GAP Andrés Molina Enríquez

¿Qué es una transformación?

Una transformación es un cambio ocurrido entre las partes de un cuerpo, entidad o institución configurado de un modo tal que la materia de que están hechos no desaparece, tan sólo se transforma, que es lo que el padre de la Química Lavoisier afirmara en su famosa tesis según la cual “la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

Desde una perspectiva histórica y política, una transformación es una modificación acontecida entre las partes que conforman una entidad política determinada a lo largo de la historia pero sin que su materia –la sociedad, el pueblo, su cultura– haya desaparecido, sino que nada más se le ha sometido a un cambio estructural en cuanto a sus relaciones y las posibilidades de su expresión de las que se desprende una nueva forma.

Desde la óptica de México, esto supone la continuidad de ciertas cosas, y la ruptura o reorganización radical de otras, que es lo que ha definido en realidad a las grandes transformaciones de nuestra historia, principalmente la Independencia, la Reforma y la Revolución: en todos estos casos, las posibilidades de expresión del pueblo de México se ampliaron y expandieron como resultado de grandes batallas mediante las que los límites y grilletes políticos, sociales y culturales se derribaron para liberar el caudal de energía histórica que terminaría por dar cuerpo y forma a la nación.

Esta es la razón por la cual no puede haber una separación entre política y cultura, entre arte y economía o entre política y filosofía, pues se trata más bien de una variedad de facetas de la vida de los pueblos que se manifiesta históricamente y que se nos ofrece como marco de la experiencia, de la vida y la pasión individual y colectiva, lo que a su vez supone la consciencia plena de que no nos puede ser ajena tampoco la política, que consideramos como el corazón de una sociedad y el dispositivo que nos permite ver el detalle de la trama y urdimbre del telar de cada época.

La Independencia fue una transformación patriótica, y la primera parte de un movimiento integral de independencia: creó un Estado nacional como tal; la Reforma fue su segunda parte, que además se manifestó como una transformación liberal de México: creó un Estado liberal; la Revolución mexicana fue una transformación popular, social y nacionalista, que terminaría por configurar la matriz vertebradora del estado mexicano moderno: creó un Estado social.

En estas tres transformaciones quedó asentado, de alguna manera, el sentido común de nuestro pueblo y una voluntad de ser, así como también quedaron expuestas ante la historia las energías creativas más vivas y ricas de la cultura, el arte, la producción, el pensamiento y el desarrollo nacional.

Para cada una de ellas, y con el ánimo de saber con qué hemos de quedarnos de su herencia y con qué no, y así poder encontrar el esquema histórico en el que nos queremos reconocer, habría que aplicar el criterio de Gramsci según el cual ninguna formación ideológica muere antes de haber expresado todo su contenido potencial, punto de vista desde el cual nos aproximamos al proceso que se quiere caracterizar como una cuarta transformación de la vida pública de México (4T), y que se nos ofrece como una nueva síntesis, a la altura de nuestro tiempo, de las tres grandes transformaciones previas, y que es el resultado de décadas de lucha social, cultural y política en la que varias generaciones han dejado lo mejor de sí en función del objetivo estratégico de construir una realidad y un destino mejor, más digno y más próspero y soberano para todos.  

El pasado dos de junio el pueblo ha dado su respaldo contundente a este proceso, enterrando el mito de que el país está divido. Falso: el país no está dividido, el país está con AMLO y la 4T, y ha decidido que Claudia Sheinbaum sea la continuadora y lideresa del Estado y la nación.