Dalmacio Negro Pavón da en el clavo en La ley de hierro de la oligarquía cuando dice que para entender el funcionamiento real de una sociedad política hay que hacer una distinción fundamental, que es aquélla que distingue entre la forma de gobierno y la forma de régimen de la sociedad de referencia: en la forma de gobierno están en juego las fuerzas visibles de la sociedad, en la forma de régimen están las fuerzas invisibles.
Entre unas y otras están los medios de comunicación (y la prensa), que son una fuerza política en sí misma (digamos que están en la parte visible) a través de la que se filtran los contenidos que se hacen visibles o invisibles según el encuadre de intereses en pugna a través del cual se vertebra la sociedad en cuestión. De esta forma es posible darnos cuenta de qué medios están a favor de un gobierno o de un régimen, porque la verdad, en política o en historia, no existe en estado puro: es construida –y publicitada– según el gobierno o el régimen de que se trate, lo que me hace recordar el ingenioso título que Daniel Sada encontró para su novela más importante: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, a partir de lo que podríamos concluir que la política es un juego muy complejo de verdades y mentiras de la que su publicidad u opacidad es parte medular, y ante la que la neutralidad es imposible.
Hay gobiernos, por tanto, que son afines a un régimen, y regímenes que son contrarios a un gobierno, y luego un alineamiento correspondiente de medios de comunicación públicos y privados que se disputan el juego de verdades y mentiras.
Para poner un ejemplo cercano a nosotros (pero esto aplica para cualquier país del mundo): los gobiernos de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox (ese repugnante mamarracho y analfabeto político), Calderón y Peña Nieto fueron afines, todos, al régimen neoliberal que controló el poder político y económico de México durante los últimos cuarenta años más o menos. Cuando desde un gobierno se trata de transformar a un régimen es cuando se produce una situación revolucionaria, para decirlo de alguna manera. Tal es la situación en la que nos encontramos en la actualidad, toda vez que desde el gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador se quiere desmontar y reorganizar al régimen contra el cual se viene luchando, precisamente, desde hace más de treinta años.
En todo caso, esta cosa de la verdad o verdad histórica en política es un problema tremendo ciertamente, porque si uno se pone a ver y comparar las situaciones en las que un medio de comunicación publica unas cosas, pero otras no, la lista sería interminable: ¿por qué se publica un video de aquél político pero de aquél otro no; y por qué lo hace tal medio de comunicación pero aquél otro no?; ¿por qué se investiga a la institución x o y del gobierno x o y y en tal período, pero de aquél otro gobierno y en aquél otro período no?; ¿por qué se hace público el contrato x o y de tal empresa pública en tal administración de tal presidente o secretario pero de aquéllos otros de tal otro período no? Respuesta: porque así lo decide hacer el grupo de poder político y su correspondiente aliado mediático, y porque en política la verdad, y en correspondencia la mentira, es parte de la lucha como tal en el sentido dicho.
En las últimas semanas, se estuvo creando la matriz de opinión (una más de las muchas que ha habido y de las muchas que están por venir) desde la que se quiso generar un clima adverso al Ejército Mexicano en el contexto de la supuesta militarización de la seguridad pública (estrategia de fortalecimiento de la Guardia Nacional del presidente) y las investigaciones en torno al caso Ayotzinapa, que encontró uno de sus puntos de mayor tensión en la noticia del día de ayer, difundida por el periodista Carlos Loret de Mola, respecto del ataque cibernético sufrido por la Secretaría de la Defensa Nacional por un supuesto grupo de «hackers» al que se le han encontrado operaciones de la misma naturaleza en países latinoamericanos gobernados por la izquierda como Chile o Colombia.
El presidente López Obrador ha atribuido el ataque a entidades extranjeras, pero hay que averiguar quién en el país –ya sea dentro o fuera del gobierno– está involucrado o por lo menos interesado en su difusión, además de que no se le puede restar importancia ni mucho menos a la colaboración de los medios del régimen adversos al gobierno para su difusión y para la construcción de un contexto que le confiera un sentido y un significado concreto.
Hay que tomar nota también, desde luego, de los objetivos que persiguen quienes hicieron el ataque y quienes han contribuido a contextualizarlo y a difundirlo y tomar partido y definirnos, porque así como en política no existe la verdad en estado puro, tampoco existen las coincidencias.
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Dalmacio Negro Pavón da en el clavo en La ley de hierro de la oligarquía cuando dice que para entender el funcionamiento real de una sociedad política hay que hacer una distinción fundamental, que es aquélla que distingue entre la forma de gobierno y la forma de régimen de la sociedad de referencia: en la forma de gobierno están en juego las fuerzas visibles de la sociedad, en la forma de régimen están las fuerzas invisibles.
Entre unas y otras están los medios de comunicación (y la prensa), que son una fuerza política en sí misma (digamos que están en la parte visible) a través de la que se filtran los contenidos que se hacen visibles o invisibles según el encuadre de intereses en pugna a través del cual se vertebra la sociedad en cuestión. De esta forma es posible darnos cuenta de qué medios están a favor de un gobierno o de un régimen, porque la verdad, en política o en historia, no existe en estado puro: es construida –y publicitada– según el gobierno o el régimen de que se trate, lo que me hace recordar el ingenioso título que Daniel Sada encontró para su novela más importante: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, a partir de lo que podríamos concluir que la política es un juego muy complejo de verdades y mentiras de la que su publicidad u opacidad es parte medular, y ante la que la neutralidad es imposible.
Hay gobiernos, por tanto, que son afines a un régimen, y regímenes que son contrarios a un gobierno, y luego un alineamiento correspondiente de medios de comunicación públicos y privados que se disputan el juego de verdades y mentiras.
Para poner un ejemplo cercano a nosotros (pero esto aplica para cualquier país del mundo): los gobiernos de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox (ese repugnante mamarracho y analfabeto político), Calderón y Peña Nieto fueron afines, todos, al régimen neoliberal que controló el poder político y económico de México durante los últimos cuarenta años más o menos. Cuando desde un gobierno se trata de transformar a un régimen es cuando se produce una situación revolucionaria, para decirlo de alguna manera. Tal es la situación en la que nos encontramos en la actualidad, toda vez que desde el gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador se quiere desmontar y reorganizar al régimen contra el cual se viene luchando, precisamente, desde hace más de treinta años.
En todo caso, esta cosa de la verdad o verdad histórica en política es un problema tremendo ciertamente, porque si uno se pone a ver y comparar las situaciones en las que un medio de comunicación publica unas cosas, pero otras no, la lista sería interminable: ¿por qué se publica un video de aquél político pero de aquél otro no; y por qué lo hace tal medio de comunicación pero aquél otro no?; ¿por qué se investiga a la institución x o y del gobierno x o y y en tal período, pero de aquél otro gobierno y en aquél otro período no?; ¿por qué se hace público el contrato x o y de tal empresa pública en tal administración de tal presidente o secretario pero de aquéllos otros de tal otro período no? Respuesta: porque así lo decide hacer el grupo de poder político y su correspondiente aliado mediático, y porque en política la verdad, y en correspondencia la mentira, es parte de la lucha como tal en el sentido dicho.
En las últimas semanas, se estuvo creando la matriz de opinión (una más de las muchas que ha habido y de las muchas que están por venir) desde la que se quiso generar un clima adverso al Ejército Mexicano en el contexto de la supuesta militarización de la seguridad pública (estrategia de fortalecimiento de la Guardia Nacional del presidente) y las investigaciones en torno al caso Ayotzinapa, que encontró uno de sus puntos de mayor tensión en la noticia del día de ayer, difundida por el periodista Carlos Loret de Mola, respecto del ataque cibernético sufrido por la Secretaría de la Defensa Nacional por un supuesto grupo de «hackers» al que se le han encontrado operaciones de la misma naturaleza en países latinoamericanos gobernados por la izquierda como Chile o Colombia.
El presidente López Obrador ha atribuido el ataque a entidades extranjeras, pero hay que averiguar quién en el país –ya sea dentro o fuera del gobierno– está involucrado o por lo menos interesado en su difusión, además de que no se le puede restar importancia ni mucho menos a la colaboración de los medios del régimen adversos al gobierno para su difusión y para la construcción de un contexto que le confiera un sentido y un significado concreto.
Hay que tomar nota también, desde luego, de los objetivos que persiguen quienes hicieron el ataque y quienes han contribuido a contextualizarlo y a difundirlo y tomar partido y definirnos, porque así como en política no existe la verdad en estado puro, tampoco existen las coincidencias.
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