Sobre el libro Conversaciones con José Luis Romero, de Félix Luna (Debolsillo, Buenos Aires, 2007).
I
De José Luis Romero comencé a adquirir algunos libros de manera –vamos a decirlo así– enciclopédica, en el sentido de que mi interés en estudiar las grandes fases de la historia me llevaba a conseguir obras acomodadas según las correspondientes fases en cuestión (antigüedad clásica, edad media, época moderna, época contemporánea), de modo tal que fui poco a poco haciéndome de un acervo bibliográfico en historiografía más o menos consistente, con el ánimo de tener una visión panorámica, con el mayor control posible, del despliegue de la historia.
Obras como la de Armando Saitta se ajustaron puntualmente a este propósito que podríamos llamar también hegeliano, y recuerdo muy bien el espléndido cuadro general con el que me quedé luego de trabajarme a consciencia los cinco tomos que para los efectos editó el FCE en su colección de Breviarios, en donde Saitta ofrece sus correspondientes ‘Guía crítica de la historia y la historiografía’, y luego la de la historia antigua, la historia medieval, la historia moderna y la contemporánea. En ese esquema de trabajo fue que adquirí en su momento, sin haberme detenido demasiado en la catadura del autor, La Edad Media de José Luis Romero.
Todo esto en una primera fase de formación historiográfica. Una segunda fase estuvo centrada en la maduración de un interés muy particular por los Estudios clásicos, que se intercaló también con el desarrollo de mis estudios e investigaciones sobre el siglo XIX americano en el contexto de las guerras de independencia, activado por haber tenido la oportunidad de trabajar en la Comisión organizada desde el –en ese entonces– Gobierno del DF con motivo de la conmemoración del bicentenario de aquéllas gestas. Aquí aparecieron autores como Luciano Canfora, Arnaldo Momigliano, Ronald Syme o Moses Finley, por cuanto a los Estudios clásicos, y toda la formidable nómina de especialistas tanto en el proceso de revoluciones atlánticas (Hamnett, Breña, Lynch, Pérez Vejo, Estrada Michel, Francoise-Xavier Guerra) como, luego, los hispanistas (Elliot, Payne, Brading, Suárez). En algún momento apareció el nombre de Henri Pirenne, que se me reveló como un autor extraordinario que modificó de manera radical el azimut de mi interpretación histórica.
Luciano Canfora (1942) merece mención aparte. Él ha sido una referencia fundamental en el proceso de destilado de mi concepción histórica, sobre todo por la fascinante capacidad que tiene para situarse en una perspectiva de gran amplitud, multisecular, desde la cual interpreta el presente pero en función de analogías históricas reconstruidas sobre la base del mundo clásico. Formado en Historia en la Universidad de Pisa, es en la actualidad profesor de Clásicos en la de Bari. Antonio Gramsci y Arnaldo Momigliano aparte –y sobre el primero tiene escritas varias cosas de extraordinaria calidad y valor–, cada vez estoy más seguro de que la figura que él encuentra como su inspiración principal en términos –yo podría decir que– personales, es la de Concetto Marchesi (1878-1957), el gran intelectual, historiador, latinista y político comunista.
Canfora ofrece, entonces, en esta línea marchesiana, una magnífica y omniabarcadora matriz de interpretación de la historia, mezclando la perspectiva del orbe greco-helenístico y romano con el materialismo histórico marxista y gramsciano de la mejor calidad, consistencia y profundidad intelectual. Él y Gustavo Bueno han sido quizá las dos figuras centrales –algo así como mi Platón y mi Polibio, o mi Hegel y mi Mommsen– a partir de las que he madurado yo mi posición filosófica e histórica ante la experiencia de la política.
Mi interés en su obra ha sido tal que decidí estudiar italiano para comenzar a leerlo en su idioma original, además de que tan sólo un aproximado del treinta o del cuarenta por ciento de su obra, pero no más, está traducido al español, muchos de las cuales traducciones, por cierto, no son de la mejor calidad.
II
La óptica de los Estudios clásicos como perspectiva comenzó a perfilarse con mayor nitidez entonces a partir de la lectura de Canfora. Y fue en ese proceso de perfilamiento que me crucé con la obra de José Luis Romero (1909-1977), sin que sea capaz ahora de recordar concretamente cómo fue que lo comencé a leer y a situar desde ese ángulo.
Pero lo que sí podría afirmar es que se trata de la única figura americana que puede medirse con los grandes de los Estudios clásicos, ya sea el propio Canfora, o Finley, o Syme, o Momigliano o Dodds. En México no soy capaz de encontrar un nombre que me permita situarlo como punto de comparación con él, siendo solamente el proyecto del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM el único lugar en donde acaso pueda encontrarse, pero no lo sé. Y si a esto añadimos el hecho de que, además del mundo clásico, Romero hubo de especializarse luego, de manera puntual, en los estudios medievales, la pesquisa de alguien como él en otras naciones americanas se vuelve una tarea imposible de realizar.
La dificultad de encontrar a un clasicista o a un medievalista americano puede encerrar un significado bien importante, que apunte al hecho de que el interés historiográfico haya tenido un sesgo nacional y nacionalista demasiado estrecho, siendo así que lo único que puede encontrarse para los efectos en la Historia institucionalizada en México es, o especialistas en época prehispánica, o en la novohispana o en la nacional, y en este último bloque estarían los subespecializados en independencia y siglo XIX, y los especializados, claro está, en revolución mexicana. Tal cantidad de material y tal amplitud de periodos, vistos solamente desde una óptica nacionalista, hace impensable e inútil la existencia de algún interés, por mínimo que sea, en los estudios clásicos griegos y romanos o en los medievales, que son europeos en ambos casos. José Luis Romero puede ser visto entonces como una figura solitaria y singular de la historia intelectual americana, pero también, por las razones de esa singularidad precisamente, decisiva, pues él puede ser visto como el único –o de los únicos– pivotes de articulación entre la comprensión, en perspectiva de larga duración, de la experiencia histórica europea mediterránea y la de la experiencia histórica atlántico-americana.
Para efectos de tener una panorámica general de la trayectoria, formación, maduración de una óptica integral, obra y significado intelectual de José Luis Romero, el libro de Félix Luna Conversaciones con José Luis Romero (Debolsillo, Buenos Aires, 2007) cumple una función de primer orden.
III
Porque ocurre que para Romero, según la afirmación que le hace a Luna en este libro, lejos de sentir que se dedicaba a un área temática lejana y marginal, era más bien un área clave para conocer la historia nacional, pues ‘sólo un medievalista puede entender la historia argentina’, a lo que debemos añadir nosotros, por extensión atributiva: y la mexicana, la chilena, la brasileña y, en general, la de América toda. La clave de esta afirmación se explica en el tenor siguiente:
- Usted es un medievalista. Le pregunto si su especialidad le sirve para entender mejor los procesos históricos argentinos.
- Tengo miedo de contestarle lo que pienso, porque me inclino a creer que sólo los medievalistas los entendemos bien… En fin, ésta es una especie de deformación profesional. Pero que sí, que es rigurosamente cierto. No niego que otros lo entiendan también, pero yo tengo la impresión de que mi especialidad me ha ayudado enormemente, me ha ofrecido pistas, me ha indicado líneas de desarrollo. Y luego, por el tipo de historia medieval que hago, hay procesos sociales que se comprenden mucho mejor con esta experiencia. Porque bien sabe usted que hay en realidad dos familias de medievalistas: los que ponen el énfasis en el mundo feudal y los que lo ponen en el mundo burgués. Yo pertenezco a la línea de Henri Pirenne, y pongo el énfasis en la burguesía. Éste es el lema, mi tema. El de las burguesías urbanas y las ciudades. Es una línea muy nutrida y cada vez mayor y más importante, creo yo. Porque la línea del feudalismo incide mucho menos sobre el desarrollo del mundo moderno; en cambio la línea del mundo burgués es la línea del mundo moderno.
Observemos que para Romero, hay una continuidad orgánica entre la configuración del orbe clásico, principalmente el romano (Los Gracos y la formación de la idea imperial, Estado y sociedad en el mundo antiguo) y el proceso de transformación socio-política y cultural que, sobre la matriz del imperio romano y germánico, llega al mundo moderno y burgués entre medio de la cual está la gestación lenta, pausada y sedimentada de la Edad Media cristiana, al final de la cual acontece el descubrimiento de América por la monarquía hispánica y el desdoblamiento de la cultura occidental hacia el Atlántico. El dispositivo de continuidad de este largo proceso histórico es la ciudad:
- La historia es más o menos así: yo soy un historiador preferentemente de ciudades porque me he interesado por la historia de las burguesías medievales; la ciudad es la gran creación de las burguesías medievales. Y un día, leyendo a Sarmiento me dije: “Pero si aquí está la clave”. La clave de la posible aplicación de esta línea que yo persigo en el desarrollo de la ciudad occidental, que será el título del libro que escribo sobre las ciudades en general. Me sumergí en otra lectura del Facundo, que he leído muchas veces. Y compuse el esquema, primero como una hipótesis de trabajo, sobre si en toda América Latina se daba este esquema que proponía Sarmiento, y llegué a la conclusión de que sí, de que se da. Lo cual quiere decir que no es un fenómeno específicamente argentino, que es un fenómeno americano. Pero como yo soy un medievalista, me dije: lo que es que no es argentino ni americano, es mucho más: es la proyección en América del fenómeno europeo, del mecanismo del desarrollo urbano que empieza a partir del siglo XI, con el cual se crea el mundo moderno, saliendo de la estructura feudal para pasar a la estructura burguesa y capitalista del mundo moderno.
Estamos entonces ante una apertura formidable, de alcance dramático y vamos a decir que gibboniano (por esa obra magnífica y sinfónica de Edward Gibbon Historia del auge y caída del Imperio romano), porque si se observan las cosas desde la perspectiva de un medievalista y clasicista americano como José Luis Romero, se puede apreciar a detalle el proceso largo de organización de la cultura occidental (La cultura occidental) visto en sus tres momentos fundamentales de desdoblamiento: el antiguo, que remata con el Imperio romano; el medieval, caracterizado por el desfase de una cultura feudal y una cultura burguesa incipiente que se refracta en la ciudad como figura fundamental, y el moderno, que se dispara con los descubrimientos americanos primero, y las revoluciones urbanas y político-burguesas después.
Ese proceso estaría llamado a envolver a América mediante una retícula de ciudades de factura hispánica y anglo-sajona (La ciudad occidental: culturas urbanas en Europa y en América, Latinoamérica: la ciudad y las ideas) mediante la que las arquitecturas nacionales, en sus aspectos sociales, culturales, religiosos y económicos (el cabildo, la iglesia, el fuerte y el mercado), quedarían configurados según el molde de occidente:
- El proceso de urbanización en Europa se caracteriza porque tiene dos etapas. La ciudad es la creación espontánea de la burguesía; mejor dicho, es una creación espontánea de ciertos grupos sociales a los que, por alojarse en los burgos, se les llamó luego burguesía. Pero el caso es que se advirtió muy rápidamente la capacidad creadora, la capacidad instrumental que tenía la ciudad, tanto la sociedad urbana como el tipo de actividades y de servicios que se creaban en la ciudad, y a partir de cierto momento dejó de ser una creación espontánea de las burguesías y se transformó en un instrumento político y económico que ya desde el siglo XII empiezan a usar los reyes y señores. En Europa hay una innumerable cantidad de ciudades fundadas como van a ser fundadas las ciudades americanas. En el siglo XII Enrique el León, cuando se propuso lo que en Alemania llaman “la marcha hacia el Este”, es decir la colonización de todas las tierras más allá del Elba, el mecanismo que utilizó fue fundar ciudades…
- Lo mismo que los reyes castellanos…
- Los castellanos cuando quieren hacer las “pueblas”, ¿no es cierto? Y los ingleses cuando quieren asegurarse el Languedoc, que es la zona contenciosa con los franceses, en la época en que los ingleses tenían el dominio de toda esa zona y crean los bastides, un conjunto de ciudades increíbles de las cuales se dice que son antecedentes de las fundaciones del mismo estilo, que hacen los reyes castellanos, especialmente un modelo urbano típico que se da en Castellón de la Plana y en Santa Fe, frente a Granada. El proceso de transformación del campamento de los Reyes Católicos en esta ciudad sigue ese modelo de las bastides del sur de Francia. Así que aquí en América Latina no se da la primera situación, se da la segunda: el uso de la ciudad por la conquista (y ése es el sentido del desarrollo de los dos primeros capítulos de mi libro), el uso instrumental de la ciudad como estructura para consolidar la posesión de la tierra y lo que es más importante, para asegurar la pureza de la raza y la pureza de la cultura, incluyendo la religión. Por otra parte es un fenómeno que tenía vieja tradición; eso mismo es lo que hizo Alejando Magno, en las no sé cuántas Alejandrías que fundó, y los Seleusias, que fundaban ciudades concebidas como instrumento de implantación de la cultura griega en el mundo oriental. Y es lo que hicieron luego los romanos.
IV
Concluimos. El subtítulo de este libro es Sobre una Argentina con historia, política y democracia, y consta de cinco conversaciones que Félix Luna tuvo con José Luis Romero, suponemos que por ahí de los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, toda vez que Romero muere en 1977. El libro se edita hasta 2007, y es de un valor incalculable porque ilumina una figura que tiene que ser definitivamente recuperada, y puesta en el primero plano de las referencias para comprender no ya nada más la historia argentina, sino la historia americana en general. Al igual que Jorge Abelardo Ramos, otro argentino genial, Romero representa lo mejor que América ha dado a la historia del pensamiento del siglo XX, y estas líneas están escritas con el propósito de corroborarlo y anunciarlo.
Como dispositivo detonador y articulador del libro, Félix Luna se pregunta en el prólogo de estas Conversaciones lo siguiente: Romero, medievalista, ¿para qué le sirve al país?, ante lo que podríamos aventurarnos a responder: sin Romero, los medievalistas y los clasicistas, no se puede entender absolutamente nada de lo que somos en América. ¿Por qué razón hay tan pocos que lo hayan podido y querido ver y comprender?

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Sobre el libro Conversaciones con José Luis Romero, de Félix Luna (Debolsillo, Buenos Aires, 2007).
I
De José Luis Romero comencé a adquirir algunos libros de manera –vamos a decirlo así– enciclopédica, en el sentido de que mi interés en estudiar las grandes fases de la historia me llevaba a conseguir obras acomodadas según las correspondientes fases en cuestión (antigüedad clásica, edad media, época moderna, época contemporánea), de modo tal que fui poco a poco haciéndome de un acervo bibliográfico en historiografía más o menos consistente, con el ánimo de tener una visión panorámica, con el mayor control posible, del despliegue de la historia.
Obras como la de Armando Saitta se ajustaron puntualmente a este propósito que podríamos llamar también hegeliano, y recuerdo muy bien el espléndido cuadro general con el que me quedé luego de trabajarme a consciencia los cinco tomos que para los efectos editó el FCE en su colección de Breviarios, en donde Saitta ofrece sus correspondientes ‘Guía crítica de la historia y la historiografía’, y luego la de la historia antigua, la historia medieval, la historia moderna y la contemporánea. En ese esquema de trabajo fue que adquirí en su momento, sin haberme detenido demasiado en la catadura del autor, La Edad Media de José Luis Romero.
Todo esto en una primera fase de formación historiográfica. Una segunda fase estuvo centrada en la maduración de un interés muy particular por los Estudios clásicos, que se intercaló también con el desarrollo de mis estudios e investigaciones sobre el siglo XIX americano en el contexto de las guerras de independencia, activado por haber tenido la oportunidad de trabajar en la Comisión organizada desde el –en ese entonces– Gobierno del DF con motivo de la conmemoración del bicentenario de aquéllas gestas. Aquí aparecieron autores como Luciano Canfora, Arnaldo Momigliano, Ronald Syme o Moses Finley, por cuanto a los Estudios clásicos, y toda la formidable nómina de especialistas tanto en el proceso de revoluciones atlánticas (Hamnett, Breña, Lynch, Pérez Vejo, Estrada Michel, Francoise-Xavier Guerra) como, luego, los hispanistas (Elliot, Payne, Brading, Suárez). En algún momento apareció el nombre de Henri Pirenne, que se me reveló como un autor extraordinario que modificó de manera radical el azimut de mi interpretación histórica.
Luciano Canfora (1942) merece mención aparte. Él ha sido una referencia fundamental en el proceso de destilado de mi concepción histórica, sobre todo por la fascinante capacidad que tiene para situarse en una perspectiva de gran amplitud, multisecular, desde la cual interpreta el presente pero en función de analogías históricas reconstruidas sobre la base del mundo clásico. Formado en Historia en la Universidad de Pisa, es en la actualidad profesor de Clásicos en la de Bari. Antonio Gramsci y Arnaldo Momigliano aparte –y sobre el primero tiene escritas varias cosas de extraordinaria calidad y valor–, cada vez estoy más seguro de que la figura que él encuentra como su inspiración principal en términos –yo podría decir que– personales, es la de Concetto Marchesi (1878-1957), el gran intelectual, historiador, latinista y político comunista.
Canfora ofrece, entonces, en esta línea marchesiana, una magnífica y omniabarcadora matriz de interpretación de la historia, mezclando la perspectiva del orbe greco-helenístico y romano con el materialismo histórico marxista y gramsciano de la mejor calidad, consistencia y profundidad intelectual. Él y Gustavo Bueno han sido quizá las dos figuras centrales –algo así como mi Platón y mi Polibio, o mi Hegel y mi Mommsen– a partir de las que he madurado yo mi posición filosófica e histórica ante la experiencia de la política.
Mi interés en su obra ha sido tal que decidí estudiar italiano para comenzar a leerlo en su idioma original, además de que tan sólo un aproximado del treinta o del cuarenta por ciento de su obra, pero no más, está traducido al español, muchos de las cuales traducciones, por cierto, no son de la mejor calidad.
II
La óptica de los Estudios clásicos como perspectiva comenzó a perfilarse con mayor nitidez entonces a partir de la lectura de Canfora. Y fue en ese proceso de perfilamiento que me crucé con la obra de José Luis Romero (1909-1977), sin que sea capaz ahora de recordar concretamente cómo fue que lo comencé a leer y a situar desde ese ángulo.
Pero lo que sí podría afirmar es que se trata de la única figura americana que puede medirse con los grandes de los Estudios clásicos, ya sea el propio Canfora, o Finley, o Syme, o Momigliano o Dodds. En México no soy capaz de encontrar un nombre que me permita situarlo como punto de comparación con él, siendo solamente el proyecto del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM el único lugar en donde acaso pueda encontrarse, pero no lo sé. Y si a esto añadimos el hecho de que, además del mundo clásico, Romero hubo de especializarse luego, de manera puntual, en los estudios medievales, la pesquisa de alguien como él en otras naciones americanas se vuelve una tarea imposible de realizar.
La dificultad de encontrar a un clasicista o a un medievalista americano puede encerrar un significado bien importante, que apunte al hecho de que el interés historiográfico haya tenido un sesgo nacional y nacionalista demasiado estrecho, siendo así que lo único que puede encontrarse para los efectos en la Historia institucionalizada en México es, o especialistas en época prehispánica, o en la novohispana o en la nacional, y en este último bloque estarían los subespecializados en independencia y siglo XIX, y los especializados, claro está, en revolución mexicana. Tal cantidad de material y tal amplitud de periodos, vistos solamente desde una óptica nacionalista, hace impensable e inútil la existencia de algún interés, por mínimo que sea, en los estudios clásicos griegos y romanos o en los medievales, que son europeos en ambos casos. José Luis Romero puede ser visto entonces como una figura solitaria y singular de la historia intelectual americana, pero también, por las razones de esa singularidad precisamente, decisiva, pues él puede ser visto como el único –o de los únicos– pivotes de articulación entre la comprensión, en perspectiva de larga duración, de la experiencia histórica europea mediterránea y la de la experiencia histórica atlántico-americana.
Para efectos de tener una panorámica general de la trayectoria, formación, maduración de una óptica integral, obra y significado intelectual de José Luis Romero, el libro de Félix Luna Conversaciones con José Luis Romero (Debolsillo, Buenos Aires, 2007) cumple una función de primer orden.
III
Porque ocurre que para Romero, según la afirmación que le hace a Luna en este libro, lejos de sentir que se dedicaba a un área temática lejana y marginal, era más bien un área clave para conocer la historia nacional, pues ‘sólo un medievalista puede entender la historia argentina’, a lo que debemos añadir nosotros, por extensión atributiva: y la mexicana, la chilena, la brasileña y, en general, la de América toda. La clave de esta afirmación se explica en el tenor siguiente:
Observemos que para Romero, hay una continuidad orgánica entre la configuración del orbe clásico, principalmente el romano (Los Gracos y la formación de la idea imperial, Estado y sociedad en el mundo antiguo) y el proceso de transformación socio-política y cultural que, sobre la matriz del imperio romano y germánico, llega al mundo moderno y burgués entre medio de la cual está la gestación lenta, pausada y sedimentada de la Edad Media cristiana, al final de la cual acontece el descubrimiento de América por la monarquía hispánica y el desdoblamiento de la cultura occidental hacia el Atlántico. El dispositivo de continuidad de este largo proceso histórico es la ciudad:
Estamos entonces ante una apertura formidable, de alcance dramático y vamos a decir que gibboniano (por esa obra magnífica y sinfónica de Edward Gibbon Historia del auge y caída del Imperio romano), porque si se observan las cosas desde la perspectiva de un medievalista y clasicista americano como José Luis Romero, se puede apreciar a detalle el proceso largo de organización de la cultura occidental (La cultura occidental) visto en sus tres momentos fundamentales de desdoblamiento: el antiguo, que remata con el Imperio romano; el medieval, caracterizado por el desfase de una cultura feudal y una cultura burguesa incipiente que se refracta en la ciudad como figura fundamental, y el moderno, que se dispara con los descubrimientos americanos primero, y las revoluciones urbanas y político-burguesas después.
Ese proceso estaría llamado a envolver a América mediante una retícula de ciudades de factura hispánica y anglo-sajona (La ciudad occidental: culturas urbanas en Europa y en América, Latinoamérica: la ciudad y las ideas) mediante la que las arquitecturas nacionales, en sus aspectos sociales, culturales, religiosos y económicos (el cabildo, la iglesia, el fuerte y el mercado), quedarían configurados según el molde de occidente:
IV
Concluimos. El subtítulo de este libro es Sobre una Argentina con historia, política y democracia, y consta de cinco conversaciones que Félix Luna tuvo con José Luis Romero, suponemos que por ahí de los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, toda vez que Romero muere en 1977. El libro se edita hasta 2007, y es de un valor incalculable porque ilumina una figura que tiene que ser definitivamente recuperada, y puesta en el primero plano de las referencias para comprender no ya nada más la historia argentina, sino la historia americana en general. Al igual que Jorge Abelardo Ramos, otro argentino genial, Romero representa lo mejor que América ha dado a la historia del pensamiento del siglo XX, y estas líneas están escritas con el propósito de corroborarlo y anunciarlo.
Como dispositivo detonador y articulador del libro, Félix Luna se pregunta en el prólogo de estas Conversaciones lo siguiente: Romero, medievalista, ¿para qué le sirve al país?, ante lo que podríamos aventurarnos a responder: sin Romero, los medievalistas y los clasicistas, no se puede entender absolutamente nada de lo que somos en América. ¿Por qué razón hay tan pocos que lo hayan podido y querido ver y comprender?
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