Filosofía política

Calamaro ya no es progre

Ismael Carvallo Robledo

Porque quiere a José Tomás en Barcelona, Calamaro ya no es progre.

Como lo oyen, o leen. Andrés Calamaro ya no es progre. Y no lo digo yo. Lo dijo él mismo, ni más ni menos, hace ya más o menos cinco años. Ya se sabe lo que pienso de los progres. Pero Andrés Calamaro decidió dejar de serlo. ¿Por qué? Atiendan: porque defiende las corridas de toros en España. Y contra el viento pánfilo de la progresía española y argentina -y supongo que la de todos lados-, que están, desde luego, contra ellas, Calamaro dijo no. Lo tiene todo claro.

Y por cierto que sólo hasta entonces supe de él. Porque lo mío, musicalmente hablando, es el jazz: Bill Evans, Miles Davis, Wayne Shorter, Coltrane y Enrique Nery, mi maestro, además de Piazzolla, claro, que es un universo aparte y de lo más grande que Hispanoamérica ha dado al mundo en lo que a la música moderna concierne. De hecho creo -si me apuran- que nunca he escuchado una melodía completa de Calamaro. Pero al haber hecho lo que hizo puso de su lado al instante mi simpatía. Sé que Sabina piensa igual.

Entiendo que tiene, Calamaro, seguidores, y que es por tanto, y con esto entramos de lleno en materia, un artista famoso, es decir, un artista con fama de notoriedad. Pero imagino que, harto como yo de esa dictadura boba y casi siempre cursi por “sensible y humana y ética” a lo Bambi de la corrección política: la de los derechos humanos para todos y todas, la de la no violencia para todos y todas, y la de la defensa de la madre tierra y de los animales y los insectos, y el aire y los delfines, y los árboles y las mariposas, y los orangutanes, y las flores y los perros, y la de los arcoíris, las ballenas y los toros, temas todos estos constitutivos, en efecto, de la agenda revolucionaria de los progresistas de hoy en día con la que derribarán al imperialismo, al Estado Islámico y a los violentos de todo el mundo; harto de todo esto decidió Calamaro dar entonces el paso, decimos -porque lo suponemos-, para declarar ante las cámaras de televisión española que dejaba en ese instante de ser un progre.

No he profundizado en la afición particular de Calamaro por la tauromaquia, en la que en todo caso coincido con él sin ser ni especialista ni mucho menos. En mi caso es solamente una fascinación única que me produce esa ceremonia cuasi religiosa que es también única en el mundo al estar organizada en torno de la muerte -segura, salvo indulto, para el toro, probable para el torero-, y porque Hemingway logró transmitirme, íntegra y poderosa, su pasión por esa poesía de España, según la afirmación certera, que dio en el blanco, de Sharon Stone.

Es algo que miro a distancia cada vez que puedo, con la solemnidad de quien contempla una batalla que refracta, entera, y con qué fuerza, la vida, y en la que se funden valentía, belleza, garbo, estrategia y elegancia en una combinación sorprendente, por asimétrica, entre fuerza y fragilidad, porque ningún torero es musculoso, pero sí valiente: observen, si no, la estampa de Enrique Ponce o de Sebastián Castella, que parecen sacados del Ballet de Berlín.

Ahora imaginen a un linebacker de los Vaqueros de Dallas frente a un toro de lidia, a solas en el ruedo, y acaso lleguen a coincidir conmigo sobre el hecho de que la comicidad producida sería difícil de superar, quizá, en todo un siglo y ni por Cantinflas. ¿Se lo imaginan corriendo aterrado delante del toro? Yo también. Ahora busquen en internet una corrida de José Tomás, que no se mueve -cual estoico centurión romano en espera del inicio de la batalla en la que irá a perder la vida- frente a un animal de casi media tonelada, y me entenderán.

Pero la cosa tiene, además, bemoles de índole política, y desconozco si la toma de partido de Calamaro se inscribe también en esa dialéctica. Habría que ver. El enfermizo separatismo catalán, insignificante histórica y geopolíticamente frente a los más de cuatrocientos millones de hispanohablantes que estamos en América y España, instrumentaliza el rechazo ingenuo de animalistas y ecologistas, es decir, el rechazo de los progres contra los toros pero para apuntalar su estrategia política secesionista mediante la negación global de todo cuanto tenga que ver con España y su herencia, ya sea lingüística, económica, histórico-política o, como es el caso, ¿ya me entienden?, cultural.

Pero Calamaro se cansó y dijo basta. Y en el programa en cuestión, confesando primero su vergüenza producida por el hecho de que otro argentino como él –un progre, obvio- haya tenido la desfachatez de hacer el papelón de organizar un manifiesto para abolir lo que él llamó la tradición noble de mirar a los ojos a la eternidad, al arte y a la muerte, y que fue pintada por Goya y por Picasso, sacó luego de su bolsa un papelito para decir que renunciaba, con solemnidad, a su estatus de progre. Porque Calamaro quiere corridas de toros en Cataluña, y a José Tomás en Barcelona, sí señor.

Ocurre entonces que es él de la clase de artistas famosos que yo no conocía, pero que al hacerlo, lejos de haberme irritado, como suele ocurrir según dije aquí la semana pasada, se ganó al instante mi simpatía. Es un hombre sensato Calamaro, con la sutileza intelectual suficiente como para darse cuenta, como Aristóteles, y Hemingway, de que una muerte en batalla es también una muerte bella, como en las corridas de toros. Desde que supe que las defendió, procuro seguirle la pista. Porque Calamaro, está claro, y él mismo lo dijo, ¿recuerdan?, ya no es progre.

Viernes 11 de marzo. Diario Presente. Villahermosa, Tabasco.

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