Sé que suele decirse que las comparaciones son odiosas, pero yo no estaría tan seguro, porque cualquiera sabe que en la vida, en la historia y en la realidad las cosas no existen en el vacío, ni se dan de manera absoluta: todo tiene una referencia, un esquema de determinación o una influencia, y yo recuerdo el orgullo implícito en la frase soberbia de todo punto, pero de todo punto genial también de Juan José Arreola cuando decía algo más o menos como esto: “al final de cuentas el balance me será favorable, porque me medí con los mejores”. Pues eso mismo es lo que pienso yo. Hay que estar listo para medirse, pero sobre todo con los mejores.
Y es que aquí no tengo de otra más que abrir el tema mediante el expediente de la comparación, así que me van ustedes a perdonar pero yo en quien pensé de inmediato es en Diana Krall y Eliane Elias cuando estuve el fin de semana pasado en Jazzatlán Capital para escuchar el soberbio proyecto de Gaea Schell.
Fue en realidad asombroso escucharla, y además habría que decir en su favor que, de hecho, se puso por encima de ellas de algún modo, pues además del virtuosismo en piano y voz –como Diana y Eliane–, Gaea es además flautista de un virtuosismo igualmente formidable, lo cual redunda en un balance extraordinario ciertamente. Pero dejemos ya las comparaciones.
No sabía nada de ella en realidad, pero cuando estaba buscando algo bueno de jazz el sábado por la noche vi el cartel que la anunciaba para la sesión de la tarde, acompañada de mi querido amigo Israel Cupich al contrabajo, que como se debe saber es garantía de talento, rigor y calidad musical, así que sin pensarlo dos veces me apunté para las 6 de la tarde. Gaea se presentaba además junto con David Valdez al saxofón (California) e Irving Mendoza (Oaxaca) en la batería.
Ella es originaria de Alberta Canadá, pero su base es San Francisco. Como en muchos otros casos, comenzó en los estudios clásicos hasta que se cruzó con Oscar Peterson, Bill Evans y Red Garland, y entonces su vida se inclinó por la pendiente fascinante del jazz para terminar graduándose en ese subgénero en la McGill University de Montreal, luego de lo cual, gracias a una beca del Consejo Canadiense para las Artes, le fue posible trasladarse a Nueva York para estudiar ni más ni menos que con Richie Beirach, un verdadero titán del piano y el jazz piano (Enrique Nery me lo puso a escuchar hace años y quedé sacudido por la potencia y singularidad de su estilo, que es inconfundible e incomparable).
De una dulzura y discreción colindante con la timidez, Gaea se convierte en un vórtice sutil de energía musical a la hora de la interpretación sostenida por la inmanencia de su talento y de una perfección técnica soberana y radiante que permiten ver el peso de los años en los estudios clásicos o en el Conservatorio, colocando la flauta en sus piernas cubiertas por una falda también discretísima con la que se asemeja más a una concertista de orquesta de cámara o sinfónica, pero que se transforma en sensualidad contrapunteada por el swing y el filin (el término es cubano) mediante los que se nos transformaba en el escenario en una mezcla de Ella Fitzgerald y, aquí vamos de nuevo, Diana Krall.
Israel cumplía una función al mismo tiempo bella, esencial y fuerte, dando base rítmica, armónica y flujo a las piezas que fueron de standards clasiquísimos y deliciosos como You and the night and the music y Only trust your heart a In your own sweet way o Stablemates de Benny Golson, además del clásico Obsesión de Pedro Flores que fue cuando tomó con sus manos la flauta para interpretarla con maestría en un intercalado cadencioso con la voz y el piano. Además de estos standards, interpretó un par de piezas de su autoría para terminar con un concierto de aproximadamente una hora y ocho piezas, que eran presentadas para nosotros con esa timidez total a la hora de tomar el micrófono para hablarnos con un español que se reducía prácticamente a nada o casi nada, pero que no se necesitaba en realidad toda vez que el gozo y el deleite de la velada estuvo garantizado.
Al terminal el concierto, se acercó a nuestra mesa Israel Cupich, y nos dijo que de ahí se dirigían a otro foro, el Café Janeiro en la Plaza Río de Janeiro de la Roma, para otro concierto, y nos condujimos para allá para seguir escuchando el primer set, en donde interpretaron, entre otras, How deep is the ocean (How high is the sky), The nearness of you y me parece que On green dolphin street.
Yo sé que suele decirse que las comparaciones son odiosas, pero para entender el maravilloso arte de Gaea Schell, ahora lo sé mejor, no se necesitan en realidad.
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Sé que suele decirse que las comparaciones son odiosas, pero yo no estaría tan seguro, porque cualquiera sabe que en la vida, en la historia y en la realidad las cosas no existen en el vacío, ni se dan de manera absoluta: todo tiene una referencia, un esquema de determinación o una influencia, y yo recuerdo el orgullo implícito en la frase soberbia de todo punto, pero de todo punto genial también de Juan José Arreola cuando decía algo más o menos como esto: “al final de cuentas el balance me será favorable, porque me medí con los mejores”. Pues eso mismo es lo que pienso yo. Hay que estar listo para medirse, pero sobre todo con los mejores.
Y es que aquí no tengo de otra más que abrir el tema mediante el expediente de la comparación, así que me van ustedes a perdonar pero yo en quien pensé de inmediato es en Diana Krall y Eliane Elias cuando estuve el fin de semana pasado en Jazzatlán Capital para escuchar el soberbio proyecto de Gaea Schell.
Fue en realidad asombroso escucharla, y además habría que decir en su favor que, de hecho, se puso por encima de ellas de algún modo, pues además del virtuosismo en piano y voz –como Diana y Eliane–, Gaea es además flautista de un virtuosismo igualmente formidable, lo cual redunda en un balance extraordinario ciertamente. Pero dejemos ya las comparaciones.
No sabía nada de ella en realidad, pero cuando estaba buscando algo bueno de jazz el sábado por la noche vi el cartel que la anunciaba para la sesión de la tarde, acompañada de mi querido amigo Israel Cupich al contrabajo, que como se debe saber es garantía de talento, rigor y calidad musical, así que sin pensarlo dos veces me apunté para las 6 de la tarde. Gaea se presentaba además junto con David Valdez al saxofón (California) e Irving Mendoza (Oaxaca) en la batería.
Ella es originaria de Alberta Canadá, pero su base es San Francisco. Como en muchos otros casos, comenzó en los estudios clásicos hasta que se cruzó con Oscar Peterson, Bill Evans y Red Garland, y entonces su vida se inclinó por la pendiente fascinante del jazz para terminar graduándose en ese subgénero en la McGill University de Montreal, luego de lo cual, gracias a una beca del Consejo Canadiense para las Artes, le fue posible trasladarse a Nueva York para estudiar ni más ni menos que con Richie Beirach, un verdadero titán del piano y el jazz piano (Enrique Nery me lo puso a escuchar hace años y quedé sacudido por la potencia y singularidad de su estilo, que es inconfundible e incomparable).
De una dulzura y discreción colindante con la timidez, Gaea se convierte en un vórtice sutil de energía musical a la hora de la interpretación sostenida por la inmanencia de su talento y de una perfección técnica soberana y radiante que permiten ver el peso de los años en los estudios clásicos o en el Conservatorio, colocando la flauta en sus piernas cubiertas por una falda también discretísima con la que se asemeja más a una concertista de orquesta de cámara o sinfónica, pero que se transforma en sensualidad contrapunteada por el swing y el filin (el término es cubano) mediante los que se nos transformaba en el escenario en una mezcla de Ella Fitzgerald y, aquí vamos de nuevo, Diana Krall.
Israel cumplía una función al mismo tiempo bella, esencial y fuerte, dando base rítmica, armónica y flujo a las piezas que fueron de standards clasiquísimos y deliciosos como You and the night and the music y Only trust your heart a In your own sweet way o Stablemates de Benny Golson, además del clásico Obsesión de Pedro Flores que fue cuando tomó con sus manos la flauta para interpretarla con maestría en un intercalado cadencioso con la voz y el piano. Además de estos standards, interpretó un par de piezas de su autoría para terminar con un concierto de aproximadamente una hora y ocho piezas, que eran presentadas para nosotros con esa timidez total a la hora de tomar el micrófono para hablarnos con un español que se reducía prácticamente a nada o casi nada, pero que no se necesitaba en realidad toda vez que el gozo y el deleite de la velada estuvo garantizado.
Al terminal el concierto, se acercó a nuestra mesa Israel Cupich, y nos dijo que de ahí se dirigían a otro foro, el Café Janeiro en la Plaza Río de Janeiro de la Roma, para otro concierto, y nos condujimos para allá para seguir escuchando el primer set, en donde interpretaron, entre otras, How deep is the ocean (How high is the sky), The nearness of you y me parece que On green dolphin street.
Yo sé que suele decirse que las comparaciones son odiosas, pero para entender el maravilloso arte de Gaea Schell, ahora lo sé mejor, no se necesitan en realidad.
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