GAP Andrés Molina Enríquez

Oposición activa y reacción pasiva

Hay una cosa verdaderamente sorprendente de López Obrador: él es la más importante oposición activa que ha existido en México en los últimos cuarenta años cuando menos, pero más sorprendente aún es que lo siga siendo una vez que es presidente. Todo lo demás no es otra cosa, literalmente, que una reacción pasiva a él.

La caracterización es importante: hay oposición activa cuando se tiene un diagnóstico de los problemas nacionales pero que está dispuesto contra un grupo y su forma de gobierno, y que además y sobre todo propone soluciones concretas e integrales, y una ruta y una visión más o menos clara (si digo ‘más o menos clara’ es porque nadie puede conocer el futuro), es decir, que señala claramente a un enemigo, pero al mismo tiempo señala una salida.

La reacción pasiva señala también al enemigo, qué duda cabe, pero no dice nada respecto de la alternativa o de la ruta distinta que se debiera de seguir; no tiene argumentos, tan solo descalificaciones puntuales y aisladas, personales, sin visión integral de lo que se debería de conservar o lo que se debería de hacer, sin idea del Estado, de la nación, de la política o de la historia.

Francoise Chatelet decía que una sociedad comienza a madurar políticamente cuando los historiadores y los filósofos desplazan a los bufones, porque comienza a darse cuenta de que los problemas de la ciudad obedecen o a cuestiones estructurales que se van encadenando en el tiempo (el saber histórico), o a cuestiones abstractas o ideales, de concepción y formulación de tales problemas (el saber filosófico), y deja de pensar que todo se debe a las características puntuales, de personalidad o chuscas de uno u otro individuo concreto (que es lo que hacen los bufones).

La oposición activa la encarna entonces Andrés Manuel; la reacción pasiva la encarna Ricardo Salinas Pliego o Manuel Clouthier por poner dos ejemplos así nomás de botepronto, que, cual bufones en el sentido dicho, no hacen más que insultar con lenguaje soez y escatológico a algunos personajes de la 4T, como la senadora Citlalli Hernández o el presidente mismo, manifestando un resentimiento psicológico de clase “desde arriba” verdaderamente repugnante. Sólo atacan aspectos físicos o de modo de hablar de uno u otro, además de restregarnos en la cara su riqueza con una ostentosidad pedestre, vulgar y estúpidamente hedonista, para terminar lanzando luego la convocatoria con el eslogan cursi y yupi-empresarial de “amar a México” (va por México; unidos por México; vamos con México; somos México; me dueles México; por un México chingón), que es a lo que se reduce su teoría de la historia, del Estado y su filosofía política.     

La oposición activa de López Obrador se puede conocer a través de la lectura de dos libros; uno sirve para contextualizar estructuralmente el rumbo del país a partir del último tramo del siglo XX, ese libro es “México: la disputa por la nación”, de Carlos Tello y Rolando Cordera, escrito en 1981; el otro es “Un proyecto alternativo de nación”, de 2004, que no tiene por qué ser un tratado de historia o de teoría política para presentar un cuadro de análisis de problemas, de detección de causas y un proyecto y ruta de solución de los mismos, y que se inserta más bien –como en su momento señalé en otro lugar– en la línea de libros como “La sucesión presidencial en 1910” de Madero, además de que la idea de que la puesta en práctica de tal proyecto tiene que ser interpretada ya como una cuarta transformación nacional supone tener una teoría de los ciclos históricos mínimamente elaborada, y que de hecho supone ni más ni menos que una filosofía de la historia, que se puede compartir o atacar, pero que por lo menos tiene un poco de complejidad intelectual y nos pone a todos a preguntarnos qué fue la Independencia, qué fue la Reforma y qué fue la Revolución.

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