Periscopio

Piazzolla por Infanzón

Ocurrió en mayo pasado. Mi querido y admirado amigo Héctor Infanzón había aceptado la invitación. Se trataba de seleccionar cuatro piezas de Astor Piazzolla e interpretarlas luego para conmemorar el centenario de su nacimiento (vivió de 1921 a 1992), para lo cual organizamos un homenaje en el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados junto con la Fundación Astor Piazzolla de Argentina y la Biblioteca del Congreso Nacional argentino.

Jamás pude yo imaginar que iba a organizarle un homenaje a un compositor que me marcó de una forma tan dramática y definitiva, y que me tuvo escuchándolo por temporadas enteras que duraban meses en las que no hacía otra cosa más que poner su música para sumirme en una forma por demás sui generis de tragedia personal musicalizada por la música inigualable de Piazzolla.

Al final el esquema nos quedó verdaderamente extraordinario y memorable: logramos que Bellas Artes nos prestara su Steinway Grand Piano de la sala Manuel M. Ponce para la interpretación de Héctor, además de que logramos también que el Bar La Ópera nos permitiera luego grabar una entrevista redondeando todo para editar un formidable concierto-entrevista.

Todo estaba listo ese día. Bellas Artes operaba con lo mínimo por razones de pandemia, así que se puede decir muy bien que teníamos ese majestuoso palacio del primer cuadro del centro histórico de la ciudad de México para nosotros a título de exclusividad. Lo que luego ocurrió es algo que estimo muy difícil que se repita, y que nunca olvidaré por lo extraordinario que fue para mí.

Héctor llegó caminando al palacio, y sin ninguna partitura ni libro ni nada consigo. Era él nada más y la memorización soberana de las cuatro piezas de Piazzolla con las que estaba por deleitarnos por un aproximado yo no sé si de tres horas o más, pues grabamos cuatro tomas de cada una de ellas: Adiós Nonino, Libertango, Oblivion y Lunfardo. Fue un concierto privado para los productores de la grabación y los empleados de Bellas Artes que nos abrieron de par en par las puertas, conformado por un total de dieciséis interpretaciones extraordinarias, sencillamente extraordinarias de Héctor Infanzón.

Fue esto en primer término, tras de lo cual cruzamos Eje Central y entramos en La Ópera para preparar la entrevista en cuestión según tengo dicho. Héctor y yo nos fuimos primero, en lo que el equipo de grabación desmontaba lo de la M.M. Ponce.

Nos sentamos en el último rincón del bar, al fondo en el gabinete más escondido. Yo pedí una cerveza y él un agua mineral. Y nos pusimos a hablar. Héctor es un magnífico conversador, y siempre con esa sonrisa franca, generosa y tierna en la que se destila una alegría de vivir completa, absorbente, transparente y contagiosa.

Él es otro de los muchos a quienes viví admirando por años, y que sigo admirando aún, desde luego. Anhelé por tantos años –y anhelo aún, madre mía– poder tocar como él, o como Enrique Nery, o como Pepe Morán o como Mario Patrón. Algo, aunque fuera poco y modesto, pero algo que pudiera yo copiar de todos ellos, exponentes magistrales del piano y del jazz mexicano que no le piden absolutamente nada a nadie. Sé que nunca lo haré, pero la luz que todos ellos irradian para mí es un alimento vital configurador de un entusiasmo central en mi vida, y definitorio de mi personalidad.

A Héctor lo conocí, como no podía ser de otra manera, a través de Yuko Fujino. Recuerdo que me regaló un disco suyo de 1993, a piano solo: A manera personal, que escuchaba yo verdaderamente extasiado por la maestría de cada pieza tocada.

En algún momento de nuestra plática, le pedí un poco nervioso y apenado que escuchara dos grabaciones que tenía en mi celular, porque ocurre que, antes de que llegara él, mientras se instalaban los equipos tanto de video como de audio, yo no me aguanté las ganas de sentarme en ese Steinway para tocar algo, algunas notas y acordes, inspirado de una manera única y apasionada como lo estoy últimamente por razones que tienen una carga de futuro luminosa y brillante, portadora de Gran Belleza en el sentido de Sorrentino y para siempre, y de matices verde olivo yo no sé por qué.

Al final pude grabar dos cosas breves, que he querido llamar Variaciones I y II a una Batalla en el cielo, y que Héctor escuchaba entre el ruido descoordinado del bar y mi mirada viendo fijo al mármol de la mesa muerto de la pena por tener a un gigante del jazz piano mexicano escuchando mis modestos escarceos de pianista aficionado.

Esto es lo que estimo sencillamente imposible que se pueda repetir: yo, un simple principiante del jazz piano, tocando en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes en un Steinway Grand Piano sólo para mí.

Héctor no sabía que yo tocaba. Cuando me escuchó se le iluminó su rostro con esa sonrisa generosa, y creo además que, por si fuera poco, me dijo que lo que tocaba sonaba más o menos a Enrique Nery. «Es que yo estudié con él», fue la respuesta que le di totalmente conmovido y con un nudo en la garganta. Lo logré, o casi: no toco ni tocaré jamás como Enrique Nery, pero algo me le parezco. Y eso está muy bien.

Variación I a una Batalla en el cielo
Variación II a una Batalla en el cielo

Después llegó Héctor Infanzón con la música de Piazzolla en la cabeza, y la verdadera magia se adueñó de la Manuel M. Ponce de Bellas Artes. Los carros pasaban indiferentes por Eje Central, y el bullicio de la ciudad seguía su curso implacable y aplastante así como también fascinante y absorbente, sin que nadie, excepción hecha de unos cuantos privilegiados, pudiera darse cuenta de que un genio del jazz piano mexicano interpretó –según tengo dicho– dieciséis tomas de cuatro piezas de uno de los compositores más extraordinarios que Hispanoamérica le regaló al siglo XX, y que ese día soleado de mayo de 2021 dejó registrada para la posteridad una muestra más de la evidencia contundente de que la vida, sin música, carece por completo de sentido.

Además de esa certeza, lo que ese día ocurrió es algo que sencillamente jamás, no sé si me explico, jamás podré olvidar.

Piazzolla por Infanzón | Sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes | CDMX, 2021

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