Chestertoniana

VII. Civilización y progreso

Se me ocurre que sería un ejercicio interesante poner a prueba a la gente, pidiéndole que elija entre la opción de considerarse civilizada o progresista. Supongo de bote pronto que los que se consideran progresistas se reusarían no ya nada más a inclinarse por la civilización, sino que pondrían en entredicho, de inmediato, el término mismo, pues para ellos la civilización supondría la existencia y el señalamiento de la barbarie como su opuesto –en caso de que tuvieran alguna idea sobre la distinción clásica de Gordon Childe–, cosa que verían horrorizados como algo profundamente discriminatorio. ‘Yo no soy nadie para juzgar quién es civilizado y quién no lo es’, dirían sentenciosos al instante.

La civilización sería por tanto, para el progresista, desde esta perspectiva, algo propio de la derecha, el conservadurismo o el tradicionalismo. Lo tendrán muy claro, siempre que ignoren –cosa que es segura– que Lenin decía que el socialismo no era otra cosa que soviets más electrificación, es decir, consejos obreros más civilización técnica, para decirlo de algún modo. Yo escuché una vez a Enrique Dussel decir la insolencia (o estupidez, según se quiera ver) de que había que enseñar física náhuatl en las escuelas mexicanas: supongo que este señor está en contra de la física newtoniana por considerarla un fruto de la civilización eurocéntrica opresora de la sensibilidad de los pueblos originarios, que él querrá seguir viendo en su pureza idílica para seguir viviendo del cuento de su liberación. Es el progresismo “crítico” más estrafalario y desquiciado, además de reaccionario (cuantas carcajadas le producirían estas ocurrencias a Carlos Marx, o a Stalin), trabajando aquí en toda regla.

Gustavo Bueno dice por otro lado que no tiene caso hablar de progreso genéricamente, porque sólo se puede medir el progreso según el parámetro y la escala de que se trate: hay progreso en la industria automotriz, por ejemplo, si se compara la velocidad a la que se puede llegar hoy en día con un auto comercial frente a la que se podía alcanzar hace un siglo. Ahí hay un progreso, un avance objetivo, medible. Decir por tanto “yo soy progresista” no es otra cosa que ruido de palabras.

Recuerdo muy bien una vez que entrevisté en la radio a una artista progresista, o más bien progre para mayor precisión: imaginémosla sensible, ética, buena, no discriminadora, crítica, desde luego, y en contra de toda forma de violencia. En algún momento le formulé yo una pregunta del tipo: “a tu juicio qué es lo que significa el hecho de” no recuerdo qué cosa, a lo que ella de inmediato me respondió ingenua, sensible y transparentemente ignorante: “bueno, yo no juzgo a nadie”, cuando en realidad a lo que apelaba era a su capacidad de juicio, partiendo de la clasificación de las tres facultades fundamentales del entendimiento según Aristóteles y los escolásticos: concepción, juicio y razonamiento. Yo quería saber lo que su inteligencia determinaba sobre alguna cuestión en particular, pero ella me habló desde la sensibilidad. Y con este criterio de la sensibilidad aplicada a todo por críticos, relativistas y burgueses postmodernos –y la mezcla de las tres cosas es lo que da como resultado, precisamente, al progresismo– es que se está destruyendo el lenguaje, la gramática y tal vez, en efecto, quizá, a la civilización. Y aquí venimos al caso.

En su texto ‘Civilización y progreso’ (Cómo escribir relatos policíacos, Acantilado, 2011), Chesterton dice que pocas definiciones le parecen tan torpes como la que Herbert Spencer dio sobre el progreso, que definió como el avance de lo simple a lo complejo. Es un de las cuatro o cinco peores definiciones de la historia, nos dice, porque se trata precisamente de lo contrario:

‘Llamamos al médico para eliminar algo que él mismo llama a menudo “una complicación”. Por lo general, el médico verdaderamente competente ve ante él algo que no entiende y deja tras él algo que todo el mundo comprende: la salud. El verdadero genio técnico triunfa cuando logra hacerse innecesario. Sólo el charlatán trata de volverse indispensable… Lo que nos intriga no es lo inexplicable, sino la explicación que todavía no hemos oído. Eso que llamamos arte o progreso: el avance de lo complejo hacia lo simple’.

Ahora bien, una vez dicho esto pasa en realidad al corazón de su argumento, que nada tiene que ver ni con lo simple ni con lo complejo (digamos que hizo la aclaración inicial para despachar a Spencer), porque ocurre que para Chesterton la civilización es –y atención con esto–:

‘la capacidad de pasar a lo que se quiera cuando se quiera. La civilización es aquello que puede ser tan simple como se quiera sin perder la civilización y que puede ser tan civilizado como le plazca sin perder la simplicidad. No es nada tan horrible como una tendencia o una evolución, ni cualquier otra de esas cosas que no se detienen en ninguna parte. La civilización no es un desarrollo. Es una decisión’.

Es evidente que el tema se complica. Aunque de inmediato lo hace simple Chesterton, porque lo que quiere decir al decir que se trata de una decisión es que se trata de una decisión para evitar algo muy concreto: el caos. Y decidir evitar el caos significa controlar las cosas (pasar a lo que se quiera cuando se quiera), controlar el mundo, para lo cual hace falta también conocerlo. La civilización no se opone entonces a la pureza de los pueblos originarios, ni tampoco tiene que ver solamente con el progreso parametrizado y medible. La civilización, a lo que se opone, es a la anarquía.

Esto es lo que no entiende el progresismo postmoderno de la actualidad cuando se autodefine genéricamente, sin dar parámetros. Porque en ese caso el progresismo es anarquía. ¿Por qué? Porque la anarquía es, nos dice Chesterton, la incapacidad de comprender que la excepción confirma la regla. Y la regla implica parámetros, límites, confines, criterios. Y el progresista sensible y relativista hace de la excepción el objeto de la opresión por parte de lo que se ha dado en llamar “el Sistema” (que otros llamarán Capital, Modernidad, Patriarcado o Física Newtoniana, no sé si me explico), y frente a ello buscarán entonces los progres, indignados éticamente por la mentalidad discriminadora, la liberación. Pero si la liberación supone quitar los parámetros, relativizar la medición de las cosas, relativizar el juicio (“yo no juzgo a nadie”), para que no haya excepciones, entonces lo que se produce es, efectivamente, el caos:

‘Que uno tenga vacaciones implica que trabaja; que un loco sea irresponsable implica que la gente es responsable; que uno llame al médico cuando está enfermo implica que no lo necesita cuando está sano; que se rebele contra la autoridad constituida implica que quiere constituir otra autoridad, y que vaya a la guerra implica que quiere firmar la paz’.

Ahora bien: habría que ver también, eso sí, qué ocurriría en los casos en que la gente se define de bote pronto como civilizada. Habría que ver.

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