Ismael Carvallo Robledo
[«Probablemente Cuba aportó a la historia las últimas tropas de liberación de los pueblos. Y, sin ambages, esa se la debemos a Fidel». Norberto Fuentes.]
Lo peor es ser el tonto útil. De unos o de otros. Lograr no serlo, en casos como este, es faena peliaguda, porque hay que tomar partido, y definirse. Se trata de la postura frente a una revolución, que junto con la guerra es la forma de manifestación de la política más intensa, desgarradora y trágica que a los hombres se les ha ofrecido. Además, por si esto fuera poco, ocurre que la posición que tomes con respecto a una revolución en particular la tienes que hacer extensiva, por consistencia metodológica, a todas las demás en general. Y entonces todo se complica, porque la brocha gorda no es opción.
Y es que es sólo a través de la revolución, o de la guerra, que es como decir de la tragedia -esta es la cuestión-, como se ingresa en la historia. Lo demás es música celestial, que no es ciertamente aquello por lo cual Churchill, Bolívar, Stalin, Hitler, Roosevelt, Carranza o Napoleón, o Fidel Castro, están en la historia. Y a ver quién es el que me viene a decir ahora que unos sí y otros no. Que los buenos sí y los malos no. O que de eso no se trata.
Porque todos están, y por la misma razón: porque hicieron de la guerra, en un sentido u otro, la expresión más alta de la política. El corruptillo pusilánime que se compra una casa en Miami o catorce colecciones completas de Ferragamo en una tarde y al contado y cada semana, luego de haber sido diputado o presidente, no pasa a la historia. Un general de división en combate, un soldado insurrecto que intenta un golpe de Estado para luego ser electo presidente de su país o un jefe de guerrilla que toma el poder político con las armas, bajando de la sierra, sí. Hace unas semanas, el presidente del país más poderoso del planeta visitó a uno de estos hombres, que no pudieron derrocar ni por vía de golpe inducido ni por vía de “transición democrática” inducida. Es un dato objetivo. Nadie lo puede negar. Y quedará en actas.
Pero no se trata de ser un tonto útil, lo tengo dicho. Para nadie es noticia que la economía cubana lleva años agonizando, y que caída la Unión Soviética el socialismo como formación económico-política encontró su fin y el de su función histórica, que no fue menor, y habrá que estudiar, pues atenazó la dialéctica geopolítica del siglo XX con resultados que fueron malos (disuadió la participación política interna, asfixió el proceso económico-productivo general a través de su absoluta nacionalización y burocratización), pero que también fueron buenos, como la independencia de Angola y la de Sudáfrica, incomprensibles sin el apoyo del régimen de la revolución cubana (nadie lo dijo cuando murió, pero el gran amigo, eterno, de Mandela, se llama Fidel Castro), por no mencionar el hecho de que, en Rusia, la revolución industrial fue llevado a cabo por vía soviética, y en pocos años Stalin construyó la potencia económico-militar que derrotó a Hitler.
Cuando visité La Habana fue lo primero que temí. Ser el tonto útil de unos o de otros. Por eso procuré, y procuro, cuando trato este tema tan apasionante, ser solemne, mantener la equidistancia y respetar todas las partes, dentro y fuera de la isla.
Y es que Cuba y su revolución a nadie pueden dejar indiferente. Como hispanoamericano es imposible –o así lo es por lo menos para mí- no sentir respeto por lo que Cuba representa, para nosotros y para la historia, y para el siglo XX, y para bien y para mal. Yo he pensado siempre que un mexicano con un poco de perspectiva histórica, de consciencia nacional y de respeto por sí mismo no puede permitirse ver temblando sus rodillas ante un régimen y un proceso revolucionario como el cubano, si nuestro Estado y nuestra nación política son el fruto, también, de una revolución, y el General Cárdenas estuvo al lado, siempre, de Fidel. Despachar esto así nomás y porque sí no es cosa fácil, salvo que seas un idiota (del griego idiotes: que se ocupa solamente de sus intereses privados).
Pero esto se acabó señores. La visita de Obama, sin duda, ha sido histórica. Inicia una nueva fase. La clave está en saber los matices, y las coordenadas de la nueva ecuación política en la que quedará encriptada la dialéctica del poder. Norberto Fuentes ha dicho que “garantizada la estabilidad de los vínculos internacionales gracias al restablecimiento de las relaciones con los Estados Unidos, Raúl podrá concentrar todas sus energías en allanarle el terreno a la nueva generación de gobernantes cubanos, esto es, y dicho de manera más tajante, lograr el tránsito hacia el capitalismo. ¿Quizá lo haya expresado brutalmente? Si les complace, llámenle neocapitalismo, economía de mercado o una nueva modalidad muy ingeniosa ella del socialismo a la cubana”.
Al afirmar que se le allanará el terreno a una nueva generación de gobernantes, lo que nos dice Fuentes es que el control del proceso político quedará en manos del régimen y del Partido Comunista de Cuba, lo que significa, entre otras cosas, que más que un Gorbachov, ante sí tiene Raúl Castro la posibilidad de ser un Deng Xiaoping.
Son dos formas de pasar a la historia. Y siempre puede haber una tercera, o una cuarta. Habrá que ver.
Viernes 8 de abril. Diario Presente. Villahermosa, Tabasco.
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