El Heraldo de México

¿Tenemos yodo suficiente?: Chernobyl

Lunes 11 de mayo, 2020.

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, dice Spinoza en la Ética, ese libro supremo sobre la potencia humana que inaugura la tradición del materialismo moderno. En esa misma línea, podríamos decir que nadie sabe lo que es capaz de hacer una sociedad cuando se esfuerza. Esta es la reflexión con la que me quedo luego de haber visto Chernobyl (HBO, 2019).

Es eso y la triple sensación de asombro, estupor y admiración, que juntos me han dejado verdaderamente sacudido. Admiración por la capacidad de producción y desarrollo científico que una sociedad, en este caso la soviética, fue capaz de alcanzar en el siglo XX. Asombro y estupor por el grado de devastación tan atroz y espeluznante que ese desarrollo, en este caso el de la energía nuclear, puede producir bien sea por un error, bien sea por decisión deliberada, que es lo que ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en agosto del 45.

Me niego a atribuir la cadena de errores que produjo esta tragedia a los vicios intrínsecos del sistema soviético, que puede ser visto con gusto por ideólogos liberales para apuntalar la Leyenda negra anti-soviética. Me niego porque se trata de un vicio común y endémico de toda organización burocrática al margen del sistema político del que se trate: el ocultamiento de información para protegerse entre unos grupos y otros; el sabotaje de proyectos para afectar la carrera de unos en beneficio de otros; el oportunismo y la mediocridad de funcionarios; el abuso de poder, la negligencia, el contubernio entre funcionarios y auditores: todos estos son elementos cotidianos de la vida de cualquier institución gubernamental del país que sea, incluida en su momento la Unión Soviética.

No vamos a negar que lo que sí puede haber son grados distintos de eficiencia y eficacia entre unos y otros, pero el problema sigue y seguirá estando ahí como nudo central de la burocracia en las sociedades modernas.

Hay una escena en el primer capítulo que podría resumirnos la tragedia en gestación. En el hospital de Pripyat, una enfermera pregunta a su confiado superior si tenían reservas suficientes de yodo en pastillas, mientras observa desde la ventana el fuego a la distancia y una extraña e inquietante estela de luz que de ahí salía.

El yodo es un elemento necesario para el funcionamiento de la tiroides. En una catástrofe nuclear se libera yodo-131 en grandes cantidades. Si lo absorbe la tiroides se sobresatura y produce mutaciones en el ADN, con cáncer como consecuencia. Pero si con pastillas se lleva el nivel de yodo de esta glándula a su límite, la absorción del que está en el ambiente será mucho menor. La enfermera lo supo al instante aunque su superior, confiado, no. La tragedia había comenzado, precipitando, al hacerlo, la caída de la Unión Soviética. Sólo faltaría el tiro de gracia.

Las sociedades y los cuerpos son capaces de producir el horror más paralizante. Chernobyl es una magnífica producción que nos lo corrobora de una forma cruda, elocuente y definitiva. Habrá que aquilatar la lección.

elheraldo de mexico franja

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