Fue por razones puramente técnicas y circunstanciales (no tenía contratada la plataforma de transmisión necesaria para los efectos) que no pude ver en su momento la serie sobre Hernán Cortés Hernán, creada por Amaya Muruzabal para TV Azteca y Amazon Prime Video y que salió en el simbólico año de 2019.

Tuvieron que pasar más o menos cuatro años para que al final pudiera verla (hace un par de fines de semana más o menos), y la verdad es que me ha parecido extraordinaria.

Ya he escrito en otros momentos sobre la anomalía cortesiana y el problema de Hernán Cortés como dispositivo alrededor del cual se hace girar la estructura entera de la Leyenda Negra anti-Española, según la cual la conquista fue para América en general, y para México en particular, una condena nefasta de la que se derivarían todas las maldiciones, pesares y calamidades imaginables para unos “pueblos originarios” dóciles e inocentes cuyos derechos humanos fueron violentados atrozmente por una insoportable cultura europea y occidental con la que, bajo el ropaje, costumbres y formas hispánicas, se habría impuesto el antropocentrismo, el hetero-patriarcado y la violencia contra la naturaleza de la que a su vez se derivaría el capitalismo neoliberal como forma superior; de todo esto sería entonces Hernán Cortés encarnación maligna y malévola y punto de inicio, razón por la cual es imposible e impensable que se atreva alguien siquiera a sugerir que se le recuerde de alguna manera por modesta que sea, y que apenas haya una insignificante estación de metro que ni siquiera se llama exactamente como él.

Pues bien: ocurre que todo este amasijo de mitos y de lugares comunes son desactivados mediante esta producción inteligente y audaz para reconstruir una serie de episodios insólitos de nuestra historia constitutivos de lo que somos con una actuación acertada, pulcra y muy bien lograda de los personajes, principalmente de Óscar Jaenada (Cortés), Ishbel Bautista (la Malinche) y Dagoberto Gama (Moctezuma), sin desmedro de ninguno de los que complementan un elenco muy bien equilibrado: Pedro de Alvarado, Xicoténcatl, Tecuelhuetzin, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Mictecacíhuatl y el extraordinario personaje histórico que fue el soldado-escritor Bernal Díaz del Castillo, que me ha resultado verdaderamente fascinante y lleno de claves fundamentales por aquello de la relación quijotesca entre las armas y las letras.

Pero además de las virtudes actorales, está también la fotografía y el arte que está detrás de las escenificaciones y ambientaciones de unas locaciones prehispánicas verdaderamente asombrosas y verosímiles dentro de la gran dificultad tecnológica que supone reconstruir edificaciones y estructuras urbanas de las que sólo quedan vestigios, y de ambientes de los que sólo quedan evocaciones y registros historiográficos.

Esta verosimilitud es un sello magnífico de realismo cinematográfica mediante el que Amaya Muruzabal, la realizadora, reconstruye desde un objetivismo crítico de gran equilibrio los elementos de una guerra épica entre el imperio azteca y las tropas españolas al comando de un Cortés que nunca pierde de vista los objetivos estratégicos dentro de cuya matriz de despliegue él es tan sólo una función: la importancia de la fe católica y su corporeísmo, la necesidad de tejer alianzas para establecer un orden político y jurídico históricamente determinado, que es el del Renacimiento hispánico en colisión geopolítica con el islam y el protestantismo germánico, y la responsabilidad política de dar cuenta al emperador Carlos V de todo cuanto hacía y cuanto ocurría.

Y está desde luego Malintzin, la Malinche, verdadero personaje central de todo el relato y fuente primigenia de lo que es México. La serie vale muchísimo la pena, y en mi caso la sensación con la que me ha dejado es la del orgullo por la grandeza de todo el sacrificio de lo que ahí ocurrió.