I. Cuestiones terminológicas. En los últimos tiempos, sobre todo en el período posterior a la segunda guerra mundial, el término imperio en sentido político (y sus procedentes derivaciones: imperialista, imperialismo, o correlativos: colonialismo, colonialista, neocolonial) fue adquiriendo un prestigio por completo negativo, en el extremo opuesto del término nación y sus procedentes derivaciones, como nacionalista o nacionalismo, vinculadas con términos correlativos como patriota o patriotismo.
II. Sin embargo, como categoría historiográfica, el término de imperio ofrece una utilidad muy notable, neutral si se quiere, para los efectos del análisis de la organización de sociedades políticas pretéritas (imperio azteca, imperio inca, imperio romano, imperio persa, imperio otomano, etc.).
III. Esto significa que, desde un punto de vista ideológico-político, la connotación de imperio se hace negativa, sobre todo, a partir de los procesos de reorganización nacional como resultado de las revoluciones de independencia atlánticas (francesa, norteamericana, hispanoamericanas), aunque desde un punto de vista historiográfico el término mantiene una funcionalidad de primer orden (¿cómo entender el mundo romano de la antigüedad al margen del concepto del imperio romano?).
IV. Nudo problemático. la cuestión es saber entonces si es posible despejar a la variable del imperio como categoría no ya nada más historiográfica, sino ideológico-política, para el análisis de los procesos del presente despojándola de sus connotaciones negativas.
V. Hacia una definición objetiva. Imperio, en términos políticos, es aquel estado que, rebasando sus límites territoriales, ejerce su influencia sobre otros estados. La noción de Imperio adquiere un sentido filosófico cuando es interpretada como Imperio universal, es decir, como unidad política que aspira a extenderse a todas las sociedades (ya sean sociedades políticas o sociedades preestatales).
VI. Dialéctica procesual de las sociedades políticas. Desde un punto de vista objetivo (en función de las relaciones entre el plano antropológico y el histórico), toda sociedad política se organiza con arreglo a un proceso de tres fases. Una fase pre-estatal (fase primaria), una fase estatal (fase secundaria) y una fase post-estatal (fase terciaria). La fase terciara es la que corresponde a la figura del imperio.
VII. Consideración metodológica. Totalidades distributivas y totalidades atributivas. Una totalidad distributiva es aquélla cuyas partes tienen consistencia lógica, digámoslo así, independientemente del lugar que tengan en el momento de su participación en el todo (una bolsa de tuercas idénticas entre sí puede ser vista como una totalidad distributiva). Una totalidad atributiva es aquélla cuyas partes no tienen consistencia lógica más que dependiendo del lugar que tengan en el momento de su participación en el todo (un rompecabezas puede ser visto como una totalidad atributiva).
VIII. No se trata entonces, según tenemos dicho, de discriminar, para efectos de interpretación de la Historia universal, entre el imperio en sentido unívoco y lo que no lo es, sino de hacerlo entre clases de imperios. Es necesaria una tipología.
IX. Los Imperios universales pueden ser entonces Imperios depredadores o Imperios generadores. Los primeros se limitan a aprovecharse de los recursos de las demás sociedades (básicamente mano de obra y materias primas) manteniéndolas en su nivel social y político, o incluso rebajándolas (es el caso del Imperio inglés o del Imperio holandés). En cambio, los segundos, sin perjuicio de sus aspectos depredadores, pretenden elevarlas de nivel sociopolítico (por ejemplo, el Imperio soviético o el Imperio español).
X. Los Imperios depredadores configuran totalidades distributivas, los Imperios generadores configuran totalidades atributivas.
XI. La Historia universal, desde un punto de vista materialista (no metafísico), no puede ser entendida como “historia del Género Humano”, sino como una interpretación (reconstrucción historiográfica) de los procesos políticos a la luz de la sucesión (conflictiva o armónica) de la diversidad de Imperios universales (depredadores o generadores) que han existido a lo largo de los siglos.
XII. Identidad y unidad como conceptos políticos. La unidad de una entidad dada (como una sociedad política) se establece como la trabazón interna entre sus partes o componentes. La identidad se define en función de la inserción de la unidad de referencia en determinados contextos envolventes. Identidad y unidad están co-determinadas.
XIII. Los Imperios (depredadores o generadores), en tanto que figuras fundamentales de organización de la Historia universal, se nos presentan en su interacción como grandes plataformas de articulación dibujadas según una específica relación entre unidad e identidad.
Pues en tiempos anteriores ocurría que los asuntos del mundo estaban, por así decirlo, separados, ya que cada empresa tenía su propio arranque y aun su propia culminación, e igualmente se desarrollaba en un marco espacial propio. Pero a partir de los sucesos mencionados, la historia viene a presentarse como algo orgánico, de manera que los acontecimientos de Italia y Libia se entrelazan con los de Asia y Grecia y todos concurren a un mismo fin. Por lo cual iniciaremos el tratamiento de los referidos eventos en la fecha señalada. Efectivamente, una vez que vencieron a los cartagineses en la guerra antedicha, pensaron los romanos que con ello habían realizado la parte mayor y más importante de la tarea conducente al dominio del universo; fue entonces y a raíz de aquello cuando, con ánimo por primera vez para tender sus manos hacia el resto del mundo, navegaron en son de guerra a Grecia y los países de Asia. Polibio. Historia de Roma.
XIV. La Historia universal, entendida según la dialéctica de los grandes Imperios universales, nos sitúa en el problema político de definir, en el presente, las grandes plataformas que, bien sea de manera implícita, bien sea de manera explícita, mantienen una vigencia y una operatividad socio-cultural (religiosa, lingüística) determinada en el contexto de organización geopolítica del mundo. Aquí encaja el problema filosófico de México en la historia universal, que es la escala adecuada para comprender, en toda la magnitud de su despliegue e implicación, el problema entre México, América y España.
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I. Cuestiones terminológicas. En los últimos tiempos, sobre todo en el período posterior a la segunda guerra mundial, el término imperio en sentido político (y sus procedentes derivaciones: imperialista, imperialismo, o correlativos: colonialismo, colonialista, neocolonial) fue adquiriendo un prestigio por completo negativo, en el extremo opuesto del término nación y sus procedentes derivaciones, como nacionalista o nacionalismo, vinculadas con términos correlativos como patriota o patriotismo.
II. Sin embargo, como categoría historiográfica, el término de imperio ofrece una utilidad muy notable, neutral si se quiere, para los efectos del análisis de la organización de sociedades políticas pretéritas (imperio azteca, imperio inca, imperio romano, imperio persa, imperio otomano, etc.).
III. Esto significa que, desde un punto de vista ideológico-político, la connotación de imperio se hace negativa, sobre todo, a partir de los procesos de reorganización nacional como resultado de las revoluciones de independencia atlánticas (francesa, norteamericana, hispanoamericanas), aunque desde un punto de vista historiográfico el término mantiene una funcionalidad de primer orden (¿cómo entender el mundo romano de la antigüedad al margen del concepto del imperio romano?).
IV. Nudo problemático. la cuestión es saber entonces si es posible despejar a la variable del imperio como categoría no ya nada más historiográfica, sino ideológico-política, para el análisis de los procesos del presente despojándola de sus connotaciones negativas.
V. Hacia una definición objetiva. Imperio, en términos políticos, es aquel estado que, rebasando sus límites territoriales, ejerce su influencia sobre otros estados. La noción de Imperio adquiere un sentido filosófico cuando es interpretada como Imperio universal, es decir, como unidad política que aspira a extenderse a todas las sociedades (ya sean sociedades políticas o sociedades preestatales).
VI. Dialéctica procesual de las sociedades políticas. Desde un punto de vista objetivo (en función de las relaciones entre el plano antropológico y el histórico), toda sociedad política se organiza con arreglo a un proceso de tres fases. Una fase pre-estatal (fase primaria), una fase estatal (fase secundaria) y una fase post-estatal (fase terciaria). La fase terciara es la que corresponde a la figura del imperio.
VII. Consideración metodológica. Totalidades distributivas y totalidades atributivas. Una totalidad distributiva es aquélla cuyas partes tienen consistencia lógica, digámoslo así, independientemente del lugar que tengan en el momento de su participación en el todo (una bolsa de tuercas idénticas entre sí puede ser vista como una totalidad distributiva). Una totalidad atributiva es aquélla cuyas partes no tienen consistencia lógica más que dependiendo del lugar que tengan en el momento de su participación en el todo (un rompecabezas puede ser visto como una totalidad atributiva).
VIII. No se trata entonces, según tenemos dicho, de discriminar, para efectos de interpretación de la Historia universal, entre el imperio en sentido unívoco y lo que no lo es, sino de hacerlo entre clases de imperios. Es necesaria una tipología.
IX. Los Imperios universales pueden ser entonces Imperios depredadores o Imperios generadores. Los primeros se limitan a aprovecharse de los recursos de las demás sociedades (básicamente mano de obra y materias primas) manteniéndolas en su nivel social y político, o incluso rebajándolas (es el caso del Imperio inglés o del Imperio holandés). En cambio, los segundos, sin perjuicio de sus aspectos depredadores, pretenden elevarlas de nivel sociopolítico (por ejemplo, el Imperio soviético o el Imperio español).
X. Los Imperios depredadores configuran totalidades distributivas, los Imperios generadores configuran totalidades atributivas.
XI. La Historia universal, desde un punto de vista materialista (no metafísico), no puede ser entendida como “historia del Género Humano”, sino como una interpretación (reconstrucción historiográfica) de los procesos políticos a la luz de la sucesión (conflictiva o armónica) de la diversidad de Imperios universales (depredadores o generadores) que han existido a lo largo de los siglos.
XII. Identidad y unidad como conceptos políticos. La unidad de una entidad dada (como una sociedad política) se establece como la trabazón interna entre sus partes o componentes. La identidad se define en función de la inserción de la unidad de referencia en determinados contextos envolventes. Identidad y unidad están co-determinadas.
XIII. Los Imperios (depredadores o generadores), en tanto que figuras fundamentales de organización de la Historia universal, se nos presentan en su interacción como grandes plataformas de articulación dibujadas según una específica relación entre unidad e identidad.
Pues en tiempos anteriores ocurría que los asuntos del mundo estaban, por así decirlo, separados, ya que cada empresa tenía su propio arranque y aun su propia culminación, e igualmente se desarrollaba en un marco espacial propio. Pero a partir de los sucesos mencionados, la historia viene a presentarse como algo orgánico, de manera que los acontecimientos de Italia y Libia se entrelazan con los de Asia y Grecia y todos concurren a un mismo fin. Por lo cual iniciaremos el tratamiento de los referidos eventos en la fecha señalada. Efectivamente, una vez que vencieron a los cartagineses en la guerra antedicha, pensaron los romanos que con ello habían realizado la parte mayor y más importante de la tarea conducente al dominio del universo; fue entonces y a raíz de aquello cuando, con ánimo por primera vez para tender sus manos hacia el resto del mundo, navegaron en son de guerra a Grecia y los países de Asia. Polibio. Historia de Roma.
XIV. La Historia universal, entendida según la dialéctica de los grandes Imperios universales, nos sitúa en el problema político de definir, en el presente, las grandes plataformas que, bien sea de manera implícita, bien sea de manera explícita, mantienen una vigencia y una operatividad socio-cultural (religiosa, lingüística) determinada en el contexto de organización geopolítica del mundo. Aquí encaja el problema filosófico de México en la historia universal, que es la escala adecuada para comprender, en toda la magnitud de su despliegue e implicación, el problema entre México, América y España.
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