El Heraldo de México

La doctrina López Obrador-Ebrard o el espíritu de Tacubaya

Sin perjuicio de que la diplomacia es prácticamente tan antigua como la guerra y la política, es lo cierto que la política exterior en la edad contemporánea –configurada como la era de las nacionalidades durante el siglo XIX– se define en función del interés nacional, siendo entonces el enfrentamiento polémico entre estados-nacionales y sus intereses el criterio fundamental que define el movimiento de los asuntos mundiales.

A estos efectos, no encuentro mejor definición de aquello para lo que sirve la política exterior de un estado nacional que la sentencia de Spinoza en su Tratado político (1670), cuando dice que ‘para que un estado permanezca libre debe continuar haciéndose temer y respetar, si no, deja de ser un estado’.

Estimo que lo que está ocurriendo con la política exterior de México orquestada por el presidente López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard es una muestra magistral de la manera en que un estado nacional puede operar estratégicamente para hacerse respetar en el sentido dicho. Y más aún: es una muestra del genio de la diplomacia mexicana para actuar con dignidad cuando se tiene por vecino a la potencia más grande de la historia, o por lo menos hasta ahora.

Esto se puede observar tanto en el encuentro entre Trump y López Obrador, en el que hasta en el lenguaje corporal se advertía el respeto del primero por el segundo, como en las gestiones del canciller Ebrard para hacer de México el pivote de articulación de las negociaciones entre el gobierno y sus opositores en Venezuela recogiendo el ejemplarismo del Grupo Contadora, y que desde su planteamiento en 2019 no recibió más que críticas torpes y maniqueas de la oposición, particularmente de Acción Nacional, que ha sido generoso para mostrarnos su impericia y su falta total de capacidad de cálculo geo-político, cegados como están por bochornosos esquemas de anciano reaccionario, cerril e inculto que por todos lados ve el fantasma del comunismo, los judíos o la masonería.

Es esto, además del llamado que han hecho el presidente y el canciller para “decir adiós a la OEA”, plataforma que, junto con la CIA, fue creada por EEUU en la década de los cuarenta del siglo pasado como instrumento de injerencia abierta (o encubierta, en caso de la CIA) en asuntos latinoamericanos, y que hoy carece por completo de legitimidad.

Se advierte con todo esto un clima propicio para el relanzamiento del liderazgo continental de México, que muy bien podría insertarse en la tradición del bolivarismo vasconceliano y pelliceriano desde cuyo encuadre se ilumina la figura de Lucas Alamán, convocante del Congreso de Tacubaya de 1826 como continuación del bolivariano de Panamá. Es sólo cuestión de poder y querer ver esa trayectoria, y esa tradición, para apuntalar desde ahí el poderío de México como la nación hispanohablante más importante del planeta.

Publicación original de El Heraldo de México
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