GAP Andrés Molina Enríquez

Horacio González, entre John Reed y León Trotsky

En estas últimas semanas y días, sobre todo a partir de la pausa laboral que se ha abierto hasta el próximo desembarco, le he estado dedicando un buen número de horas de lectura y estudio a Horacio González, pensador argentino de poderosa capacidad intelectual nacido en 1944 y fallecido recién en 2021.

Hace unos meses me llegó La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González (CLACSO, Buenos Aires, 2021), además de una variedad de entrevistas y cursos disponibles en internet que he estado viendo como el fascinante curso que estoy “tomando” (todo está en YouTube) sobre literatura y revolución bajo el título quijotesco de “Las armas y las letras”, grabado en siete lecciones allá por 2017 con motivo del centenario de la Revolución rusa.

No sabía nada de él en realidad hasta que hace varios meses, casi un año, vi un programa de debate argentino antiguo en el que conversaba con Juan José Sebreli sobre filosofía contemporánea, habiéndome llamado poderosamente la atención la sutileza terrenal con la que esgrimía su contrapunteo con Sebreli, además del dato que recordó y sobre el que tomé nota relativo a la controversia que en su momento hubo entre Sartre y Lévi-Strauss bajo los términos de que el debate político fundamental de nuestro tiempo tendría que darse o bien desde las coordenadas jacobinas establecidas a partir de la Revolución francesa, que suponía atenerse a los conceptos de la nación política, la dialéctica burgués-ciudadano, la libertad y la consciencia individual, la lucha de clases incorporada por Marx y el problema del Estado como figura determinante de lo político, que era la postura de Sartre (y la mía también por cierto), o bien desde las coordenadas muchísimo más dilatadas establecidas a partir de la definición de grandes estructuras civilizatorias y de patrones de configuración antropológica de mayor alcance y complejidad, que era la postura de Lévi-Strauss y también por cierto la del etnologismo, el indigenismo o el feminismo de nuestro presente.

Es notorio por lo demás, valga el comentario, la conexión e influencia tan directa, presente y persistente que tengo con –y ejercen sobre mí– pensadores e intelectuales argentinos no habiendo comparación posible con ningún referente mexicano excepción hecha de José Revueltas, José Vasconcelos y Alfonso Reyes (pero ningún contemporáneo en absoluto: ninguno), que es lo que ocurre por ejemplo con José Luis Romero, Jorge Abelardo Ramos, Arturo Jauretche, José Aricó u Horacio González, efectivamente, cuyo curso sobre literatura y revolución me hizo rescatar de mi larguísima lista de libros por leer o comenzados Mi vida de León Trotsky y Diez días que estremecieron al mundo de John Reed.

Para González, se trata de dos obras exquisitas que son en sí mismas un par de perlas sublimes de la más refinada literatura de rango universal, en las que, además de la belleza narrativa con las que fueron redactadas, ofrecen en sus páginas un par de retratos apasionados y fehacientes de los hechos fundamentales de la Revolución de Octubre, destacando notablemente además Horacio el hecho de que, de no haber sido Trotsky un “revolucionario profesional y permanente”, hubiera sido uno de los más destacados y aclamados hombres de letras del siglo XX, afirmación que suscribo punto por punto toda vez que Mi vida, que gracias a él he vuelto a comenzar, es un libro estremecedoramente bien escrito, lleno de pasión, inteligencia, agudeza, dialéctica y un pulso poético y literario extraordinario.

Procuraré leer de corrido ambos libros, el de Reed y el de Trotsky, en función de la guía del curso de Horacio González sobre “Las armas y las letras”, para pasar después a Literatura y revolución también de Trotsky.

De 2005 a 2015, Horacio González dirigió por cierto la Biblioteca Nacional argentina. En eso se pareció a Vasconcelos.