Ismael Carvallo Robledo

Es de aquéllos ante quienes es imposible quedar indiferente. Y tanto más cuanto que anda de campaña. Para algunos es esto ya, de suyo, un triunfo publicitario, pues aunque se hable mal de ti es de ti, y no de otro, aquél de quien al final de cuentas se termina hablando. Y es que hasta el Papa se metió ya con él, y la publicidad, aunque mala, no deja de ser publicidad, según escuché decir alguna vez a un publicista de no recuerdo bien qué procedencia.

Se llama Donald Trump y es originario de Queens, Nueva York. Tiene 69 años de edad y es presbiteriano. Para el caso de México me hace pensar en Vicente Fox, o en el actual gobernador de Nuevo León, Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”. Los tres, en su momento, han querido presentarse como desparpajada encarnación de la anti-política, como los políticos “no políticos” o apartidistas, como los independientes que provienen con éxito manifiesto y comprobado del mundo empresarial.

Esto es muy importante: el mundo empresarial y su ideología. El correspondiente hartazgo o incredulidad ciudadana frente a políticos tradicionales, partidos, sindicatos y burocracias gubernamentales -instituciones vertebrales de todo sistema político que operan, para bien o para mal, como medios de canalización y estabilización de intereses legales y no legales según una lógica de poder y corrupción fiscal- hace que su crecimiento adquiera las cualidades de la levadura. El problema empieza cuando llegan a la cima, porque entonces el choque con las estructuras criticadas es abierto y frontal. Berlusconi, otro empresario exitosísimo, es en Italia también otro caso de emblemática estampa.

Una de las grandes influencias de Trump es Norman Vincent Peale, pastor protestante y autor del libro de autoayuda -y aquí venimos al caso- El Poder del Pensamiento Positivo y de la correspondiente teoría, que suponemos fue (¿o es, será?) de vigoroso predicamento en el mundo empresarial, precisamente, detalle que para los efectos nos hace recordar a Josefina Vázquez Mota, autora de otro libro de autoayuda a lo Miguel Ángel Cornejo de no menos fácil y pegajoso nombre: Dios mío, hazme viuda por favor. Un antecedente autoral e intelectual como éste dificulta mucho ciertamente conceptuar el hecho -sorprendente por partida doble- de que, además de haber sido candidata presidencial haya sido antes, también, Secretaria de Educación. Pero así fue, como bien sabemos.

Algo está pasando, algo verdaderamente triste está pasando con nuestras sociedades – aunque Tocqueville haya dicho que de esto se trataba en realidad la democracia- que hace que a diferencia de los tiempos en que Vasconcelos escribiera sobre filosofía o que mandara a editar a los clásicos en formato económico, de que Togliatti, al tiempo de comandar al Partido Comunista Italiano leyera a Horacio o preparara la edición de los Cuadernos de la cárcel de Gramsci, de que Trotsky, creador del Ejército Rojo, redactara unas memorias con una prosa fulminante y bella y que destilan heroísmo y grandeza aquilea en cada párrafo, o de que Reyes Heroles, al tiempo de ser Secretario de Gobernación escribiera sobre la historia del liberalismo mexicano y de que Azaña, por otro lado, al tiempo de presidir el Gobierno de España presidiera también el Ateneo o de que Churchill, en fin, en medio de su vida novelesca redactara la biografía de su padre o la historia de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales con calidad literaria propia de la colección de La Pléiade de Gallimard, tenemos que soportar ahora a políticos y dirigentes de nivel ideológico de curso de “life coaching” y formados en lecturas del calibre de El Poder del Pensamiento Positivo, Dios mío, hazme viuda por favor, Padre rico, Padre pobre o Queremos que seas rico: dos hombres, un mensaje, escrito, precisamente -ésta es la cuestión-, por Donald Trump en coautoría con Robert Kiyosaki.

Y vaya que es rico, como es evidente para todos. Su fortuna se calcula en varios miles de millones de dólares y quiere ser también, claro, presidente de los Estados Unidos. Donald Trump quiere ser presidente de Estados Unidos. Y uno de sus principales enemigos, además de progres y demócratas en su país y en todo el mundo, es México, que no pierde ocasión para atacar. Por eso es imposible que nos sea indiferente. ¿Por qué?

Porque Donald Trump es para nosotros un espejo, un espejo incómodo, que nos está devolviendo a todos, en su desprecio, el autodesprecio o el complejo de inferioridad que determina la vida de muchos mexicanos consciente o inconscientemente. Es el espejo de nuestras contradicciones y de nuestras miserias nacionales. Porque miserable es la condición, sistemática y estructural, que a muchos obliga a cruzar el Río Bravo para entrar ilegalmente a Texas o Arizona para lavar platos o vender droga y mantener, con sus remesas, contradictoriamente, al país, así como miserable y contradictorio es también el complejo de inferioridad del pequeño burgués o petimetre que quiere que sus hijos nazcan en Estados Unidos para que sean norteamericanos sin vivir ahí, para lo cual cruzan, legal pero cínicamente, y en avión casi siempre, el Río Bravo.

Es una miseria doble porque Trump, y los que lo siguen y votan, desprecian precisamente algo que no sabemos muy bien cómo defender o negar o justificar. Por eso Trump es un espejo incómodo ante el cual, ya lo vemos, sí, es imposible quedar indiferente.

Viernes 26 de febrero, 2016. Diario Presente, Villahermosa, Tabasco.

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