Así eran los distintos miembros de esta familia cuando Eugene los conoció: cada uno tenía su personalidad; cada uno estaba marcado por una fuerte individualidad y una independencia de espíritu que hablaba de sus vidas de combate, de lucha y esfuerzo en las calles de la ciudad; y sin embargo, a pesar de estar indeleblemente marcados, cicatrizados y endurecidos por la vida, ninguno se había embrutecido por ella. Más adelante, Eugene, pensando en aquella gente, reconocería en ellos una cualidad extraordinaria. Era la siguiente: los componentes de esa pobre familia judía del East End –hijos de un zapatero inmigrante y de una judía ortodoxa, que había tenido que abrirse camino por sus propios medios y esforzarse rudamente, llegando a ser algunos comerciantes o mecánicos vulgares, sin pulimento ni instrucción, otros prósperos dibujantes o modistas, otros talentosos músicos o estudiantes de ciencias, de extraordinaria inteligencia y habilidad-, todos, hasta el menos instruido, parecían profesar un respeto y un interés completamente natural por el arte y el saber.
Thomas Wolfe. Del tiempo y el río.
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