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Sobre la derecha política.

I

Por coherencia y continuidad con nuestras dos entregas anteriores sobre la izquierda política, es necesario hablar ahora sobre su contrafigura. Se destaca de entrada, de manera sintomática, que quienes se consideran “de izquierda” no suelen tener rubor alguno para decirlo a los cuatro vientos, no siendo el caso de quienes están del otro lado: a nadie le gusta autodefinirse como “de derecha”, optando mejor por substitutos a su juicio de mejor prestigio, definiéndose entonces o como “liberales” o como “de centro”.

En todo caso, si de la izquierda se puede hablar solamente a partir de la revolución francesa en adelante, lo mismo ocurre con la ‘derecha política’, que es, literalmente, la reacción o repliegue que tiene lugar desde las instituciones del Antiguo Régimen (la monarquía y la Iglesia) contra los ataques que, por vía revolucionaria, se acometen desde las distintas generaciones de izquierda para la concepción del Estado por cuanto a su estructura, su contenido y su funcionamiento. Esto significa que no hay una sola derecha, hay varias, según la reacción que se produce en función de las distintas generaciones de la izquierda.

Siguiendo la misma metodología de análisis, distinguimos dos planos: el dogmático o teórico y el histórico-político. En el plano teórico, por ‘derecha’ se entiende entonces una tendencia política contraria e incompatible con los postulados definitorios de la izquierda política, aplicable, por tanto, a todas aquellas corrientes e idearios que apelan a unos principios revelados a los que sólo pueden acceder unos individuos o grupos privilegiados (soberanía dinástica o de origen divino frente a la soberanía popular de la izquierda), o bien que fundan sus planes y programas en función de particularismos (frente al universalismo de la izquierda), como pueden ser los particularismos de raza o étnicos o de clase, que excluyen a sectores de la sociedad, ya sea para marginarlos, explotarlos o, en el peor de los casos, para eliminarlos.

En el plano histórico-político, la ‘derecha’ se configura como tal sólo cuando, para decirlo de algún modo, el Antiguo Régimen es atacado por la revolución (francesa, que es el punto de partida). Distinguimos dos clases de ‘derecha política’: la derecha alineada con las posiciones o herencia del Antiguo Régimen, y la derecha no alineada con el Antiguo Régimen.

La derecha alineada se desdobla en tres generaciones: una ‘derecha primaria’ o ‘monárquico-absolutista’ o ‘realista’, que reacciona o se repliega fundamentalmente contra la izquierda de primera generación (la izquierda radical y jacobina) y la de tercera generación (la izquierda anarquista). Es una corriente política que busca la restauración del Antiguo Régimen como tal (la monarquía absolutista), fundando sus derechos en la idea de legitimidad dinástica frente al carácter a su juicio espurio de la soberanía popular de las asambleas nacionales y republicanas.

La segunda generación es la de la ‘derecha liberal’, que se corresponde directamente -confundiéndose quizá- con la segunda generación de la izquierda. Son los liberales monárquico-constitucionales, enfrentados ya con los realistas legitimistas. Sería una derecha monárquica, sí, pero constitucional o moderada, no absolutista, representada por una burguesía liberal e incipiente, acaso masónica, ilustrada quizá, afrancesada en todo caso, como Goya, que antagoniza con la nobleza feudal. Esta presunta sintonía ideológica liberal, en donde podrían coincidir la izquierda y la derecha (liberales) se rompe de tajo con la organización del movimiento obrero y con la obra fundamental de Carlos Marx -redactor, junto con Federico Engels, del Manifiesto del Partido Comunista de 1848- y con la eventual emergencia de la opción socialista desde la izquierda.

La tercera generación es la ‘derecha socialista’, precisamente, que se enfrenta ya, sobre todo, a la izquierda socialista (cuarta generación) y a la comunista (quinta generación). Se trata de la tendencia ideológico-política que a partir de la encíclica ‘Rerum novarum’ de León XIII, de 1891, que es la primera “encíclica social” de la Iglesia católica, se plantea el problema obrero, el problema social y el problema de la explotación capitalista, convirtiéndose en el torrente sanguíneo del socialismo cristiano y de la democracia cristiana que recorrerían todo el siglo XX como opciones estratégicas que, desde la plataforma del catolicismo político, se presentan como alternativas a los nacionalismos revolucionarios, al comunismo soviético y, hoy en día, a los populismos.

Las derechas no alineadas son aquéllas que no recogen directamente la tradición del Antiguo Régimen, sino que se basan en otros principios e idearios, como es el caso del nazismo alemán (que rechaza  en bloque la tradición judeo-cristiana) y el fascismo  italiano (que reinterpreta, a su modo, la herencia del imperio romano). El islam político puede ser considerado también como acabada expresión de una derecha no alineada.

II

salinas y el pan

[Carlos Salinas de Gortari, del PRI, flanqueado, a su izquierda, por Luis H. Álvarez y Diego Fernández de Cevallos, del PAN.]

Concluimos nuestro análisis de la derecha política, completando el cuadro con unas palabras sobre su desarrollo en México.

Tal como quedó expuesto en nuestra entrega anterior, las corrientes de derecha política son reacciones que se activan desde las instituciones del Antiguo Régimen en función de los ataques provenientes de las –a su vez- distintas generaciones de izquierda, que, en nuestro cómputo, son cuatro: la izquierda de la revolución liberal (que abarca, de alguna manera, la Independencia y la Reforma), la izquierda de la revolución social o nacional popular (que se condensa en la Revolución mexicana), la izquierda de la revolución socialista y la izquierda de la revolución democrática.

La primera generación de ‘derecha política’ en México es por tanto la reacción realista, que intenta detener el avance insurgente, que, sobre todo con Morelos y el Congreso de Chilpancingo de 1813, sienta las bases de la nación política mexicana. Esta derecha estaría representada por Félix María Calleja, segundo Jefe Político Superior de Nueva España y, tras la restauración absolutista, su virrey número sesenta (de 1814 a 1816).

La complejidad del proceso insurgente hace difícil encontrar los cortes claros entre unas corrientes y otras, lo que nos sirve para apuntalar la tesis de que la política no se agota en la dicotomía izquierda-derecha. Es una complejidad que se manifiesta con toda rotundidad en el hecho de que quien consuma la Independencia, el 27 de septiembre de 1821, haya sido alguien que peleó toda su vida en el bando realista: Agustín de Iturbide, que precipita el pacto con Vicente Guerrero al saber que, en España, estaba por reestablecerse, durante el trienio liberal, la Constitución de Cádiz (segunda generación mundial de la izquierda: la liberal). Iturbide no deseaba un retorno del liberalismo para el “México” en gestación, lo que significa que, nos guste o no, la independencia de México fue una independencia conservadora. La incomodidad que esto representa es lo que está detrás del hecho –único en Hispanoamérica- de que no se festeje entre los mexicanos la consumación de la independencia (el 27 de septiembre citado), que sería lo lógico, sino su supuesto inicio (el 16 de septiembre de 1810), que es más simbólico que efectivo (si digo supuesto es porque nada, en esa noche de septiembre de 1810, estaba claro para Hidalgo, tan es así que su proclama fue ni más ni menos que un ¡viva! por Fernando VII).

La segunda generación de la derecha mexicana es una prolongación orgánica de la primera, que encuentra en el Partido Conservador, fundado alrededor de 1849, su expresión más acabada. El líder indiscutible de esta corriente fue el -por otro lado- genial estadista, diplomático e historiador don Lucas Alamán. Su enfrentamiento con la izquierda de la revolución liberal es lo que determina la guerra de Reforma.

La tercera generación de la derecha mexicana quedaría configurada por la alianza de la burguesía que, durante el porfiriato, se estableció con el control del sistema de acumulación capitalista-imperialista y que se beneficiaba del orden político articulado en torno de la figura de Díaz. Esta generación es la reacción a la revolución mexicana, sobre todo en su expresión cardenista-lombardista, que encontraría tanto en el sinarquismo como en el Partido Acción Nacional sus manifestaciones más evidentes. Es la derecha anti-cardenista que se aglutina en 1939 alrededor del PAN y que durante la década de los 40 del siglo XX impulsó instituciones educativas como el Tecnológico de Monterrey (ITESM) y el ITAM, creaciones genuinas del anticardenismo. Esta corriente convive con el régimen del PRI nacionalista, hasta que colapsa su pacto con la nacionalización de la banca en 1982 por el presidente López Portillo, que no por nada se autodenominó, en sus memorias, como el ‘último presidente de la Revolución mexicana’.

La ruptura entre el nacionalismo revolucionario (segunda generación de la izquierda mexicana) y el capitalismo nacional, representado por los banqueros, produjo un reacomodo de los bloques políticos en una dialéctica que terminó poniendo de un lado a la izquierda de la revolución democrática, a partir de 1988, y del otro a una reagrupación de intereses estratégicos constitutivos de una cuarta generación de la ‘derecha política’, que podríamos denominar como ‘derecha neoliberal’, en donde el PRI abandona su herencia nacionalista-revolucionaria y se alía tácticamente, hasta confundirse, con el PAN, dispuestos en una dirección a través de la que se han logrado modificar las bases doctrinarias de la Constitución mexicana de 1917, plasmación ideológica de la segunda generación de la izquierda. Esto es lo que explica la convergencia política que permitió las grandes reformas recientemente aprobadas, de indiscutible alcance histórico.

Diario Presente, Villahermosa, Tabasco. 

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