Una de las mejores series que he visto en años es la de Roma (HBO, 2005), que reconstruye el período de acenso de Julio César como emperador desde la perspectiva de la vida de un centurión de la famosa treceava legión cesariana llamado Lucio Voreno (un centurión era un oficial del ejército romano con mando táctico y administrativo). La he visto como tres veces cuando menos.
Conocer la historia de Roma y del Imperio romano es una fuente inagotable de sabiduría histórica y de lecciones fundamentales para comprender lo que es la política, el Estado y el poder. Una de esas lecciones es la que nos explica la función de la fuerza y de las fuerzas armadas para el mantenimiento de un orden social y político determinado.
Ocurre que, luego de servir a Julio César en la Guerra de las Galias, Voreno se retira a la vida civil para intentar salvar su matrimonio y dedicarse tranquilamente al comercio. Pero no sería tan fácil, porque con lo que se encuentra es que había por ahí un mafioso, Erasto Fulmen, que tenía atemorizado a su barrio entero, amedrentando a pobladores y comerciantes y cobrando lo que hoy llamaríamos “derecho de piso” por más que se disfrazara de empresario respetable.
Como Voreno era un soldado valeroso en toda regla, y excombatiente ni más ni menos que de Julio Cesar, no se iba a dejar y paró en seco a Erasto nomás lo visitó para presentarse y establecer sus reglas de extorsión. Ante la afrenta, Fulmen lo amenazó y emplazó para que rectificara su postura so pena de muerte, dándole unos días para volverlo a visitar deseando encontrarlo mucho más amigable (¿verdad que la historia nos puede sonar familiar?).
El día de la segunda visita de Erasto Fulmen te pone al borde de la butaca. La escena es muy buena, y la lección política fundamental. Las cosas ocurren así: está Voreno con su esposa y otros compañeros en casa esperando nerviosos, pero con valentía, la llegada de Erasto y sus secuaces para el enfrentamiento fatal. Comienzan entonces a oírse los pasos y gritos de una tropa que se acercaba, que todos imaginan ser la del grupo local criminal llevándose de pronto la sorpresa de que no es así. Era Julio César y su poderosa e imponente guardia militar que lo escoltó hasta el hogar mismo de su antiguo centurión para pedirle que volviera a sus filas. Minutos después llegó en efecto Erasto Fulmen y sus sicarios al lugar, pero quedando intimidados como boy scouts ante el superior despliegue de fuerza del poderoso Julio César. Y entonces se retiran.
Ésta es a mi juicio la situación con la que se puede explicar el meollo de la estrategia de incorporar a la GN a la SEDENA, que no se reduce a “militarizar” al país o de poner al ejército a realizar tareas de seguridad pública ordinaria, como se viene afirmando por detractores y “expertos” por igual. La clave se explica en la página 14 del Proyecto enviado por el presidente López Obrador a la Cámara de Diputados, en donde se dice que ‘el crimen organizado en nuestro país se ha convertido en una fuerza “cuasimilitar” que usa la violencia en contra de la población y de las instituciones públicas’, de suerte tal que ‘la delincuencia organizada es reconocida como una amenaza a la seguridad nacional, la cual también es eminentemente un tema de seguridad pública’.
No es militarizar por militarizar, ni poner a los soldados a catear borrachos en las calles: es apuntalar a la GN mediante el incremento de su potencia organizacional, operativa y de capacidad de fuego para encarar a un enemigo del Estado, el crimen organizado, con una altísima capacidad de fuego y que ha envuelto a la seguridad pública en la delicadísima dialéctica de la seguridad nacional de la que depende, en el límite, la soberanía de la nación. Si no controlamos esto nosotros, alguien más, ¿Estados Unidos?, lo hará.
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Una de las mejores series que he visto en años es la de Roma (HBO, 2005), que reconstruye el período de acenso de Julio César como emperador desde la perspectiva de la vida de un centurión de la famosa treceava legión cesariana llamado Lucio Voreno (un centurión era un oficial del ejército romano con mando táctico y administrativo). La he visto como tres veces cuando menos.
Conocer la historia de Roma y del Imperio romano es una fuente inagotable de sabiduría histórica y de lecciones fundamentales para comprender lo que es la política, el Estado y el poder. Una de esas lecciones es la que nos explica la función de la fuerza y de las fuerzas armadas para el mantenimiento de un orden social y político determinado.
Ocurre que, luego de servir a Julio César en la Guerra de las Galias, Voreno se retira a la vida civil para intentar salvar su matrimonio y dedicarse tranquilamente al comercio. Pero no sería tan fácil, porque con lo que se encuentra es que había por ahí un mafioso, Erasto Fulmen, que tenía atemorizado a su barrio entero, amedrentando a pobladores y comerciantes y cobrando lo que hoy llamaríamos “derecho de piso” por más que se disfrazara de empresario respetable.
Como Voreno era un soldado valeroso en toda regla, y excombatiente ni más ni menos que de Julio Cesar, no se iba a dejar y paró en seco a Erasto nomás lo visitó para presentarse y establecer sus reglas de extorsión. Ante la afrenta, Fulmen lo amenazó y emplazó para que rectificara su postura so pena de muerte, dándole unos días para volverlo a visitar deseando encontrarlo mucho más amigable (¿verdad que la historia nos puede sonar familiar?).
El día de la segunda visita de Erasto Fulmen te pone al borde de la butaca. La escena es muy buena, y la lección política fundamental. Las cosas ocurren así: está Voreno con su esposa y otros compañeros en casa esperando nerviosos, pero con valentía, la llegada de Erasto y sus secuaces para el enfrentamiento fatal. Comienzan entonces a oírse los pasos y gritos de una tropa que se acercaba, que todos imaginan ser la del grupo local criminal llevándose de pronto la sorpresa de que no es así. Era Julio César y su poderosa e imponente guardia militar que lo escoltó hasta el hogar mismo de su antiguo centurión para pedirle que volviera a sus filas. Minutos después llegó en efecto Erasto Fulmen y sus sicarios al lugar, pero quedando intimidados como boy scouts ante el superior despliegue de fuerza del poderoso Julio César. Y entonces se retiran.
Ésta es a mi juicio la situación con la que se puede explicar el meollo de la estrategia de incorporar a la GN a la SEDENA, que no se reduce a “militarizar” al país o de poner al ejército a realizar tareas de seguridad pública ordinaria, como se viene afirmando por detractores y “expertos” por igual. La clave se explica en la página 14 del Proyecto enviado por el presidente López Obrador a la Cámara de Diputados, en donde se dice que ‘el crimen organizado en nuestro país se ha convertido en una fuerza “cuasimilitar” que usa la violencia en contra de la población y de las instituciones públicas’, de suerte tal que ‘la delincuencia organizada es reconocida como una amenaza a la seguridad nacional, la cual también es eminentemente un tema de seguridad pública’.
No es militarizar por militarizar, ni poner a los soldados a catear borrachos en las calles: es apuntalar a la GN mediante el incremento de su potencia organizacional, operativa y de capacidad de fuego para encarar a un enemigo del Estado, el crimen organizado, con una altísima capacidad de fuego y que ha envuelto a la seguridad pública en la delicadísima dialéctica de la seguridad nacional de la que depende, en el límite, la soberanía de la nación. Si no controlamos esto nosotros, alguien más, ¿Estados Unidos?, lo hará.
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