No había tenido ocasión de escuchar nunca a Daniel Vadillo, ni de ir a Parker and Lenox. De este último sabía yo desde hace muchos años, pero nunca pude encontrar la oportunidad de ir, además de que mi salida de la ciudad de México por un aproximado de tres o cuatro años me mantuvo desconectado de todo. El pasado jueves 14 pude por fin visitar el lugar, que me pareció extraordinario.
A Daniel Vadillo pude llegar a través de su padre, mi querido amigo Claudio Vadillo, a quien entrevisté hace más o menos diez años en un programa ya extinto, Plaza de Armas, que mantuve por un tiempo en Capital 21. El programa lo hicimos con motivo de un estupendo libro de Claudio sobre el desarrollo de la ciencia política en México, y que desafortunadamente no tengo aquí en mi biblioteca para poder comentarlo con mayor detalle (aunque en realidad de quien vamos a hablar aquí es de su hijo).
Ocurre que, luego de un tiempo, resulté haciéndome amigo en Facebook de Claudio, varios meses después de lo cual me di cuenta de que comenzaba a publicar videos y anuncios de conciertos de su hijo, cosa de la que tomé nota de inmediato pues, al verlos, me daba cuenta de que ahí estaba pasando algo importante, y de que la cosa prometía y mucho: lo que veía y escuchaba era el proceso de configuración de un estilo sólido y consistente, maduro y en completa expansión musical que me resultó formidable. Me sonaba a un poco de Petrucciani, a otro tanto de Corea y a otro tanto de Infanzón por toda la vena latin aunque luego también, en esa misma línea y potencia improvisacional, a Otmaro Ruiz, que me revelaba todo a un mismo tiempo a un Daniel Vadillo desconocido hasta entonces pero soberano, lleno de frescura, alegría, fuerza y talento, y con una juventud evidente.
Acaso le haya escrito a Claudio algún mensaje sobre la grata sorpresa que me había causado Daniel, habiendo tal vez quedado en vernos nomás se pudiera para poder verlo en vivo sin que, como tengo dicho, lo haya podido lograr hasta que por fin, ¿ya me entienden?, se me dio la ocasión el pasado jueves para hacerlo en Parker and Lenox sí señor, dándose además la hermosa circunstancia de haber estado con la mejor compañía que pudiera jamás imaginarse: mi ángel de la guarda –un ángel que es bello también ciertamente–, y un amigo entrañable. Éramos los tres ahí sentados hasta el fondo del foro, en un ángulo de visión medio obstruido por una columna que nos impedía ver en diagonal de manera libre el escenario, pero que no obstó para que hayamos podido disfrutar a lo grande.
El protagonista indiscutible de Parker and Lenox es el foro para la música. Es un sitio moderno y de excelente gusto en cuanto a ambiente, decoración y estilo. De los mejores lugares para los efectos, situado en la clásica y entrañable colonia Juárez, en la calle de Milán, en una edificación en la que se aprecian los años y una solera que transpiran Art Decó.
En la entrada hay solamente un pasillo con unas cuantas mesas, todo a media y cálida luz pero que sólo sirve como antesala para que te conduzcan por un pasadizo estrecho a través del cual llegas a una sala muy amplia, con la barra a mano izquierda y a mano derecha el escenario cubierto por una cortina roja que oculta la plataforma de presentaciones. A las nueve y media en punto se recorrió el cortinón para ver ahora sí en primer plano a Daniel Vadillo al piano, sentado frente a un sensacional Nord piano 2 color rojo acompañado de Daniel Ponce en la batería, Samuel Piña al bajo y Cuauhtémoc Rivera en las congas, que por acomodo de los instrumentos le tocó estar en el mero centro del escenario. Esta es la alineación de Descarga Sputnik de Daniel Vadillo, que es su proyecto de latin jazz para la presentación del cual se fue calentando el ambiente con una selección de música situada en esa línea y en donde pude reconocer, si no me equivoco, a alguna pieza de Poncho Sánchez.
El concierto comenzó con Splinter de Daniel mismo, seguido de Las pulgas freeway de nuestro querido y extrañado Eugenio Toussaint, ante lo que vale recordar el hecho de que yo había querido ya escuchar antes a Daniel en un homenaje a Eugenio en otras ocasiones, precisamente, pero sin poder lograrlo; además de que ese interés suyo por homenajear a Toussaint me permitió inferir que había también algo de su piano en ese estilo de Daniel Vadillo del que les estoy hablando no sé si me explico, y que por tanto hacía posible el recibimiento, a través de Eugenio, de la resonancia expansiva de la influencia de Clare Fischer.
La impresión inmediata en ambas piezas fue la de la consistencia y la fuerza musical del cuarteto, y ese estilo maduro y bien articulado que ya había yo podido percibir. Batería, bajo y congas conformaban un encuadre rítmico vigoroso y de sabrosa cadencia –no hay otra manera de decirlo–, que configuraban una base sonora bien afinada para que el piano de Daniel se destacara soberano de un escenario que le pertenecía sin duda y por completo.
Luego vinieron Mambo influenciado de Chucho Valdés, Hasta siempre comandante de Carlos Puebla –el clásico tema dedicado al Che Guevara que Claudio Vadillo le ponía todo el tiempo a su hijo Daniel, según nos contó, y que me permite corroborar las razones históricas y políticas por la cuales es Claudio, en efecto, mi amigo– y Speak no evil de Wayne Shorter, una de las piezas más extraordinarias y soberbias y sensacionales para mí de la historia del jazz, y que compite con Strasbourg St Denis de Roy Hargrove, My favorite things o A love supreme de Coltrane, Kind of Blue o Joshua de Miles Davis y Gloria’s Steps de Bill Evans como pieza que mejor puede servir para explicarle a alguien que no sepa nada en absoluto lo que es el jazz pero que, al escucharlo, lo comprenda al instante.
En el segundo set vinieron Sabor, Dark honey y La comparsa, para preparar la salida de la escena con una de Manzanero: El ciego, y terminar enfilando el set list hacia el final con Ay mamá Inés para que no se nos fuera el sabor sonero en lo que quedaba de la noche, por aquello que decía Johnny Pacheco cuando insistía diciéndonos a coro “sonero, nunca olvides tu son sonero”, y terminar por fin con Obsesión como encore.
Ha sido una velada formidable la del jueves pasado en Parke and Lenox. Por fin pude conocer a Daniel Vadillo; conocerlo y escucharlo y enviarle saludos a su padre a través suyo. Será un honor poder ser también su amigo, y aprender un poco de piano, aunque sea solo un poco, con él. Al lado de Mario Patrón, Daniel López Infanzón, Alejandro Mercado, Abraham Barrera o Víctor Patrón, Daniel Vadillo está alineado ya como referente fundamental de los jóvenes pianistas mexicanos de primer orden. Generacionalmente viene un poco después que todos ellos, pero la calidad, el rigor y la belleza musical y creativa están de todo punto garantizadas en bien del arte y la alegría y la gozadera –no hay otra manera de decirlo– del mejor jazz producido hoy por hoy desde México y la ciudad de México, una de las urbes más sensacionales y soberbias y fantásticas de la tierra.
Quienes quieran comprobarlo visiten Parker and Lenox para entender por qué digo lo que digo.
Descarga Sputnik de Daniel Vadillo | Parker & Lenox | CDMX
No había tenido ocasión de escuchar nunca a Daniel Vadillo, ni de ir a Parker and Lenox. De este último sabía yo desde hace muchos años, pero nunca pude encontrar la oportunidad de ir, además de que mi salida de la ciudad de México por un aproximado de tres o cuatro años me mantuvo desconectado de todo. El pasado jueves 14 pude por fin visitar el lugar, que me pareció extraordinario.
A Daniel Vadillo pude llegar a través de su padre, mi querido amigo Claudio Vadillo, a quien entrevisté hace más o menos diez años en un programa ya extinto, Plaza de Armas, que mantuve por un tiempo en Capital 21. El programa lo hicimos con motivo de un estupendo libro de Claudio sobre el desarrollo de la ciencia política en México, y que desafortunadamente no tengo aquí en mi biblioteca para poder comentarlo con mayor detalle (aunque en realidad de quien vamos a hablar aquí es de su hijo).
Ocurre que, luego de un tiempo, resulté haciéndome amigo en Facebook de Claudio, varios meses después de lo cual me di cuenta de que comenzaba a publicar videos y anuncios de conciertos de su hijo, cosa de la que tomé nota de inmediato pues, al verlos, me daba cuenta de que ahí estaba pasando algo importante, y de que la cosa prometía y mucho: lo que veía y escuchaba era el proceso de configuración de un estilo sólido y consistente, maduro y en completa expansión musical que me resultó formidable. Me sonaba a un poco de Petrucciani, a otro tanto de Corea y a otro tanto de Infanzón por toda la vena latin aunque luego también, en esa misma línea y potencia improvisacional, a Otmaro Ruiz, que me revelaba todo a un mismo tiempo a un Daniel Vadillo desconocido hasta entonces pero soberano, lleno de frescura, alegría, fuerza y talento, y con una juventud evidente.
Acaso le haya escrito a Claudio algún mensaje sobre la grata sorpresa que me había causado Daniel, habiendo tal vez quedado en vernos nomás se pudiera para poder verlo en vivo sin que, como tengo dicho, lo haya podido lograr hasta que por fin, ¿ya me entienden?, se me dio la ocasión el pasado jueves para hacerlo en Parker and Lenox sí señor, dándose además la hermosa circunstancia de haber estado con la mejor compañía que pudiera jamás imaginarse: mi ángel de la guarda –un ángel que es bello también ciertamente–, y un amigo entrañable. Éramos los tres ahí sentados hasta el fondo del foro, en un ángulo de visión medio obstruido por una columna que nos impedía ver en diagonal de manera libre el escenario, pero que no obstó para que hayamos podido disfrutar a lo grande.
El protagonista indiscutible de Parker and Lenox es el foro para la música. Es un sitio moderno y de excelente gusto en cuanto a ambiente, decoración y estilo. De los mejores lugares para los efectos, situado en la clásica y entrañable colonia Juárez, en la calle de Milán, en una edificación en la que se aprecian los años y una solera que transpiran Art Decó.
En la entrada hay solamente un pasillo con unas cuantas mesas, todo a media y cálida luz pero que sólo sirve como antesala para que te conduzcan por un pasadizo estrecho a través del cual llegas a una sala muy amplia, con la barra a mano izquierda y a mano derecha el escenario cubierto por una cortina roja que oculta la plataforma de presentaciones. A las nueve y media en punto se recorrió el cortinón para ver ahora sí en primer plano a Daniel Vadillo al piano, sentado frente a un sensacional Nord piano 2 color rojo acompañado de Daniel Ponce en la batería, Samuel Piña al bajo y Cuauhtémoc Rivera en las congas, que por acomodo de los instrumentos le tocó estar en el mero centro del escenario. Esta es la alineación de Descarga Sputnik de Daniel Vadillo, que es su proyecto de latin jazz para la presentación del cual se fue calentando el ambiente con una selección de música situada en esa línea y en donde pude reconocer, si no me equivoco, a alguna pieza de Poncho Sánchez.
El concierto comenzó con Splinter de Daniel mismo, seguido de Las pulgas freeway de nuestro querido y extrañado Eugenio Toussaint, ante lo que vale recordar el hecho de que yo había querido ya escuchar antes a Daniel en un homenaje a Eugenio en otras ocasiones, precisamente, pero sin poder lograrlo; además de que ese interés suyo por homenajear a Toussaint me permitió inferir que había también algo de su piano en ese estilo de Daniel Vadillo del que les estoy hablando no sé si me explico, y que por tanto hacía posible el recibimiento, a través de Eugenio, de la resonancia expansiva de la influencia de Clare Fischer.
La impresión inmediata en ambas piezas fue la de la consistencia y la fuerza musical del cuarteto, y ese estilo maduro y bien articulado que ya había yo podido percibir. Batería, bajo y congas conformaban un encuadre rítmico vigoroso y de sabrosa cadencia –no hay otra manera de decirlo–, que configuraban una base sonora bien afinada para que el piano de Daniel se destacara soberano de un escenario que le pertenecía sin duda y por completo.
Luego vinieron Mambo influenciado de Chucho Valdés, Hasta siempre comandante de Carlos Puebla –el clásico tema dedicado al Che Guevara que Claudio Vadillo le ponía todo el tiempo a su hijo Daniel, según nos contó, y que me permite corroborar las razones históricas y políticas por la cuales es Claudio, en efecto, mi amigo– y Speak no evil de Wayne Shorter, una de las piezas más extraordinarias y soberbias y sensacionales para mí de la historia del jazz, y que compite con Strasbourg St Denis de Roy Hargrove, My favorite things o A love supreme de Coltrane, Kind of Blue o Joshua de Miles Davis y Gloria’s Steps de Bill Evans como pieza que mejor puede servir para explicarle a alguien que no sepa nada en absoluto lo que es el jazz pero que, al escucharlo, lo comprenda al instante.
En el segundo set vinieron Sabor, Dark honey y La comparsa, para preparar la salida de la escena con una de Manzanero: El ciego, y terminar enfilando el set list hacia el final con Ay mamá Inés para que no se nos fuera el sabor sonero en lo que quedaba de la noche, por aquello que decía Johnny Pacheco cuando insistía diciéndonos a coro “sonero, nunca olvides tu son sonero”, y terminar por fin con Obsesión como encore.
Ha sido una velada formidable la del jueves pasado en Parke and Lenox. Por fin pude conocer a Daniel Vadillo; conocerlo y escucharlo y enviarle saludos a su padre a través suyo. Será un honor poder ser también su amigo, y aprender un poco de piano, aunque sea solo un poco, con él. Al lado de Mario Patrón, Daniel López Infanzón, Alejandro Mercado, Abraham Barrera o Víctor Patrón, Daniel Vadillo está alineado ya como referente fundamental de los jóvenes pianistas mexicanos de primer orden. Generacionalmente viene un poco después que todos ellos, pero la calidad, el rigor y la belleza musical y creativa están de todo punto garantizadas en bien del arte y la alegría y la gozadera –no hay otra manera de decirlo– del mejor jazz producido hoy por hoy desde México y la ciudad de México, una de las urbes más sensacionales y soberbias y fantásticas de la tierra.
Quienes quieran comprobarlo visiten Parker and Lenox para entender por qué digo lo que digo.
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