La brevedad de los días

La brevedad de los días XXII ~ Jorge Abelardo Ramos

Sábado 5, septiembre. 2020. Jorge Abelardo Ramos. Fue por ahí de 2003, casi al final si no recuerdo mal, en la ciudad de Buenos Aires. Yo volvía de mi estancia de estudios, entre Warwick, Inglaterra y Madrid, de regreso definitivo a México, de donde salí para volver, pero nunca para no volver.

Un querido amigo español, de los escasos que tengo (no pasan de tres), estudiaba cine en Buenos Aires, además de que, por mi parte, yo tenía ya un puñado de grandes amigos argentinos, razón por la cual decidí volar a Buenos Aires como antesala al retorno final a la ciudad de México. Recuerdo que aproveché la ocasión para conocer también Montevideo. Fueron días inolvidables.

Habré pasado ahí cosa de diez días más o menos. En la noche de uno de ellos, mi amigo me invitó a una milonga, organizada, me parece, en el centro de la ciudad. Es obvio que era imposible que yo pisara la pista de baile, así que opté de manera natural por acodarme en la barra del sitio a beber cerveza y a observar todo aquello.

En el grupo en el que íbamos había un tipo, supongo que de mi edad o algo así. Él y su esposa eran bailadores de tango profesionales, o así me lo parecieron. Mientras ella bailaba con alguien más, me puse a conversar con él. No pasó mucho tiempo para que comenzáramos a hablar de política e historia, y entonces luego también, cual procede, de filosofía.

Era un joven muy solvente en su conversación, solvente y politizado. Me hablaba de Mitre y Rivadavia, y también de Hugo Chávez, que en esos momentos estaba en la cúspide de la victoria. Yo tenía ya la claridad de localizar en la cuestión bolivariana el pivote fundamental de articulación de la filosofía de la historia americana, y le exponía entonces mi interpretación de las cosas, entre Vasconcelos y Gustavo Bueno. Coincidíamos prácticamente en todo. Y entonces, en algún momento de la conversación, al oír mis planteamientos y apreciar mis entusiasmos continentales, me dijo de pronto: «amigo mío, tú al que tenés que leer es a Jorge Abelardo Ramos, te va a encantar, está en toda la línea de lo que me dices». Me mencionó Revolución y contrarrevolución en la Argentina, y no recuerdo si también Historia de la nación latinoamericana.

Jamás había oído su nombre, pero tomé nota. Además, aquél amigo improvisado remató la recomendación con una anécdota genial. Resulta ser que su padre era diplomático, pero también bailador de tango profesional junto con su madre. Era de estirpe familiar el asunto de tomarse muy en serio lo del tango, al parecer. El presidente Hugo Chávez acababa de pasar por Buenos Aires, y resulta ser que sus padres tuvieron el honor de bailarle un tango a Chávez en la recepción diplomática marcada por el protocolo. Al finalizar, le regalaron un libro de Jorge Abelardo, Historia de la nación latinoamericana, con la dedicatoria que aún hoy recuerdo intacta en mi memoria, y que a la sazón decía «Por un Ayacucho definitivo, a paso de vencedores».

La anécdota me pareció formidable. Años después, se me ocurrió teclear en Youtube los nombres Hugo Chavez y Jorge Abelardo Ramos, y el video que aparece me dejó frío. Se trata de un encuentro de la CELAC en Buenos Aires con la presidenta Cristina Fernández, por ahí de 2011. Chávez, claramente enfermo ya de cáncer (a los dos años habría de morir), hace una pausa y le muestra un libro a la presidenta. Era un libro viejo. Lo abre y le va contando que se lo regalaron unos argentinos, y que se lo dieron luego de bailarle un tango, con una encendida dedicatoria que a la sazón decía… «Por un Ayacucho definitivo…»

Era la historia que me contó aquél amigo tanguero, que por supuesto no se la inventó, como se podrá deducir. Al día siguiente de aquella noche, me fui a la calle de libros viejos de Buenos Aires, buscando con intensidad y nerviosismo cualquier cosa, o si se pudiera mejor todo lo que de Jorge Abelardo Ramos me fuera posible hallar. Solo encontré uno: los dos tomos de Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Años después encontré en Caracas una reedición de su magistral Historia de la nación latinoamericana.

A mí me parece un verdadero despropósito que se trate de un autor ciertamente desconocido, o por lo menos tan desconocido en México, en donde por cierto estuvo una breve temporada como embajador en el gobierno de Salinas de Gortari. Porque Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), creo yo, fue una de las mentes más poderosos y claras que produjo América: una mezcla de la lucidez y el sarcasmo apasionado de Carlos Marx y el vigor implacable de Malraux, con la capacidad de Gramsci o de Vasconcelos para encapsular en dos líneas, en una frase o en un quiasmo una contradicción fundamental de no fácil detección, o para bosquejar en un plumazo sencillo el esquema de determinación histórico-sociológica de una posición política o ideológica concreta, destruyendo al instante una certeza apodíctica que, tras de la explicación de Jorge Abelardo, queda reducida a cenizas.

Los estudios lo sitúan en la órbita de la llamada izquierda nacional, además de ser considerado también como un ideólogo central, vertebral, de la unidad continental hispanoamericana: ‘Durante décadas aparecieron libros sobre la «argentinidad», la «peruanidad», la «bolivianidad» o la «mexicanidad», en cantidades ingentes. Todos andaban a la busca de su propia identidad nacional o cultural, pero pocos se consagraron a redescubrir la identidad latinoamericana, que era la única capaz de permitir que América Latina, con todas sus partes, se delimitara como un poder autónomo ante un mundo codicioso y amenazante… Resulta irrelevante que unos se consagren a plantear el «desarrollo» de cada una de las repúblicas latinoamericanas mediante los auxilios del capital extranjero; o mediante el crecimiento independiente del capitalismo nacional; o a través de la revolución socialista, si cada uno de los arbitristas rehúsa considerar a América Latina como el espacio político de una Nación no constituida.’ (Historia de la nación latinoamericana, Introducción, 1994).

Su obra es merecedora de un tratamiento pormenorizado, y a mí me parece, por de pronto, que su Historia debiera ser tenida como libro de texto en todos los sistemas educativos continentales (el Fondo de Cultura Económica debería de ser el sello responsable, no puede ser otro), pues es de los pocos, si no es que el único que comprendió, a nivel de configuración histórico-filosófica, y por tanto a nivel de historia universal, que es sólo a la escala continental como la experiencia nacional fragmentada puede encontrar su justo cauce de expansión, definición y condensación apasionada, que es la única forma de saber también, en definitiva, creo yo, lo que la América hispana significa, y ha de significar, en el mundo.

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