La foto de portada explica todo sin tener que decir palabras, aunque las vamos a decir, desde luego. En todo caso, creo que es elocuente de todo punto para reflejar el ambiente extraordinario y vital y libre y también intenso generado por Diego Maroto el martes 25 pasado en Casa Franca, en el corazón de la colonia Roma, habiéndosenos convocado con un cartel que de suyo nos lo prometía todo así nomás como estaba: Diego Maroto al sax, Luri Molina al contrabajo y Andrés Márquez en la batería dándose cita para una jam session en esa casona de la esquina de Álvaro Obregón y Mérida.
Tres músicos nada más para comenzar. Terminarían subidos entre ocho y diez u once al terminar, en un rincón minúsculo de este lugar tan entrañable para mí por virtud de que hace años, por ahí de 2006, mis amigos y yo organizamos en ese mismo sitio –y bajo el no menos entrañable rótulo de Ateneo Los días terrenales, en homenaje a José Revueltas– unas dos o tres o tal vez cuatro tertulias políticas desde las que intentábamos dar coherencia al torrente de agitación que aquélla primera candidatura de López Obrador había producido, y que a nosotros nos convocó o más bien nos empujó con pasión a la tarea de la organización a partir del debate de las ideas.
Pues bien: prácticamente quince años después hubo de darse entonces la ocasión para que pudiera por fin yo volver a este lugar convertido en bar y foro de jazz, con un escenario emplazado en ese rincón minúsculo del que les estoy hablando.
Había quedado precisamente con uno de esos queridos amigos fundadores del Ateneo revueltiano, y con otro camarada de Zacatecas con el que llevo meses recorriendo el país con el acometido de dar trámite a encomiendas de naturaleza política. La conversación, como no podría ser de otra manera, nos llevó de inmediato y de plano al terreno de la política.
El foro central estaba prácticamente lleno, aunque el resto de las salas de la casona no. Lo fundamental en todo caso estaba ya queriendo ocurrir, y estábamos donde teníamos que estar Félix, Oscar y yo.
Diego Maroto llegó casi al mismo tiempo que Molina y Márquez, pero así como llegaban comenzaron a aparecer, en medio de las mesas, algunos otros músicos que ya no pude reconocer, así como otros que también ingresaban a la sala con sus instrumentos. Varios de ellos me parecieron extranjeros. La situación estaba en su punto para que la formidable jam session diera inicio.
Al final, el primer set contó con la presencia de un trompetista cuyo nombre ya no pude apuntar, pero que resultó fundamental para configurar una sintonía de alta explosividad y arrogancia (siempre hay algo de arrogancia encantadora en el jazz, no olvidemos eso nunca: pensemos en Miles como el arquetipo fundamental para los efectos), mediante la cual se le dio curso a una selección de más o menos cuatro o cinco piezas seleccionadas por Maroto –cabeza y principal convocante de la sesión– desde el criterio de hacer retumbar a Casa Franca a golpe de standards.
Scofield, Marsalis, Parker y no recuerdo si Gillespie fueron los primeros en la lista, que cumplieron la función de ponernos todos –creo que esto es ya una constante, no sé si me explico– en un mood o tono de vanguardia (y de aquí puede que venga, en correspondencia, la arrogancia de la que hablo). Creo recordar que durante ese primer set no hubo cambios en la alineación.
Pero vino entonces el segundo, luego de la pausa procedente de unos quince minutos más o menos. Y entonces comenzó la ronda de improvisadores que recorrieron prácticamente todos los instrumentos, moviéndose todos soberanos entre Ellington, Miles, Parker y Monk: un contrabajista que sustituyó a Luri en dos o tres piezas, otro trompetista que también se unió, dos sax añadidos al de Maroto, dos bateristas más que también se animaron en sustitución de Márquez, un guitarrista procedente de Alemania, un pianista que me pareció ser de Francia, todos logrando una sintonía instantánea y fascinante y alucinadora, mediante la que en cosa de segundos se situaban en la síncopa adecuada, en la intensidad propicia, en el tono preciso, en el tiempo exacto para la detonación bien sea de una improvisación, bien sea del arranque instantáneo de la próxima pieza, que prácticamente se decidía casi casi con una mirada simultánea entre todos, teniendo como base armónica fundamental la bravura determinante, y también arrogante ¿ya me entienden?, de Luri Molina, que fungía como una suerte de Charles Mingus de la sesión marcando tonos, ritmos y contratiempos con autoridad y exigencia.
No creo que haya demasiada dificultad para llegar al consenso de que el momento cumbre de la noche fue cuando, luego de terminar no recuerdo qué pieza, y creo que cuando más músicos lograron subirse al escenario –que para los efectos terminó extendiéndose hasta las primeras mesas–, fue cuando en cosa de dos o tres segundos se pusieron todos de acuerdo y en sintonía y en tiempo para arrancar, generosa, soberbia y sí señor, arrogante: encantadoramente arrogante, viril y potente, Straight, No Chaser de Monk, para extenderse por no sé cuántos minutos con las improvisaciones de todos los ahí subidos para acercar al público al punto de máximo despliegue del concierto, que terminó luego con Caravan de Ellington y la procedente despedida, comandados todos por un Diego Maroto lleno de vitalidad, alegría y generoso buen humor, y que conozco desde ya más de veinte años o casi, y que desde siempre admiro como de los exponentes más finos y vanguardistas y potentes del saxofón en México y el mundo.
Gran noche la del martes pasado. Gran noche de jam de jazz en Casa Franca, uno de los mejores foros de jazz de la ciudad de México. Hace años, solía reunirme ahí con amigos entrañables para hablar de política. Esta vez lo volvimos a hacer, porque las pasiones no son tan fáciles de olvidar.
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La foto de portada explica todo sin tener que decir palabras, aunque las vamos a decir, desde luego. En todo caso, creo que es elocuente de todo punto para reflejar el ambiente extraordinario y vital y libre y también intenso generado por Diego Maroto el martes 25 pasado en Casa Franca, en el corazón de la colonia Roma, habiéndosenos convocado con un cartel que de suyo nos lo prometía todo así nomás como estaba: Diego Maroto al sax, Luri Molina al contrabajo y Andrés Márquez en la batería dándose cita para una jam session en esa casona de la esquina de Álvaro Obregón y Mérida.
Tres músicos nada más para comenzar. Terminarían subidos entre ocho y diez u once al terminar, en un rincón minúsculo de este lugar tan entrañable para mí por virtud de que hace años, por ahí de 2006, mis amigos y yo organizamos en ese mismo sitio –y bajo el no menos entrañable rótulo de Ateneo Los días terrenales, en homenaje a José Revueltas– unas dos o tres o tal vez cuatro tertulias políticas desde las que intentábamos dar coherencia al torrente de agitación que aquélla primera candidatura de López Obrador había producido, y que a nosotros nos convocó o más bien nos empujó con pasión a la tarea de la organización a partir del debate de las ideas.
Pues bien: prácticamente quince años después hubo de darse entonces la ocasión para que pudiera por fin yo volver a este lugar convertido en bar y foro de jazz, con un escenario emplazado en ese rincón minúsculo del que les estoy hablando.
Había quedado precisamente con uno de esos queridos amigos fundadores del Ateneo revueltiano, y con otro camarada de Zacatecas con el que llevo meses recorriendo el país con el acometido de dar trámite a encomiendas de naturaleza política. La conversación, como no podría ser de otra manera, nos llevó de inmediato y de plano al terreno de la política.
El foro central estaba prácticamente lleno, aunque el resto de las salas de la casona no. Lo fundamental en todo caso estaba ya queriendo ocurrir, y estábamos donde teníamos que estar Félix, Oscar y yo.
Diego Maroto llegó casi al mismo tiempo que Molina y Márquez, pero así como llegaban comenzaron a aparecer, en medio de las mesas, algunos otros músicos que ya no pude reconocer, así como otros que también ingresaban a la sala con sus instrumentos. Varios de ellos me parecieron extranjeros. La situación estaba en su punto para que la formidable jam session diera inicio.
Al final, el primer set contó con la presencia de un trompetista cuyo nombre ya no pude apuntar, pero que resultó fundamental para configurar una sintonía de alta explosividad y arrogancia (siempre hay algo de arrogancia encantadora en el jazz, no olvidemos eso nunca: pensemos en Miles como el arquetipo fundamental para los efectos), mediante la cual se le dio curso a una selección de más o menos cuatro o cinco piezas seleccionadas por Maroto –cabeza y principal convocante de la sesión– desde el criterio de hacer retumbar a Casa Franca a golpe de standards.
Scofield, Marsalis, Parker y no recuerdo si Gillespie fueron los primeros en la lista, que cumplieron la función de ponernos todos –creo que esto es ya una constante, no sé si me explico– en un mood o tono de vanguardia (y de aquí puede que venga, en correspondencia, la arrogancia de la que hablo). Creo recordar que durante ese primer set no hubo cambios en la alineación.
Pero vino entonces el segundo, luego de la pausa procedente de unos quince minutos más o menos. Y entonces comenzó la ronda de improvisadores que recorrieron prácticamente todos los instrumentos, moviéndose todos soberanos entre Ellington, Miles, Parker y Monk: un contrabajista que sustituyó a Luri en dos o tres piezas, otro trompetista que también se unió, dos sax añadidos al de Maroto, dos bateristas más que también se animaron en sustitución de Márquez, un guitarrista procedente de Alemania, un pianista que me pareció ser de Francia, todos logrando una sintonía instantánea y fascinante y alucinadora, mediante la que en cosa de segundos se situaban en la síncopa adecuada, en la intensidad propicia, en el tono preciso, en el tiempo exacto para la detonación bien sea de una improvisación, bien sea del arranque instantáneo de la próxima pieza, que prácticamente se decidía casi casi con una mirada simultánea entre todos, teniendo como base armónica fundamental la bravura determinante, y también arrogante ¿ya me entienden?, de Luri Molina, que fungía como una suerte de Charles Mingus de la sesión marcando tonos, ritmos y contratiempos con autoridad y exigencia.
No creo que haya demasiada dificultad para llegar al consenso de que el momento cumbre de la noche fue cuando, luego de terminar no recuerdo qué pieza, y creo que cuando más músicos lograron subirse al escenario –que para los efectos terminó extendiéndose hasta las primeras mesas–, fue cuando en cosa de dos o tres segundos se pusieron todos de acuerdo y en sintonía y en tiempo para arrancar, generosa, soberbia y sí señor, arrogante: encantadoramente arrogante, viril y potente, Straight, No Chaser de Monk, para extenderse por no sé cuántos minutos con las improvisaciones de todos los ahí subidos para acercar al público al punto de máximo despliegue del concierto, que terminó luego con Caravan de Ellington y la procedente despedida, comandados todos por un Diego Maroto lleno de vitalidad, alegría y generoso buen humor, y que conozco desde ya más de veinte años o casi, y que desde siempre admiro como de los exponentes más finos y vanguardistas y potentes del saxofón en México y el mundo.
Gran noche la del martes pasado. Gran noche de jam de jazz en Casa Franca, uno de los mejores foros de jazz de la ciudad de México. Hace años, solía reunirme ahí con amigos entrañables para hablar de política. Esta vez lo volvimos a hacer, porque las pasiones no son tan fáciles de olvidar.
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