Hace tan solo unas pocas semanas nada más había tres tipos de acontecimientos que, desde un punto de vista personal y generacional, tenía yo descartado poder atestiguar en mi vida: una revolución, una guerra y una pandemia. Los terremotos, como es obvio, no están descartados de ninguna manera.
De los tres casos hay antecedentes en el siglo XX mexicano, y cualquiera que tenga un poco de sentido de la historia podrá tener también una noción sobre la revolución mexicana y el Escuadrón 201.
Pero eso no ocurre con el caso de la pandemia, sin perjuicio de que hay también antecedentes, aunque ciertamente mucho más desconocidos. O por lo menos más desconocidos hasta ahora. Y esto es lo que hace que los efectos de lo que ocurre actualmente sean aún mucho más devastadores, porque no sabíamos de la inminencia de su posibilidad. He querido explicar esto con el concepto de efecto Melancolía, en relación a la magnífica película de Lars von Trier (Melancolía, 2011).
Antecedentes de pandemia los hay, y muchos, y de gran magnitud de devastación. De hecho, lo procedente es tenerlas registradas como variables centrales y no periféricas –ahora lo sabemos mejor porque lo estamos viviendo– para comprender la caída de imperios, la resolución de guerras o de invasiones, la magnificación de crisis económicas o la literal eliminación de poblaciones enteras.
Joshua Loomis (Epidemics, 2018) computa diez grandes pandemias a lo largo de la historia como factores que catalizaron grandes e irreversibles transformaciones, que afectaron para siempre la forma de entender la vida, la salud, la política, las relaciones sociales, la economía, la guerra, el papel del gobierno como módulo central del Estado y el problema de saber quién controla los sectores estratégicos de la producción, el abastecimiento y la salud pública.
Las diez grandes pandemias de la historia son la plaga de Justiniano, la viruela, la malaria, la tuberculosis, el tifus, la fiebre amarilla, el cólera, la influenza, la polio y el SIDA. En México, hay registros epidémicos de salmonela (siglo XVI), malaria, cólera y tifo (siglo XIX), gripe española en el XX (1918), y en el XXI la influenza H1N1 (2009).
A esta lista hemos de añadir, a partir de ahora, el coronavirus, causante de la pandemia que habrá de marcar para siempre a mi generación bajo el efecto Melancolía, que es una película sobre la vida cotidiana de dos hermanas que transcurre mientras el planeta Tierra está a punto de colisionar con otro de mucho mayores dimensiones, llamado Melancolía. Aunque tiene elementos de ciencia ficción, el realismo fílmico de von Trier es a tal grado magistral, que el efecto que te produce observar a ese planeta que se acerca para chocar y hacer trizas a la Tierra es verdaderamente real, realista y sobrecogedor. Te hace pensar que, en el límite, algo así puede ser también posible. Antes de 2020, yo pensaba que jamás me iba tocar atestiguar una pandemia, hoy la veo acechante cual si se tratara de un planeta gigantesco.

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Hace tan solo unas pocas semanas nada más había tres tipos de acontecimientos que, desde un punto de vista personal y generacional, tenía yo descartado poder atestiguar en mi vida: una revolución, una guerra y una pandemia. Los terremotos, como es obvio, no están descartados de ninguna manera.
De los tres casos hay antecedentes en el siglo XX mexicano, y cualquiera que tenga un poco de sentido de la historia podrá tener también una noción sobre la revolución mexicana y el Escuadrón 201.
Pero eso no ocurre con el caso de la pandemia, sin perjuicio de que hay también antecedentes, aunque ciertamente mucho más desconocidos. O por lo menos más desconocidos hasta ahora. Y esto es lo que hace que los efectos de lo que ocurre actualmente sean aún mucho más devastadores, porque no sabíamos de la inminencia de su posibilidad. He querido explicar esto con el concepto de efecto Melancolía, en relación a la magnífica película de Lars von Trier (Melancolía, 2011).
Antecedentes de pandemia los hay, y muchos, y de gran magnitud de devastación. De hecho, lo procedente es tenerlas registradas como variables centrales y no periféricas –ahora lo sabemos mejor porque lo estamos viviendo– para comprender la caída de imperios, la resolución de guerras o de invasiones, la magnificación de crisis económicas o la literal eliminación de poblaciones enteras.
Joshua Loomis (Epidemics, 2018) computa diez grandes pandemias a lo largo de la historia como factores que catalizaron grandes e irreversibles transformaciones, que afectaron para siempre la forma de entender la vida, la salud, la política, las relaciones sociales, la economía, la guerra, el papel del gobierno como módulo central del Estado y el problema de saber quién controla los sectores estratégicos de la producción, el abastecimiento y la salud pública.
Las diez grandes pandemias de la historia son la plaga de Justiniano, la viruela, la malaria, la tuberculosis, el tifus, la fiebre amarilla, el cólera, la influenza, la polio y el SIDA. En México, hay registros epidémicos de salmonela (siglo XVI), malaria, cólera y tifo (siglo XIX), gripe española en el XX (1918), y en el XXI la influenza H1N1 (2009).
A esta lista hemos de añadir, a partir de ahora, el coronavirus, causante de la pandemia que habrá de marcar para siempre a mi generación bajo el efecto Melancolía, que es una película sobre la vida cotidiana de dos hermanas que transcurre mientras el planeta Tierra está a punto de colisionar con otro de mucho mayores dimensiones, llamado Melancolía. Aunque tiene elementos de ciencia ficción, el realismo fílmico de von Trier es a tal grado magistral, que el efecto que te produce observar a ese planeta que se acerca para chocar y hacer trizas a la Tierra es verdaderamente real, realista y sobrecogedor. Te hace pensar que, en el límite, algo así puede ser también posible. Antes de 2020, yo pensaba que jamás me iba tocar atestiguar una pandemia, hoy la veo acechante cual si se tratara de un planeta gigantesco.
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