GAP Andrés Molina Enríquez

El último caudillo

La semana pasada, conversaba con un amigo sobre la mañanera de ese día en la que Pablo Gómez participó en su calidad de titular de la Unidad de Inteligencia Financiera para dar algunos datos más sobre la trama de saqueo de Genaro García Luna en el contexto del juicio en su contra en EEUU como evidencia del estercolero en el que una coalición de políticos, jueces, prestanombres y periodistas transformaron al sistema político mexicano durante las últimas décadas; un estercolero que, entre otras cosas, queda a su vez evidenciado por el hecho de que este juicio, que es uno de los escándalos más grandes de la historia reciente de México, ha sido eclipsado y ocultado por completo por ese sistema dominante de medios que se encuentra en fase de repliegue en bloque contra el presidente y la 4T.

Esto eso algo que, a su vez, hace necesario comprender el hecho de que la información y los canales de información son parte central de la disputa a muerte por la nación que está teniendo lugar como consecuencia de la llegada de López Obrador a la presidencia. Quien no entienda esto no ha entendido nada en realidad.

En todo caso, yo le había escrito a mi amigo preguntándole por la referencia completa de un libro de Max Scheler sobre el que había estado dando vueltas. Se llama El genio y el héroe, y es un clásico de la sociología moderna del poder y las formas del liderazgo, al igual que lo son las de Max Weber o Roberto Michels.

El héroe, dice Scheler, es aquel que pone en el centro de todo su ser la realización de lo noble, que se consagra a un valor ‘puro’ y no técnico, mientras que el genio es el que realiza su individualidad en sus obras creando cosas ejemplares y únicas, perdurables.

Yo sé que muchos enemigos de AMLO, de esos que se cierran a cualquier argumento por más razonado o razonable que sea, lo odian (no hay otra palabra) enfermizamente entre otras cosas por ser supuestamente un mesías, un obstinado o un caprichoso, de la misma forma en que odian a sus seguidores por razón de que lo siguen con la actitud ciega de una secta que se agolpa alrededor de su deidad o de su líder. No saben que el problema no se resuelve tan fácilmente, y que remite o a los clásicos de la sociología moderna en el sentido dicho, o a los de la antigüedad o en todo caso al clásico de clásicos, Maquiavelo, o a su intérprete más sutil, Antonio Gramsci, además de no saber que, para los románticos del XIX, los grandes hombres usaban siempre un vocabulario de creyentes.   

En todo caso, la reflexión que compartí con mi amigo iba más bien en el sentido de la nostalgia anticipada que me producía saber que, una vez que se vaya AMLO, todo esto cambiará; y que esa mañanera había sido tal vez de las más importantes de todo su gobierno, en la que Gómez y él hicieron un planteamiento sobre la podredumbre del poder judicial y de la necesidad de cambiar esto de fondo, pero que no se trataba de una cuestión técnica, sino de un problema moral del país de gran profundidad, de un atentado flagrante a la república para la comprensión del cual hay que leer a Platón o a Aristóteles cuando menos.

Y que verlos a los dos puestos al micrófono fue algo muy emotivo: la herencia de la izquierda socialista (Pablo) con un heredero de la izquierda nacional popular (AMLO) hablándole a la nación desde el poder político logrado a base de décadas de lucha de los dos.

Y es que una vez que él se vaya, me parece a mí, habrá un cambio radical de sintonía en la vida pública nacional, en el sentido de que se irá un modo de hacer política con AMLO, y eso está muy cabrón, le dije a mi amigo.

Sí: se va el que tal vez sea el último caudillo de la historia de México; el último héroe en el sentido de Scheler, no sé si me explico. Luego vendrán otros, desde luego. Más técnicos, más equilibrados, y también más mediocres. Políticos profesionales en todo caso. Pero como él ya no habrá nadie, creo yo. Como él ya no.

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