Filosofía Historia

Historia Contemporánea. Primera contribución.

 

Sobre la historia y la Historia. Cuestiones generales. Desde un punto de vista etimológico, el término historia proviene del griego ἱστορία, traducible por “investigación” o “información”, del verbo ἱστορεῖν (istorein, “investigar”). En su traducción latina se acuña el término que llega hasta nosotros, habiendo pasado por el castellano antiguo como estoria (como se puede observar, por ejemplo, en la Estoria de España de Alfonso X El Sabio, del siglo XIII).

A su vez, ἱστορία se deriva de ἵστωρ (léase jístōr, o istor: véase, p. ej., la revista Istor. Revista de historia internacional, del CIDE, www.istor.cide.edu), traducible por “hombre sabio”, “testigo” o “juez”. Se trata, en efecto, de la figura que poco a poco, en el contexto mediterráneo griego, persa, judío y romano de la antigüedad, fue determinando su perfil en tanto que hombre sabio que recoge el testimonio de acontecimientos fundamentales:

‘Cada historiador griego se preocupa por la importancia cualitativa de lo que va a decir. Su tarea es preservar la memoria de importantes eventos pasados y presentarlos en una manera confiable y atractiva. El historiador griego casi invariablemente piensa que los eventos pasados que cuenta tienen alguna relevancia para el futuro. Los eventos no serían importantes si no enseñaran algo a quienes leen sobre ellos. La historia proveerá un ejemplo, constituirá una advertencia, apuntará hacia alguna posible pauta de desarrollos futuros en los asuntos humanos.’ Arnaldo Momigliano, The Classical Foundations of Modern Historiography (University of California Press, 1992). Véase ‘Arnaldo Momigliano: los fundamentos clásicos de la historiografía moderna’,  Ismael Carvallo, El Catoblepas, 123, mayo 2012.

Desde el punto de vista gnoseológico, y siendo conscientes de que la Historia como disciplina suele ser concebida como la “ciencia del pasado”, hay que decir que, desde las coordenadas de la teoría del cierre categorial del materialismo filosófico -desestimando con ello la concepción habitual antedicha por ambigua e imprecisa (¿qué es el pasado en todo caso?, ¿desde cuándo comienza a serlo respecto de un “presente” determinado?)-, se considera más bien que la Historia es una disciplina vinculada con el estudio de las reliquias y relatos dejados por sujetos humanos pretéritos, haciendo residir su clave metodológica en la reconstrucción de círculos de encadenamientos causales a partir de los cuales se explican los procesos pretéritos de referencia (la Revolución mexicana, la Guerra Civil norteamericana, la historia de la Química, las Guerras Púnicas o la historia de la literatura francesa), situando la cuestión tanto de la Historia como disciplina (con mayúscula: como rerum gestarum) como de la historia como acontecimiento (con minúscula: como res gestae) en una tesitura eminentemente polémica y, por tanto, política en el sentido más amplio del término, es decir, en el sentido de que es imposible la indagación o investigación histórica desde un nivel de premisas cero o desde ninguna parte o en el vacío. Dicho de otra manera, tanto la historia (res gestae) como su registro e interpretación (Historia, rerum gestarum) es un campo de batalla abierto de manera permanente:

‘El proceso histórico no es una pura discontinuidad valorable por ello sólo desde el presente. Es una unidad en el tiempo, una cadena de acontecimientos donde cada presente contiene «depurado» y «criticado» todo el pasado. Si no existiese esta continuidad dialéctica no tendría sentido el devenir histórico, no podríamos concebir una labor de recuperación del pasado y de proyección hacia el futuro, una política de transformación revolucionaria. Sería el reinado del arbitrio, de la libertad absoluta y no de un telos. Sin embargo, el sentido de un acontecimiento o de un nudo histórico no puede ser caracterizado de una vez para siempre, pues la sociedad en su proceso de cambio no está sujeta a una regularidad «natural», inexorable, al margen de la acción de los hombres. Cada etapa del desarrollo social abre en su proceso de cambio un complejo de posibilidades que no es ilimitado pero sí lo suficientemente amplio como para ofrecer un vasto campo de operaciones para la aplicación de la libertad humana concreta. Cuáles de esas posibilidades ínsitas en la sociedad serán realizadas o, en cierto sentido, «conservadas» en la nueva realidad es, ante todo, una cuestión de «política» práctica. El sentido de cada acontecimiento es permanentemente reelaborado en forma progresiva por el movimiento histórico, quien, al transformar las posibilidades de desarrollo en realidades concretas, va mostrando al mismo tiempo qué fuerzas y tendencias existían en las pasadas estructuras. Y como ese movimiento no concluye jamás, no podemos tampoco otorgar un sentido definitivo a cada acto de la historia.’ José Aricó, ‘Pasado y Presente. Revista trimestral de ideología y cultura’, Córdoba, Argentina, abril-junio, 1963.

La Historia con mayúscula (o historiografía) es entonces el estudio de reliquias y relatos en el sentido dicho, es rerum gestarum. La historia con minúscula es el acaecimiento de los hechos mismos, es decir, res gestae. Acaso podamos afirmar que se trata de una forma determinada de conocimiento destacable de otras más, como por ejemplo lo fueron la épica, la tragedia o la filosofía en el mundo antiguo, que es el sentido general desde el que Francois Chatelet intenta dar cuenta de El nacimiento de la historia. La formación del pensamiento historiador en Grecia, cuando nos dice que:

‘Desde esta perspectiva, el solo hecho de relatar los acontecimientos haciendo comprensible su consecución o descubriendo la personalidad de los hombres que por sus decisiones los han suscitado, constituye una tentativa por suprimir el misterio, situar lo excepcional en su marco y, finalmente, reducir las cosas a la proporción humana. La desgracia, por el mero hecho de ser explicada, bien por motivaciones y circunstancias, bien –lo que no es exclusivo todavía- por referencia a cualquier realidad exterior al devenir, pero que actúa a través de él, pierde su carácter absurdo y gratuito: tal familia ateniense, que ha sufrido en la lucha contra los bárbaros encuentra una compensación no sólo en oír celebrar las hazañas de la ciudad, sino en comprender por qué estas hazañas se han hecho necesarias. Parece que haya en ello un fenómeno análogo a aquél que determina al sentido común popular a repasar minuciosamente las circunstancias de un accidente como para conjurar su carácter inesperado y temible. Desde ese momento se comprende el exorcismo que aporta el relato histórico: éste es a su vez asunción de hecho –no necesariamente reconocida de derecho- de la dimensión temporal del drama humano y esfuerzo teórico para aprehender su inteligibilidad asegurando una comprensión del pasado que esclarece el presente y anuncia el futuro. El hombre arcaico encontraba su verdad en un universo atemporal; el hombre de la historia, de aquí en adelante, va a tratar de comprenderse mejor interrogando también a su devenir sensible-profano. Con frecuencia no llegará a reconocerse sino en un más allá de este devenir; pero ello será gracias a la historia y no a pesar de ella; será con el propósito de dominarla, no de huir de ella’. Francois Chatelet, El nacimiento de la historia (Siglo XXI, México, 2008)

Pero además de ser una disciplina, la Historia es también una idea; una idea que, por tanto, es susceptible de ser interpretada a escala filosófica, para lo cual es imprescindible situarse desde alguna perspectiva de aproximación, entrando con ello al terreno o dominio de la filosofía de la historia.

Desde la perspectiva del materialismo filosófico, se rechaza la concepción sustancialista de la Historia cuando se entiende como “Historia del Género Humano”. La Historia General del Hombre o de la Humanidad es un imposible, porque imposible es encontrar una perspectiva omniabarcadora u omnicomprensible, que todo lo observe y todo lo juzgue y todo lo entienda. Lo que ha habido siempre es la confluencia permanente de líneas de desarrollo histórico desiguales, que unas veces se cruzan y otras también, pero otras veces no, haciendo entonces imposible, como decimos, una Historia Total. Lo que hay son historias concretas de algo, circunscritas siempre a una parcela o dominio determinado: historia de la literatura latina, historia de la imprenta en México, historia del virreinato de la Plata, historia de la economía, historia del jazz o historia de la ciencia soviética.

‘Pero la idea de una Historia total, sólo como idea límite (propiamente negativa, “Historia no parcial”) podría mantenerse, puesto que esta idea es contradictoria y ello en virtud de la propia naturaleza de la historia efectiva, en cuanto totalidad infecta. Lo que significa, por contraposición, que si hay una Historia científica efectiva ésta no podría definirse, salvo intencionalmente, como Historia total. Según esto, las oposiciones tradicionales entre Historia política (Dietrich Schäffer, German Oncken) e Historia de la cultura (K. Lanprecht, Walter Goetz), o bien, la oposición entre una Historia externa y una Historia interna (“la civilización consiste en dos hechos principales: en el desarrollo de la sociedad humana y en el mismo hombre, eso es, por una parte en el desarrollo político y social, y por otra, en el interior, moral”), o, acaso, entre una Historia descriptiva (Historia relato, etc.) y una Historia social, cultural, etc., habría que contemplarlas, no como oposiciones, por decirlo así, coyunturales, vinculadas a un estado todavía inmaduro de la investigación científica, cuanto como oposiciones sistemáticas, estructurales.’ Gustavo Bueno, El individuo en la historia (Universidad de Oviedo, Oviedo, 1980).

Aparejado al problema de la Historia Universal, se encuentra también un doble problema, que es el del sentido de la historia y su par dialéctico: la idea del progreso en la historia.

De manera muy esquemática, hay dos grandes perspectivas para interpretar el sentido de la historia dentro de nuestra tradición: la perspectiva griega, para la cual la historia es cíclica, repetitiva, y por tanto trágica; y la perspectiva cristiana, para la cual la historia es progresiva, porque va de la caída del hombre a su salvación. La historia humana es entonces la historia de la salvación del hombre. La esperanza y la idea de futuro como horizonte abierto a la acción humana es una creación de manufactura cristiana (véase, entre otros, Historia del mundo y salvación. Los presupuestos teológicos de la filosofía de la historia, de Karl Löwith, Katz, Buenos Aires, 2007).

En todo caso, una filosofía de la historia materialista, y no metafísica, se define en función de la crítica tanto a la idea de sentido como a la idea de progreso en la historia, haciendo radicar la clave de su fundamento en la capacidad gnoseológica para interpretar la mecánica de articulación interna de los diversos planos de relaciones sociales (morales, productivas, teológico-filosóficas, sociológicas, antropológicas) de una sociedad política determinada, de modo tal que, a la luz de tal interpretación, nos sea posible advertir la concatenación procesual que termina dibujando una plataforma donde se perfila una idea de hombre determinada, enfrentada con ideas alternativas.

La Historia Universal es entonces, en definitiva, una perspectiva funcional cuando se entiende no ya como una Historia total, o de la Humanidad o del Género Humano en el sentido dicho (el Género Humano no puede ser sujeto de sí mismo, para “pensarse a sí mismo históricamente”), sino como el acometido mediante el cual se intenta reorganizar o reinterpretar a la totalidad en cuestión (la humanidad) desde una de sus partes (un Estado, como lo puede ser la Unión Soviética, el Imperio Inglés o el Imperio Español, o la Iglesia).

O de otro modo: no existe La Humanidad, existe un número determinado de sujetos individuales (6 mil millones, 7 mil millones en la actualidad) organizados en grandes plataformas culturales, lingüísticas y geopolíticas (la plataforma china, la plataforma islámica, la plataforma hispanoparlante, por ejemplo), y es sólo desde la confrontación entre unas y otras como es posible llegar a entender, dialécticamente, una historia general del mundo.

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