Para una primera caracterización impresionista o panorámica sobre el partido político y el movimiento político o social en la historia de México, sin profundizar en esquemas o en sistematizaciones teóricas o conceptuales más elaboradas, podemos decir lo siguiente.
El partido político y el movimiento social son figuras que aparecen en la vida de las naciones modernas a partir del siglo XIX, cuando los procesos de independencia y revolución transformaron -intercalándose con la revolución industrial- las estructuras sociales, económicas, ideológicas y políticas del Antiguo Régimen –que era un sistema de monarquías europeas y de virreinatos y colonias en América dentro de los que co-existían diversas naciones étnicas en esquemas asimétricos de relaciones sociales– en función de naciones políticas nuevas en donde el pueblo –el Tercer Estado de Sieyés– pasaba a ocupar ideológicamente la base central de soporte de toda la estructura, convirtiendo a siervos y súbditos del monarca o virrey, titular o representante de la soberanía, en ciudadanos –los ciudadanos históricos de Carlos Marx– entendidos como pueblo en armas levantados en defensa de la nueva depositaria de la soberanía: la nación.
El proceso tiene como sello fundamental el hecho de que la nación política refunde formalmente -hace homogéneo- a las naciones étnicas -lo heterogéneo- en un esquema de coordinación y homologación en función de una sola lengua, una sola identidad y un esquema consistente de la propiedad (véase Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez).
La primera gran transformación histórica de México, la Independencia (o 1T), puede ser entendida como el resultado organizativo de un movimiento más que de un partido, tal como lo entendemos hoy. Se trató, en efecto, de la convergencia de varias circunstancias (descontento criollo, crisis de la monarquía española por la invasión napoleónica, pobreza y explotación de los indios, marginación política de los mestizos) que desembocarían en la emergencia de un movimiento popular activado inercialmente por Hidalgo y Allende, pero consolidado y perfilado por Morelos (la tendencia de Chilpancingo), y que habría de reorganizar la base histórica nacional (véase La Reforma y Juárez: estudio histórico-sociológico, de Andrés Molina Enríquez).
Entre la segunda y cuarta décadas de ese siglo, aparecería una primera generación de partidos políticos: el Liberal, fundado por José María Luis Mora a principios de la década de los veinte, y el Conservador, fundado por Lucas Alamán a fines de la de los cuarenta. Se trató de organizaciones que la ciencia política ha caracterizado como partidos de notables, con una base teórica o doctrinaria más elaborada, y desarrollada por figuras destacadas de la vida social o intelectual del México en gestación, que es el caso de los dos extraordinarios historiadores que estuvieron detrás de uno y otro partido, y que habrían de establecerse en los polos antagónicos llamados a chocar en la Guerra de Reforma, que fue nuestra segunda gran transformación. Acaso podamos decir que, en la Reforma (o 2T), movimiento social y partido se fundieron al calor de las batallas internas, y en las de la defensa de la patria del invasor extranjero.
La dictadura de Porfirio Díaz cierra el siglo XIX y da perfiles más nítidos a México como Estado nacional al sentar las bases de un capitalismo incipiente con inversión extranjera (construcción de ferrocarriles y configuración de un mercado interno), activando también un proceso social dialéctico de creación de masas campesinas y obreras que, al poco tiempo, estarían nuevamente en el centro activo de la vida política nacional.
El final inminente del porfiriato como régimen y del porfirismo como sistema, a principios del siglo XX, es el contexto en el que emerge una segunda generación de partidos políticos: el Partido Liberal Mexicano de los Flores Magón, el Partido Antirreeleccionista de Madero y Vázquez Gómez, el Partido Nacional Democrático, el Partido Constitucional Progresista. Todos ellos participan en el proceso electoral del porfiriato tardío, pero el agotamiento del régimen hace imposible la continuidad, y la opresión a la que la dictadura tenía sometidos a sectores diversos hizo estallar la tercera gran transformación histórica de México, la Revolución (o 3T).
De ese proceso surgiría una tercera generación de partidos, que son los que vertebraron el sistema político mexicano del siglo XX: el Partido Comunista Mexicano (1919), antecedente de la izquierda política mexicana, el Partido Nacional Revolucionario (1929), antecedente del PRI (el partido de la burguesía liberal de México), y el Partido Acción Nacional (1939), el partido de la burguesía conservadora de México. En ellos se manifiestan varios formatos de organización, que la ciencia política ha caracterizado como de partido de masa, partido electoral de masa o partido aparato.
El régimen constituido por estos partidos y sus herederos entró en una crisis profunda a principios del siglo XXI, cuando con el Pacto por México se respaldó parlamentariamente la Reforma Energética de 2013, diluyendo las diferencias ideológicas entre unos y otros –en este caso el PRD (el partido de la burguesía progresista o socialdemócrata de México), el PRI y el PAN– para hacer evidente la existencia de una estructura de intereses y de corrupción, que el Presidente López Obrador ha caracterizado, siguiendo a Cosío Villegas, como neoporfirismo, y que cerró el ciclo histórico inaugurado por la 3T.
Este es el contexto en el que surge MORENA como plataforma donde convergen movimiento y partido una vez más para dar cauce, estructura y continuidad generacional a lo que está siendo caracterizado como la Cuarta Transformación histórica de México (la 4T).
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Para una primera caracterización impresionista o panorámica sobre el partido político y el movimiento político o social en la historia de México, sin profundizar en esquemas o en sistematizaciones teóricas o conceptuales más elaboradas, podemos decir lo siguiente.
El partido político y el movimiento social son figuras que aparecen en la vida de las naciones modernas a partir del siglo XIX, cuando los procesos de independencia y revolución transformaron -intercalándose con la revolución industrial- las estructuras sociales, económicas, ideológicas y políticas del Antiguo Régimen –que era un sistema de monarquías europeas y de virreinatos y colonias en América dentro de los que co-existían diversas naciones étnicas en esquemas asimétricos de relaciones sociales– en función de naciones políticas nuevas en donde el pueblo –el Tercer Estado de Sieyés– pasaba a ocupar ideológicamente la base central de soporte de toda la estructura, convirtiendo a siervos y súbditos del monarca o virrey, titular o representante de la soberanía, en ciudadanos –los ciudadanos históricos de Carlos Marx– entendidos como pueblo en armas levantados en defensa de la nueva depositaria de la soberanía: la nación.
El proceso tiene como sello fundamental el hecho de que la nación política refunde formalmente -hace homogéneo- a las naciones étnicas -lo heterogéneo- en un esquema de coordinación y homologación en función de una sola lengua, una sola identidad y un esquema consistente de la propiedad (véase Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez).
La primera gran transformación histórica de México, la Independencia (o 1T), puede ser entendida como el resultado organizativo de un movimiento más que de un partido, tal como lo entendemos hoy. Se trató, en efecto, de la convergencia de varias circunstancias (descontento criollo, crisis de la monarquía española por la invasión napoleónica, pobreza y explotación de los indios, marginación política de los mestizos) que desembocarían en la emergencia de un movimiento popular activado inercialmente por Hidalgo y Allende, pero consolidado y perfilado por Morelos (la tendencia de Chilpancingo), y que habría de reorganizar la base histórica nacional (véase La Reforma y Juárez: estudio histórico-sociológico, de Andrés Molina Enríquez).
Entre la segunda y cuarta décadas de ese siglo, aparecería una primera generación de partidos políticos: el Liberal, fundado por José María Luis Mora a principios de la década de los veinte, y el Conservador, fundado por Lucas Alamán a fines de la de los cuarenta. Se trató de organizaciones que la ciencia política ha caracterizado como partidos de notables, con una base teórica o doctrinaria más elaborada, y desarrollada por figuras destacadas de la vida social o intelectual del México en gestación, que es el caso de los dos extraordinarios historiadores que estuvieron detrás de uno y otro partido, y que habrían de establecerse en los polos antagónicos llamados a chocar en la Guerra de Reforma, que fue nuestra segunda gran transformación. Acaso podamos decir que, en la Reforma (o 2T), movimiento social y partido se fundieron al calor de las batallas internas, y en las de la defensa de la patria del invasor extranjero.
La dictadura de Porfirio Díaz cierra el siglo XIX y da perfiles más nítidos a México como Estado nacional al sentar las bases de un capitalismo incipiente con inversión extranjera (construcción de ferrocarriles y configuración de un mercado interno), activando también un proceso social dialéctico de creación de masas campesinas y obreras que, al poco tiempo, estarían nuevamente en el centro activo de la vida política nacional.
El final inminente del porfiriato como régimen y del porfirismo como sistema, a principios del siglo XX, es el contexto en el que emerge una segunda generación de partidos políticos: el Partido Liberal Mexicano de los Flores Magón, el Partido Antirreeleccionista de Madero y Vázquez Gómez, el Partido Nacional Democrático, el Partido Constitucional Progresista. Todos ellos participan en el proceso electoral del porfiriato tardío, pero el agotamiento del régimen hace imposible la continuidad, y la opresión a la que la dictadura tenía sometidos a sectores diversos hizo estallar la tercera gran transformación histórica de México, la Revolución (o 3T).
De ese proceso surgiría una tercera generación de partidos, que son los que vertebraron el sistema político mexicano del siglo XX: el Partido Comunista Mexicano (1919), antecedente de la izquierda política mexicana, el Partido Nacional Revolucionario (1929), antecedente del PRI (el partido de la burguesía liberal de México), y el Partido Acción Nacional (1939), el partido de la burguesía conservadora de México. En ellos se manifiestan varios formatos de organización, que la ciencia política ha caracterizado como de partido de masa, partido electoral de masa o partido aparato.
El régimen constituido por estos partidos y sus herederos entró en una crisis profunda a principios del siglo XXI, cuando con el Pacto por México se respaldó parlamentariamente la Reforma Energética de 2013, diluyendo las diferencias ideológicas entre unos y otros –en este caso el PRD (el partido de la burguesía progresista o socialdemócrata de México), el PRI y el PAN– para hacer evidente la existencia de una estructura de intereses y de corrupción, que el Presidente López Obrador ha caracterizado, siguiendo a Cosío Villegas, como neoporfirismo, y que cerró el ciclo histórico inaugurado por la 3T.
Este es el contexto en el que surge MORENA como plataforma donde convergen movimiento y partido una vez más para dar cauce, estructura y continuidad generacional a lo que está siendo caracterizado como la Cuarta Transformación histórica de México (la 4T).
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