto fuera de mi biblioteca, así que no me es posible buscar los libros de Mandel con que cuento. El único que recuerdo de memoria es el extraordinario El significado de la Segunda Guerra Mundial, que es una apabullante reconstrucción estructural de los factores que determinaron aquella colisión histórica tan importante para el siglo XX, y que Mandel expone con una soberanía y una penetración analítica y crítica verdaderamente fascinante.
En su texto del 78, inicia con una afirmación que suscribo yo punto por punto y letra por letra: ‘el gran atractivo intelectual del marxismo reside en que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas sin equivalente hasta ahora. Rompe con el absurdo supuesto de que lo humano como estructura anatómica no tiene prácticamente ninguna relación con lo humano como «zoon politikon»; lo humano como productor de bienes materiales sería algo completamente distinto de lo humano como artista, poeta, pensador o fundador de una religión.’.
Efectivamente, la potencia teórica del marxismo radica en la amplitud e integralidad dialéctica de su enfoque, y en el hecho de que por su través te es posible mirar la marcha de los siglos en un bastidor universal que te permite ver configuraciones epocales a partir del sistema de contradicciones fundamentales que en cada una de ellas se presenta como matriz determinante.
Así que, ante la pregunta ¿por qué soy marxista?, diría yo que lo soy porque fuera de las coordenadas del marxismo es imposible comprender el sistema de contradicciones dominantes de nuestro tiempo que se perfilan a partir de la doble revolución epocal de la edad contemporánea: la revolución industrial, de la que se desprende la poderosa dinámica de la economía moderna –ya sea capitalista, ya sea socialista–, y las revoluciones ideológico-políticas atlánticas (la francesa, la norteamericana y las hispánico-americanas), de las que se desprende y recorta la nación política con pueblo soberano e igualdad formal ciudadana como unidad básica de comprensión de la dialéctica geopolítica mundial.
Gustavo Bueno dice además que la clave de Marx fue la de haber logrado una conjugación intelectualmente explosiva entre la idea de objetivación de la filosofía clásica alemana con la de fabricación de la economía política inglesa, encapsulándolas luego en la de producción como pivote explicativo de toda la antropología filosófica futura.
Soy marxista porque no serlo significaría no saber el mundo en el que vivo, de la misma forma en que soy aristotélico porque no serlo significaría no saber cómo se organizó el mundo a partir de sus fundamentos lógicos perfilados en la antigüedad, y que llegan hasta nosotros.
Carlos Marx, en definitiva, es para mí una de las mentes más poderosas que vivieron en el siglo XIX que logró resumir en su cabeza las pasiones principales de su tiempo, y que sabía, al igual que Hegel, que nada grande en este mundo puede hacerse sin pasión.
[Foto: Ernest Mandel]
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Escribo este texto copiando el título del que correspondientemente escribiera Ernest Mandel por ahí de 1978 y con el que me crucé recientemente en una publicación digital que lo reprodujo en conmemoración del centenario del natalicio de aquél extraordinario marxista belga, nacido el 5 de abril de 1923 y fallecido en julio de 1995.
A la obra de Mandel llegué de la misma manera en que llegué al marxismo: como autodidacta y abasteciéndome principalmente en librearías de viejo (ediciones ERA, Biblioteca de Pensamiento Socialista de editorial Siglo XXI), habiendo tenido eso sí una detonación académica fundamental que tuvo lugar en la Universidad de Warwick, Inglaterra, donde estudié un postgrado en Economía Política Internacional y en donde tuve mi primer contacto con esa órbita intelectual y política fascinante a través de los gramscianos británicos (Robert Cox, Stephen Gill, Quintin Hoare), y de la que ya nunca me he salido.
Estoy redactando esto fuera de mi biblioteca, así que no me es posible buscar los libros de Mandel con que cuento. El único que recuerdo de memoria es el extraordinario El significado de la Segunda Guerra Mundial, que es una apabullante reconstrucción estructural de los factores que determinaron aquella colisión histórica tan importante para el siglo XX, y que Mandel expone con una soberanía y una penetración analítica y crítica verdaderamente fascinante.
En su texto del 78, inicia con una afirmación que suscribo yo punto por punto y letra por letra: ‘el gran atractivo intelectual del marxismo reside en que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas sin equivalente hasta ahora. Rompe con el absurdo supuesto de que lo humano como estructura anatómica no tiene prácticamente ninguna relación con lo humano como «zoon politikon»; lo humano como productor de bienes materiales sería algo completamente distinto de lo humano como artista, poeta, pensador o fundador de una religión.’.
Efectivamente, la potencia teórica del marxismo radica en la amplitud e integralidad dialéctica de su enfoque, y en el hecho de que por su través te es posible mirar la marcha de los siglos en un bastidor universal que te permite ver configuraciones epocales a partir del sistema de contradicciones fundamentales que en cada una de ellas se presenta como matriz determinante.
Así que, ante la pregunta ¿por qué soy marxista?, diría yo que lo soy porque fuera de las coordenadas del marxismo es imposible comprender el sistema de contradicciones dominantes de nuestro tiempo que se perfilan a partir de la doble revolución epocal de la edad contemporánea: la revolución industrial, de la que se desprende la poderosa dinámica de la economía moderna –ya sea capitalista, ya sea socialista–, y las revoluciones ideológico-políticas atlánticas (la francesa, la norteamericana y las hispánico-americanas), de las que se desprende y recorta la nación política con pueblo soberano e igualdad formal ciudadana como unidad básica de comprensión de la dialéctica geopolítica mundial.
Gustavo Bueno dice además que la clave de Marx fue la de haber logrado una conjugación intelectualmente explosiva entre la idea de objetivación de la filosofía clásica alemana con la de fabricación de la economía política inglesa, encapsulándolas luego en la de producción como pivote explicativo de toda la antropología filosófica futura.
Soy marxista porque no serlo significaría no saber el mundo en el que vivo, de la misma forma en que soy aristotélico porque no serlo significaría no saber cómo se organizó el mundo a partir de sus fundamentos lógicos perfilados en la antigüedad, y que llegan hasta nosotros.
Carlos Marx, en definitiva, es para mí una de las mentes más poderosas que vivieron en el siglo XIX que logró resumir en su cabeza las pasiones principales de su tiempo, y que sabía, al igual que Hegel, que nada grande en este mundo puede hacerse sin pasión.
[Foto: Ernest Mandel]
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